(viene del capítulo anterior)
Eduardo llegó al día siguiente a la oficina y llamó inmediatamente a su adjunto. Le comunicó que estaba despedido y pidió que no reclamara sino haría público el reporte del robo de información. Muy pronto, el despedido recogía las pocas cosas de su oficina dentro de su maletín.
Una vez que se retiró, ante la asombrosa reacción de los analistas, le indicó a Ricardo para que hablara con él. “He notado que puedo confiar en ti: quiero que seas mi jefe adjunto”, señaló sin medias tintas. Ricardo aceptó de buen grado y sellaron el acuerdo con un apretón de manos.
Una llamada entró en la oficina: “Aló… sí, confirmo mi viaje para la próxima semana… gracias”, fue la breve respuesta. Ricardo le preguntó si iba a presentarse en un seminario de la empresa. “Sí, me voy desde el martes y por cuatro días”, respondió Eduardo con una gran sonrisa.
(continúa)