Archivo por meses: julio 2010

El sonido del cucharón contra la olla… (hasta siempre, primo Willy)

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Sí, ayer fue un día muy frío. Como aquel día que me abrigaba dentro de la cama tratando de imaginar un sueño que de pronto mi primo Willy interrumpió. Eran las seis de la mañana, y un sonoro golpear del cucharón de madera contra una olla destruía las insensatas fantasías que no he vuelto a recordar. Y, sin embargo, sí recuerdo aquella sonrisa alegre y contagiosa que nos parecía socarrona por sacarnos del letargo.
Y como esa vez, hoy a las seis de la mañana nos volviste a despertar, no con golpes de olla, no con tu sonrisa serena, sino con aquella llamada sentida que nos anunció tu partida. Pensar que ayer te fui a visitar, teniendo otras cosas también urgentes que hacer, pero me dijeron que estabas muy enfermo, que tal vez no te volvería a ver. Y fui a tu encuentro, deseando que te alcanzara para poder despedirme. Y pude hacerlo.
Y hoy como aquel martes, volveré a tu lado, primo Willy. No hablarás, mas no será necesario: el mensaje ya fue enviado. Y las diferencias y discusiones, quedan olvidadas. No sé si pueda dormir hoy. Pero, si lo hago, será con la convicción que, desde el cielo, el sonido de un cucharón contra una olla me habrá de despertar…

[A los estimados lectores:

El Blog de Héctor Sánchez entra en receso por el luto de quien escribe. Les pido su mayor comprensión en este difícil momento. Y, como la vida continúa, vuelvo la semana próxima con la continuación de las historias.

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Entre Emi y Rodri: de repente algo, de repente nada… (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

Emilia seguía equivocándose en algunas operaciones pero, al cabo de unas tres semanas, la mejoría fue evidente: un par de prácticas aprobadas y un final salvado con cierta cuota de dramatismo. Había logrado pasar ese curso; sin embargo, era una pírrica victoria comparada con los inobjetables desastres en los demás.

Sentía que no estudiaba de la misma manera con otra gente, que Rodrigo tenía un no-sé-qué que lo hacía peculiarmente entendible. “Debo tenerlo cerca”, fue el pensamiento que se propuso para el siguiente ciclo y lo cumplió: en sus conversaciones ocasionales sobre la carrera, Emilia descubrió una por una las materias que el joven llevaría.

Así que el primer día de aquel nuevo semestre, Rodrigo quedó sorprendido de verla en sus clases, pero comprendió enseguida su plan. “Hola, Rodri”, lo atajó ella al final de la sesión, “veo que llevaremos cursos juntos. ¿Me ayudarás?”. “Claro”, respondió él sin dudar, “¿cuándo comenzamos?”

-No sé… ¿el viernes?
-Ya, está bien.
-A las 4.
-Eso quedamos bien luego. ¿Te llamo…?
-No, no puedes.
-¿Por qué?
-¿Por qué…? Porque tengo celu nuevo… ¿me pasas el tuyo?

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El hombre en la capucha (capítulo diez)

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(viene del capítulo anterior)

Los bomberos estaban terminando de apagar el incendio. Neto, en cierto modo conmocionado, miraba desde el espacio que antes había ocupado la puerta de la bodega. El amigo con quien había concertado el pase le había avisado sobre las explosiones y, raudos los dos, fueron al lugar, donde si apenas puedo retirar a su tío de la vereda.

Demetrio tenía algunas magulladuras y pequeñas quemaduras. “¿Quién te hizo esto?”, le preguntó el ansioso joven. El viejo avaro sólo a decir “un hombre con capucha”. Luego le entregó un papel que sacó de su bolsillo. “No sé quién es, pero quizá él te ayude a encontrarlo”, agregó Demetrio antes de ser subido a la ambulancia.

Neto no perdió el tiempo, cogió su celular y marcó el número escrito. “¿Aló?”, respondieron del otro lado. “Hablo de parte de Demetrio”, señaló el joven. Contó que necesitaba hablar con el jefe, que el negocio había sido destruido, y que tenía pistas que conducían al responsable. “¿Dónde te encontramos?”, indicó la voz. Neto dijo que lo encontrarían en el hospital.

Él entró con su tío por emergencias, pero el viejo tranquilizó al muchacho y éste se dirigió hacia la sala de espera. No pasó mucho rato hasta que un hombre bien vestido le preguntara si era el sobrino de Demetrio. Neto asintió y el hombre le pidió que lo acompañara al estacionamiento. Abrió la puerta de una limosina estacionada, señalándole que pasara. Neto se sentó, y frente a él divisó la figura de una persona oculta tras unos lentes y un sombrero.

“Tú eres Yerbo”, casi susurró el joven. “Así es. Tú debes ser Neto, tu tío me habló de ti”, contestó el otro, agregando a continuación: “¿qué favor quieres que haga?” Neto se sorprendió por la cordialidad del interlocutor, pero fue al grano: “Necesito que encuentres al hombre en la capucha. Es el responsable de todo esto”. “¿Y qué harás cuando lo tengas?”, preguntó Yerbo. “Morirá”, respondió Neto sin vacilar…

(continuará) Sigue leyendo