Esto devolvió cierta fe a Rodríguez, el doctor, y aceptó la dramática sugerencia. Y ahora, era de mañana y el dolor había desaparecido. Darío esbozó una tenue sonrisa, mientras su mirada se dirigía hacia la puerta del cuarto.
Podía ver a dos enfermeras conversar e incluso pudo escuchar parte de su plática. “Él lo debe saber”, decía una. “No, no nos corresponde”, le retrucó la otra. Finalmente, y tras discutir un rato de forma algo acalorada, decidieron que Rodríguez le comunicara la noticia.
En efecto, como a los cinco minutos, él entró al cuarto del paciente. Parecía cabizbajo, triste, gris. Exhaló un suspiro antes de mirar al paciente, que lo esperaba con aquella tenue sonrisa. Como lo desconcertara el gesto de Darío, decidió auscultarlo.
“¿Algún dolor?”, preguntó incrédulo el galeno. “Ninguno”, contestó visiblemente emocionado el paciente. Rodríguez ya se retiraba cuando el joven habló. “Escuché a las enfermeras decir que tenía una noticia para mí”, señaló intrigado Darío al médico, “¿de qué se trata?”.
“Ya lo sabrá cuando lo vea”, señaló Rodríguez retirándose del cuarto.