Ciertamente sorprendido, Eduardo se despidió a secas de Guillermo y se dirigió a su casa. Aquella noche, cansado, sólo procuró descansar. “Un lobo que no está”, se dijo para sí mientras acomodaba la cabeza en su almohada. Mirando hacia nada, no tardo en quedarse dormido. Tampoco en soñar con la sombra.
La historia se repitió durante las siete noches siguientes, la misma pesadilla, sólo que cada vez más nítida. ¡Y justo esa mañana, cuando por fin vio con claridad a la víctima, la mujer aparecía muerta! Y Guillermo la convertía en un mero personaje de un cuento cualquiera. Ya no quiso pensar más. Se dejó de quejar y, por primera vez desde que el suceso comenzó, se sintió muy tranquilo…
Por poco tiempo. Apenas unos minutos después de haber cerrado los ojos, otra pesadilla irrumpió en su mente. A pesar de lo borroso de la escena, fue suficiente para darse cuenta que había una mancha azul perseguía a una mancha negra. De pronto, la mancha negra se detenía y caía sobre lo que parecía suelo. Eduardo se levantó sobresaltado. “Otro asesinato”, se lamentó, asiéndose los cabellos…