Unos tres días más pasaron antes que Rodríguez determinara darle el alta. Aquella mañana, Darío alistó rápidamente sus cosas en la maleta verde. “¿Nos vamos?”, preguntó José con una amplia sonrisa. El joven contestó afirmativamente, al tiempo que agarraba las dos asas de la maleta entre sus manos y salía con solícita alegría por la puerta del cuarto.
Apenas si avanzó unos pasos, cuando vio venir en dirección contraria a una de las enfermeras que la vez anterior estaban conversando. La saludo con un hola; sin embargo, ella tuvo una respuesta parca: se paró un momento y volteó para verlo unos segundos, siguiendo luego su camino.
A Darío lo desconcertó esa acción tan bizarra. “Quizá te confundiste de enfermera”, ironizó josé con la situación, al tiempo que cogía la maleta. “Quizá”, pensó el sobrino al ingresar en el ascensor.
Llegados al estacionamiento del primer sótano, el joven no ocultó su sorpresa al ver el carro de José: un Volkswagen del modelo escarabajo, color beige, de los setentas. “¿No tenías algo más moderno?”, sonrió Darío menospreciando un poco al auto. “Es que no confío en la chatarra ‘moderna’ ”, respondió su tío con sarcasmo.