Pero… regresa

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Tabo y yo terminábamos una de esas conversaciones aburridas antes que iniciara la clase. Empieza el invierno y lo que más queríamos era entrar al salón y quedarnos dormidos bajo el arrullo de un soponcio de exposición. Fue entonces que apareció un hombre alto, de contextura algo ancha y una sonrisa dicharachera.

“Pasen muchachos”, dijo el recién llegado. Apenas si miró a los estudiantes y con un “interesante grupo” empezó su disertación. La claridad de las definiciones y lo fluido de su argumentación rápidamente capturaron a su joven auditorio, además de su fácil e hilarante capacidad para responder nuestras obvias preguntas y cancherearnos delante de los demás.

“Y así”, casi entonó la frase al final de ese día, “termina la sesión del señor Mosquera”. Soberbio cierre para quien, sin embargo, le dieron el apodo de “Lucha Reyes”, no por lo criollazo de su personalidad sino por un desafortunado evento ocurrido al avanzar el curso. Fue uno de esos días donde la desesperación por conseguir nota se hacia palpable y los resultados del examen parcial no aparecían por ningún lado.

Mosquera explicó que había sucedido un traspapelamiento en la oficina administrativa y que tenía que atender en persona el asunto. Así que íbamos a esperarlo en el aula y, mientras hacíamos las pautas sobre las que basaríamos nuestro trabajo final, él iría a arreglar el entuerto. “Ya regreso”, señaló sin más.

Paso media hora, una hora, acabó la clase y no volvió. A la semana siguiente, el profesor ofrecía disculpas por su súbita ausencia ya que le comunicaron de un impensado hecho fortuito que requería de su máxima atención. Pero eso no fue impedimento para que, desde entonces y en adelante, cada vez que lo divisaban por allí, cantaran presurosos: “pero… regresa”.

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