Los dos lados del espejo (capítulo 3A)

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(viene de la parte anterior)

Bruno A comenzaba a quedarse inconsciente, mientras una sombra oscura lo sostenía de las piernas mientras intentaba quitarle la soga. Él cayó pesadamente sobre el suelo aún respirando con dificultad. Cuando se recuperó, miró con extrañeza a Noelia, la chica alta, fornida y de cabello largo amarrado que le había salvado la vida.

“Veo que estás mejor”, dijo ella con el tono ronco de su voz, viéndolo de una forma casi inexpresiva. El joven preguntó por qué lo había salvado, pero ella calló. Le extendió su brazo y lo ayudó a levantarse. Bruno se animó a seguirla mientras su cabeza continuaba pensando cómo era que aquella joven tuviera ese porte tan varonil y atlético.

Luego de salir de la casa y caminar por el bosque cercano, finalmente Noelia le señaló una pequeña cueva. Ella prendió un fuego arrojando un fósforo encendido a los papeles que había en un barril de desechos. La cueva se iluminó y Bruno descubrió algunas botellas de licor y papeles con mensajes suicidas.

“Aquel día lluvioso”, recordaba Noelia, “tú me salvaste”. Bruno tuvo entonces en su cabeza la memoria de aquella chica flaca hundida en una depresión por haber sido vejada, aquella que se había dado a la inanición y la bebida mientras intentaba terminar con su vida, y cómo la rescató de una muerte segura al llevarla al hospital cercano.

“Y esa vez, entendí que también había personas a las que les importaba”, prosiguió Noelia en su relato, pero su rostro, iluminado de súbito, volvió a su inexpresión: “pero no quería deberte el favor, así que estamos a mano”. Luego que salieron del bosque, él le preguntó si la volvería a ver. Noelia dibujó una sonrisa y asintió con la cabeza. “Búscame mañana en la biblioteca”, dijo Bruno A entrando en la casa…

(continúa)

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