Miércoles siete y cuarto de la mañana. Manuel despierta paranoico y corre hacia el baño, se quita el polo y empieza a verse en el espejo. Descubre algunas marcas en su cuello y en el pecho, como lo había soñado. Inmediatamente, sale de allí y va hacia la puerta de su casa.
Pone el cerrojo, se dirige hacia la cocina, coge un cuchillo y espera agazapado en un rincón de la sala. Suda frío mientras trata de mantener su respiración silente ante lo apresurado de sus acciones. Tras un rato de tensa calma, considera que no hay amenaza visible y abandona su escondite.
Se echa en el sofá y, luego de unos segundos, aprieta el control remoto. Encuentra un programa científico donde están entrevistando a un cosmólogo: “lo común es que estos mundos paralelos estén separados a pesar de compartir un mismo espacio-tiempo. Pero si por algún motivo pudieran conectarse…”
El cansancio acumulado por la tensión lo adormila al joven unos minutos. Cuando despierta de nuevo, siente un aire frío que parece provenir de no muy lejos. “Quizá he dejado abierta una ventana”, pero no se lo queda pensando y deja la sala en dirección a la cocina. Y entonces observa que el viento entra por la puerta… que está abierta.
Raudo, examina el cerrojo y descubre que ha sido violentado. La cierra y la tranca con una silla. Luego, desesperado, va hacia la sala y descubre que el afilado utensilio ha desaparecido. El miedo se apodera de él y trata de retornar sobre sus pasos, mas siente una aguda punzada atravesándolo. Mira hacia su polo, que empieza a sangrar por el orificio de salida.
Manuel se desvanece sobre el sofá y empieza a recibir certeros cortes que trozan sus pulmones, mientras su propia sangre lo ahoga. Voltea a mirar a su atacante. “Ya sé que eres tú”, dice mientras el brillo de sus ojos se apaga sin demora.