Joel se inclinó ante la presencia del dios. “Chronos, me encuentro ante ti para demostrarte que mi juventud eterna te puede ser de gran utilidad: déjame conservarla”, rogó ante el anciano que lo escuchó con indiferencia.
Chronos se levantó de su trono. “Eres un humano, no un dios: no tienes derecho a pedir eso”, sentenció el Señor del Tiempo sin una pizca de duda. “No quería enfrentarte”, dijo Joel e invocó el poder de la medalla; sin embargo, quedó desconcertado al ver el salón vacío.
Chronos se había desvanecido, pero su voz estaba en el aire. “No es a mí a quien tienes que enfrentar: es a ti mismo”, afirmó el anciano y, tomándolo por sorpresa, lo golpeó con el báculo en su cabeza.
Joel pareció no haberlo sentido pero, cuando quiso devolver el golpe, un extraño mareo le devolvió imágenes de su pasado: Sofía, Manuel, Fernando, Alexia. Todos hablando contra él, acusándolo, haciéndolo dudar. El joven eterno se tomó la cabeza gritando su dolor.