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Hoy que miro al silencio
mi mente retrocede
a ese día infausto y nevado
en que mi orgullo se impuso.
Aquel día en que, agotado,
dejé de lado el sentimiento,
disolví las viejas ilusiones
y excusé mil sinrazones.
Sintiéndote vejada y humillada,
llorando huiste de mí,
mientras mi vil actitud parecía
agradecer tu triste partida.
Ahora estoy solo en esta esquina,
reconozco que fui un ingrato, un idiota,
que no supo bien apreciarte,
que no supo bien amarte.