(viene del capítulo anterior)
Una vez que salieron de la librería, Casiopea y Alberto caminaron hasta el apartamento de ella. Diciendose bromas tontas, se la pasaron riendo hasta que llegaron a la puerta. “Pues bueno, espero que disfrutes tu lectura”, dijo él para despedirse, pero ella lo detuvo. “¿Por qué no pasas a tomarnos unas copas?”, fue su pregunta retórica y él le hizo caso.
Pasaron y ella lo invitó a sentarse en el sofá largo. Él abrió el libro y comenzó a hojearlo mientras ella iba hasta la refri de su cocina para sacar la botella de vino. Cuando la vio volver, Alberto no puso atención ni en la botella ni en las dos copas que trae su amiga, sino en el cadencioso movimiento de su cuerpo hasta quedar frente a él.
“Pensé que querrías que destape la botella”, dijo él mirándola deleitado. “Aun te queda servir las copas”, respondió Casiopea con una mezcla de misterio y coquetería. Se sirvieron varios tragos mientras leían distintos pasajes de la novela, hasta que el alcohol hizo efecto en sus ánimos.
Primero con risas estridentes, luego con miradas emotivas, después con besos apasionadas. Después de un par de horas, Alberto era tan solo ‘Albe’ y Casiopea era fuego: el sofá quedó olvidado ante una cómoda cama.
(continúa)