La luz de la mañana empezó a entrar por la ventana del dormitorio. Mirella se levantó y miró a su costado. Jano aún dormía apacible, casi se diría con una sonrisa en los labios. Ella se tapó con una sábana sobre el pecho y caminó hacia el baño. Vio en el espejo las marcas dejadas por los moretones pero, sobre todo, se fijó en sus ojos, aquellos ojos que, después de mucho tiempo, volvían a llorar de alegría.
Vinieron, entonces, a su memoria aquellos viejos tiempos donde todo era felicidad, en los paseos por el mall o el parque, las salidas al cine o a la disco, los besos, los abrazos, la primera vez… Y de pronto, también empezó a recordar las desapariciones súbitas, los cambios de ánimo y el inconsistente “te explicaré luego” que Jano con excusas siempre respondió.
“Pero ahora todo será distinto”, pensó para sí. El amanecer se había hecho ya presente, y Mirella consideró que era tiempo de despertar a su galán, llenarlo de besos y seguir en la ducha. Sin embargo, al entrar en el cuarto, notó que una sombra no había desaparecido aún. Parado frente a ella, con la capucha negra puesta, él la esperaba. “Tenemos que hablar”, dijo Jano dejando su cara al descubierto…