Pasaron cerca de cinco días antes que Jano, consumidas las pastillas que le entregó Neto, empezara a sentirse sin temblores. “De nada man”, le dijo Neto. “¿Y sigue tu tío con esa bodega?”, preguntó Jano, “Porque no encuentro muchas cosas baratas por mi zona”. Neto asintió, animándolo a que fuera porque desde hace mucho que su tío no lo veía.
Más tarde aquel mismo día, el joven se encaminó hacia la tienda de Demetrio. El viejo avaro y su sobrino estaban allí. “A los años”, lo saludó efusivamente el hombre, mientras le invitaba una gaseosa. Estuvieron conversando alegremente cerca de una hora, hasta que Jano indicó que se tenía que ir, y preguntó si le podía prestar su baño.
“Cómo no, sobrino”, afirmó Demetrio con una ligera sonrisa, “por el pasillo, en la segunda puerta a la derecha”. Jano avanzó por el corredor poco iluminado hasta llegar al baño. Sin embargo, sintió un olor extraño en dirección de la puerta contigua. Entró en dicha habitación: acumulados en dos de las paredes se encontraban varias bolsas grandes y oscuras.
No tardó mucho en descubrir su contenido: el tipo de pastillas que Neto le envió la otra noche. Rápidamente salió de allí, fue al baño y, un par de minutos después, volvía por el pasillo. “Me alegra verlo tan bien”, dijo algo agitado a Demetrio, “cuídese mucho”. “Nos vemos”, se despidió de Neto, que le respondió de igual forma…