Tras unos segundos de indecisión, los dos hombres se abalanzaron uno contra el otro. El más viejo comenzó a pegar al más joven, haciéndolo trastabillar, pero el joven no se quedó atrás y, aprovechando un momento de descuido de su oponente, logró tirarlo al suelo terroso y dejarlo semiconsciente tras una andanada de puñetazos cargados de odio.
Su mirada se fijó en el revólver que el viejo llevaba al cinto, lo retiró de la funda y apuntó al hombre, que aún se mantenía echado y jadeando en aquel lugar. Constanza, la mujer en disputa, se le acercó corriendo y lo jaló de un brazo para que se fueran de allí. Pero el joven se mantuvo impasible.
“Lucho, ¿qué estás haciendo? ¡Vámonos ya!”, le rogó la mujer esperando que recapacitara. Lucho aseguró el percutor y, de pronto, le entró la duda: ¿valdría la pena dejar vivo a su tío, sabiendo que continuaría con su cacería? El viejo se levantó sorpresivamente y se abalanzó sobre su sobrino. El joven despertó de su distracción y disparó.