Por lo que últimamente estuve más ocupado en pensar en Rosalía y buscar a un posible reemplazo que a escribir. Y fíjese, joven, que observé buenos prospectos: informes de verdaderos talentos con potencial de convertirse en ilustres luminarias leí sobre mi mesa pero, en el momento de la verdad, no supieron ser discretos. Y lo lamento mucho por ellos, porque pasarán por la historia sin que el mundo los recuerde.
– Un momento, -pareció extrañarse el periodista- ¿eso significa que yo…?
– Sí. Tú has sido el elegido.
– ¿Y qué le hace pensar que yo aceptaré?
– Porque te conozco. Eres dedicado y pulcro en tu trabajo, un idealista y muy sacrificado. Sé que renunciaste a mucho, incluso a un buen puesto corporativo y aceptar un modesto puesto en un periódico, sólo por desarrollar tu sueño: ser un gran escritor.
El periodista quedó mudo un par de minutos. Ciertamente, conocer a Valera era como tocar ese ansiado sueño. ¡Y escucharlo proponerle ser su sucesor es más de lo que podía pedir! Dejó su libreta y su lapicero a un costado sobre el sillón y se tomó la cara con las manos. Unos segundos después, su emoción se reflejó en un sollozo y las lágrimas que caían por sus mejillas.
– Y bien, -prosiguió el misterioso escritor- ¿aceptas?