El anciano trata de descansar en la mecedora. A diferencia de otros sábados en su apacible casona, este día fue particularmente agotador. No era para menos: sus dos hijos vinieron a visitarlo por su cumpleaños, con sus esposas y sus nietos.
El viejo hombre tuvo que esforzarse más para escuchar las anécdotas de Víktor y Vladimir, sus vástagos, así como jugar en algunos momentos con los pequeños. Cayendo la tarde, pudo escapar hacia el balcón. Allí estaba su mecedora, aquel compañero de innumerables sueños y pesadillas.
Se dispuso a cerrar los ojos. “Sígueme, sígueme”, escuchó la voz infantil a un extremo de la sala. Medio somnoliento, avanzó hacia dentro de la casa unos cuantos pasos. Y no pudo más: se desplomó sobre el piso con estruendo.
(continúa)