José notó esa mirada de desconcierto en Mica. “¿Pasa algo?”, le preguntó distendido. “No, nada”, dijo ella y comenzaron a caminar por las calles. Ella empezó a sentir frío y José se ofreció a prestarle el saco que lleva puesto.
Ella agradeció el gesto y se puso el saco: al instante un calor la arropó y la mantuvo cálida. Mica se asustó un tanto que el abrigo fuera tan efectivo. “Debe ser la tela”, le comentó José haciendo una sonrisa al percibir su inusitado asombro.
Mica sonrió también. Llegaron al paradero y pidieron un taxi para que los llevara al lugar donde se conocieron. Una vez que bajaron en el sitio, ella quiso llamar a Katy para que la acompañara, pero no contestó su celular.
“¡Qué raro! Nunca para dormida los sábados por la noche”, le comentó a José. “Ni modo, mejor para nosotros”, afirmó él con aplomo y entraron en la discoteca. Se sirvieron unos tragos y comenzaron a bailar frenéticos al ritmo de la música.
Mica se sintió muy alegre y emocionada: le pareció que como nunca había disfrutado una noche así. Al salir de la discoteca, sus pasos algo tambaleantes por el cansancio y el alcohol, abrazó por el cuello a José.
“Esta noche ha sido muy especial”, afirmó ella y lo besó apasionadamente. Al contacto con sus labios, un frío extremo la atravesó y tuvo que alejarse para recobrar el aliento. “¿Qué fue eso?”, le inquirió Mica recuperándose de su estado etílico.