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Los pueblerinos se sentaron en la tierra, formando círculos de diez a doce personas. Prieto, mi lugarteniente, dio unas directivas y se acercó a informarme: “la plaza asegurada”. Inmediatamente, ordené que separaran a algunas mujeres para que preparen la cena.
Envié a Celina, la tercera al mando, a que vea que trajeran la carne y las ollas. Las mujeres caminaron muy temerosas pero a buen paso. Entraron al corral de una casa cercana y sacaron dos chivitos y dos gallinas.
Una vez que volvieron todas a la plaza, Celina degolló a las dos aves y mató de cuatro disparos a los chivitos. “Para que no se metan con nosotros”, gritó Celina con una sonrisa retorcida, mientras las mamachas lloraban la muerte de los animalitos con mucha pena.