Llegados al segundo piso, abandonado a su suerte, Melvin y Jano ingresaron en los cuartos buscando armas y municiones. Jano abrió uno del los cajones del mueble: dos pistolas y suficientes balas. Salió al pasadizo central, encontrándose con su amigo. “Listo”, afirmó él. Melvin consintió del mismo modo: cada una de sus manos sostenía sendos revólveres.
“Silencio”, señaló Jano. Oyeron claramente unas pisadas sobre los escombros de la explosión en el primer piso. Ellos se miraron: “Avanza”, ordenó Jano, y Melvin corrió por la escalera hacia la azotea. Los hombres subieron la escalera al segundo piso. Entonces, Jano disparó a matar mientras empezaban a subir.
Terminada la primera ronda, subió también a la azotea en medio de un fuego graneado de los refuerzos que ingresaban. Alcanzado su objetivo, Melvin le indicó que se ocultara detrás de un pequeño cuarto que había allí, al tiempo que él mismo tomaba posición detrás de la entrada. Cinco maleantes aparecieron, avanzando en grupo cerrado para no verse sorprendidos.
Dieron unos cuantos pasos antes que una granada viniera desde el aire y estallara sin haber caído al piso. “Corre”, gritó Melvin, quien había lanzado el artefacto, acelerando su ritmo hasta el final del techo. Jano lo siguió al verlo saltar hacia la azotea contigua…