Abriste los párpados, y una sensación de ahogo se apoderó de ti. Tosiste unos segundos intentado entender por qué aún respiras. Ves a tu alrededor. Estás sentado sobre el asiento verde de un ómnibus. De hecho, no parece haber nadie más aparte, salvo el conductor. Miras por la ventana. “¿Dónde estoy?”, te preguntas mientras el transporte avanza por calles estrechas.
“Paradero final”, escuchas decir al tiempo que el ómnibus para en una esquina solitaria. “¿Dónde estoy?”, preguntas esta vez al conductor antes de bajar por la salida. “Eso sólo a ti te toca descubrirlo”, responde con una sonrisa amable. Desconcertado, sólo atinas a devolverle la sonrisa cuando mueves tus piernas por los escalones.
Empiezas a caminar hacia el norte esperando encontrar gente. Oyes un sonido muy particular. “Una banda”, reconoces la melodía y corres hacia donde proviene. En efecto, la banda está tocando mientras un gentío acude a una procesión. Avanzas entre la multitud, intentando llegar entre los primeros porque la imagen ya está entrando a su santuario.
Entras con el primer grupo de fieles, el que retornó al Cristo sobre sus hombros. Lo han colocado sobre el piso de la iglesia. Luego, le han quitado el pesado manto negro que en sus espadas descansaba. Uno de ellos se lleva el manto en sus brazos. Se acerca a ti, y lo deposita en los tuyos. “Te toca cuidarlo”, te dice con confianza mientras una sorprendente luz ilumina el santuario…