(viene del capítulo anterior)
Toño caminó por el polvoriento piso hasta entrar en una habitación desierta. No hay nada más que una cómoda con varios cajones. Abre uno a uno encontrando el polvo acumulándose sobre la madera. Excepto por uno. Uno que se resiste a abrirse hasta que, con un poco de ingenio, cede a deslizarse tranquilamente.
Sacó lo que parecía un libro ancho oculto entre la suciedad. Lo limpió con sus manos y dejó al descubierto la tapa de un álbum de fotos. Toño se sentó en el piso y comenzó a mirar poco a poco aquellos recuerdos que pensó haber olvidado. Momentos felices de una vida que había sido suya y que ya no volverá.
Mientras avanza en hojear, las páginas del álbum se llenan con las lágrimas que empiezan a caer de sus memoriosos ojos. Él quisiera parar pero se mantiene firme hasta llegar a la última foto. Es la que más atesora, la que seca esas gotas que se derraman por su rostro y la que retira para mantenerla siempre cerca.
También encuentra un trozo de papel doblado. Lo desdobla con cuidado. “Es lo que he estado buscando”, se dijo Toño para sí y se lo guardó en el bolsillo. Camina fuera de la habitación y decide salir de la casa, pero no lo hace por la puerta principal: su mano hace girar la manija oxidada de la puerta trasera.
(continúa)