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(viene del capítulo anterior)
Un día volvía del colegio a la hora del almuerzo. Me sorprendí gratamente cuando Erik me abrió la puerta. “Hola niño, te estábamos esperando”, dijo él con ternura y tomó mi mochila. Yo le agradecí y me acerqué corriendo a abrazar a mi abuela.
Ella me saludó muy efusivamente y me mandó a lavar las manos. En el transcurso del almuerzo, los viejos amigos conversaban animadamente y sus ojos brillaban al recordar las antiguas épocas de sus años mozos.
“Pero fíjese usted señor, ¡eso ya no existe ahora! Ni respeto ni nada”, reclamaba mi abuela con total desaprobación, mientras el señor Erik repetía a cada vez “exacto, exacto” y movía la cabeza, en concordancia con su afirmación.
(continúa)