Nico se sentía desamparado y desolado. En una semana cumpliría veintiocho, pero esto no le causaba ningún tipo de alegría. Todo lo contrario, a cada paso que daba, el peligro se le hacía más evidente. Cualquiera que no lo conociera, pensaría que se trata de alguna paranoia.
Al menos él así lo creía, pero lo sucedido los últimos meses con dos de sus mejores amigos no admitía lugar a sus dudas. Dos entierros de dos muchachos de su generación le habían bastado para quedar perplejo ante lo inexplicable. Más aún cuando, aquella solitaria mañana de invierno, recibió en su celular una llamada de un número desconocido.
“Nico, si quieres una explicación a sus muertes, yo te la puedo dar”, fue el lúgubre mensaje que oyó del otro lado. Algo asustado, Nico preguntó quién llamaba. “Eso no importa: sólo quiero que vayas al frente de tu casa”, respondió el extraño y colgó.
(continúa)