La guerra de los oráculos (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

“Manuel fue alzado en brazos por los desérticos, quienes no imaginaban una victoria así de contundente. Menteuté mismo lo felicitó y lo nombró como su consejero, y le pidió que se mantuviera en su corte.

El joven, héroe pero modesto al fin, tomó la decisión de apoyar al rey, pero también de no estar cerca suyo. “Déjame vivir en el templo de Yilal”, le suplicó el salvador de su pueblo. Como pocas veces, Menteuté se mostró magnánimo y le concedió su deseo, no sin antes nombrarlo Yetro”.

“Abuelo, ¡ese es tu nombre!”, dijo el pequeño nieto mientras se mostró maravillado por el final del relato. “Sí, perdona, es que a veces uno se entromete en sus historias”, sonrió el anciano y sonrió también el niño.

El menor le preguntó cuándo volvería su padre. “No lo sé, pero creo que llegará pronto”, afirmó con una sonrisa. El pequeño se animó, lo abrazó y salió de la estancia. El anciano se acercó hacia las columnas del templo. Mirando al cielo, exclamó: “Hijo mío, espero que regreses pronto del futuro”.

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