“Lo siento, lo siento mucho. Debo irme”, dijo José y sentó a Mica en un banco de cemento cercano. “Quédate por favor: dime qué pasa”, ella se volvió histérica y lo abrazó con fuerza para no dejarlo escapar.
Pero él era mucho más fuerte y logró zafarte. Repitió que debía irse de allí. Empezó a correr y no se dio cuenta que un auto venía a gran velocidad por la avenida. El conductor se sorprendió de ver a José justo en frente suyo y frenó inmediatamente.
Mica se asustó al escuchar el estruendoso chirrido de las llantas sobre el asfalto. Presurosa caminó hacia donde el auto se detuvo: el conductor estaba ileso aunque dormido, y una niebla negra se hallaba dispersa en el sitio. Dicha niebla comenzó a juntarse en un punto y tomó forma humana.
Mica quedó absorta al ver que era José quien aparecía así en medio de la noche. Llorando con sus ojos de ébano, el muchacho de la noche se disculpó con ella: “No quería que te enterarás así”, dijo afligido y se desvaneció al percatarse del primer rayo de sol de la mañana.
(continúa)