Desatada la guerra, Manuel pronto se dio cuenta que no tenía forma de ganar; por lo que reunió a su gente y buscaron desesperadamente algún lugar donde esconderse. Tras duros meses huyendo de noche y guareciéndose en cuevas durante el día, llegaron a una formación cavernosa muy particular.
Él había entrado en la boca de la cueva cuando notó algo extraño: el piso estaba tapizado por dos líneas de acero, cruzadas por innumerables y cortas maderas, las que se perdían hacia dentro, donde a lo lejos podía ver una luz.
Manuel avanzó junto con un pequeño grupo de sus hombres por la senda, acercándose despacio a la luminosidad. Cuando alcanzaron el lugar desde donde venía esa luz, él asomó la vista, quedando sorprendido. Inmediatamente, un extraño olor los alcanzó, dejándolos inconscientes.