Manchego alardeó ante Sofía durante varios minutos, al contarle los pormenores del secuestro sufrido por Pepe. “Quedó tan asustado cuando lo dejaron en la playa, que al día siguiente zafó de su trabajó y salió del país”, dijo esbozando una sonrisa perversa.
“Ay Octavio, dejemos de hablar de cosas feas, ¿por qué no seguimos haciéndolo?”, preguntó ella mostrándose dispuesta, pero el rico empresario le respondió que no, que se sentía muy cansado. Ante su negativa, Sofía se vistió de nuevo, y se despidió con un beso.
Manchego volvió al presente: “¿Cómo pudo haber grabado todo aquello?”, se preguntó una y otra vez mientras daba vueltas a la mesa. Fue entonces que recordó que Sofía llevó consigo una pequeña cartera de mano, de la cual sacó el labial con el cual pintó sus labios para el último beso.
Se sentó en la silla y agachó la cabeza contra la mesa, al tiempo que la golpea con ambas manos. “Maldita sea… Debí haberlo sospechado”, se reprochó imaginando la grabadora que llevaba escondida. La puerta del cuarto de interrogatorio se abrió: Sofía se presentó ante él.