Llegados a la ribera del arroyo, lo depositó a su amigo suavemente sobre las piedritas. Luego, tomó un poco de agua entre sus manos, la misma que derramó en la cara del desfalleciente. “Vamos, levántate”, lo animó Jano. Neto se levantó, sorprendido de su letargo. Miró hacia el arroyo y se acercó a rastras hasta él, y bebió unos sorbos con fruición.
“¿Dónde estás Mirella?”, preguntó al no verla cerca. Jano levantó el brazo en dirección a la carretera. “Si tenemos suerte, encontrará algo de comer”, afirmó optimista. “Entonces démosle el alcance”, habló Neto mientras comenzaba a caminar. No pasaron ni dos minutos cuando escucharon: “Chicos”.
Ellos apresuraron el paso y encontraron a su amiga tambalearse un poco ante el peso de unas bolsas blancas. “¿Cómo…? ¡Bizcochos!”, dijo Neto interrumpiendo su cuestión al revisar y ver el dulce alimento. También unas botellas de agua. Jano sonrió al verla exhalar un suspiro y sentarse en la ribera.
“Pensé que no teníamos dinero”, le dijo él. Ella sonrió de modo cómplice. “No lo necesitas cuando tienes una chica inteligente”, aseveró Mirella. Como adivinando su pensamiento, ella y Jano volvieron a reír.