El viejo en la banca blanca (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Nunca lo había visto tratar con tanta rudeza a una persona. “¿Qué le ha hecho ese chico?”, le pregunté yo, queriendo saber el motivo de su reaccción. “Son unos vagos, fuman algunas rarezas para sentirse mejor”, respondió el señor Erik aún molesto. Y me recomendó no acercarme a ellos porque podía acabar muy mal.

Al escucharlo con cierta ambigüedad, pensé que quizá su vejez le estaba hciendo ver cosas. ¿Qué de malo podía tener un muchacho buscando hacer un nuevo amigo? Sin embargo, como respetaba a Erik, siempre que  se encontraba con él, evitaba mirar a los vagos.

Pero el bichito de la curiosidad ya me había picado. “¿Y dónde está el pan?”, preguntó extrañada mi abuela cuando me vio volver una tarde. “Perdona abuelita, ya vuelvo”, fue mi convenida excusa para salir otra vez de la casa. Fui y hasta la panadería y compré el pan. “¿Qué hay de nuevo, niño?”, dijo el vago apareciendo frente a mi.

(continúa)

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