La llamó por su nombre mientras trataba de reanimarla. Neto, que se detuvo a observar lo que pasaba, hincó sus rodillas sobre el terreno. Su mirada se fijó en Jano quien, con mucho esfuerzo, logró cargar la humanidad de mirella entre sus brazos y avanzó así con pasos que quería apresurar, mas sus piernas no le dejaban.
En medio de aquella visión desesperada, Neto gritó. “Sálvala, sálvanos”, fue lo único que retumbó en el desolado paraje. Luego, inclinó sus manos en la tierra y, vencido, se dejó caer también. Sentía queno podía continuar más. Que era el fin o, tal vez, la prolongación inusitada y absurda del fin. “Si hubiera muerto en la casa”, murmuró para sí, como queriendo olvidar el sufrimiento de la sed y la inanición.
Su mente se oscureció por largos minutos, esperando callado la llegada de la muerte, cuando de pronto, se sintió levantado en peso, y unos brazos debajo de su espalda. Abrió sus ojos un momento pero el sol en el firmamento lo cegó. “Gracias”, pronunciaron sus labios. “Agradécemelo luego”, señaló Jano caminando más ágil.