Tras llegar al sitio en que yace el segundo cadáver, el análisis repetitivo y las fotos de rigor, ahora sí Gómez empezaba a considerar, ciertamente con cautela, toda creencia del forense pero, sin una pista clara que delate al asesino, aún se devana la cabeza procurando tener una explicación lógica a crímenes ilógicos. A los cinco días, otra llamada remeció la delegación. León entró en el despacho del detective quien, con sólo mirarlo, entendió la indirecta. Recordando a la segunda víctima, Gómez salió raudo de allí diciendo: “Veamos quien te sigue, Camila Calenda”.
“¿Qué hallamos?”, preguntó el detective al presenciar a la tercera occisa. Jenifer Garza, 27 años, soltera, delgada, vecina de la zona, fue la escueta descripción del oficial de policía que arribó primero. León volteó el cuerpo, encontrando las mismas marcas en el cuello, mas una peculiaridad se destadaba: encontró un par de jeringas usadas. “De Almeida no es médico”, señaló Gómez. “Pero también puede que sea un despiste”, opinó el forense.
“¿Y si quizá…”, el detective empezó a cuestionarse mientras volteaba la mirada y veía la gente que se juntaba a curiosear en torno a la escena del crimen. Como en una súbita iluminación, divisó a un joven que lo miraba fijamente. Vestía casual, con pelo corto y unos lentes, mediana estatura y de faz poco agraciada. Entendiendo que tenía su atención, el curioso levantó las manos, las mismas que estaban cubiertas por guantes de látex manchados de sangre.
Gómez olvidó pasar la voz y se lanzó a correr detrás del desconocido, el que huía por una esquina hacia la calle del lado izquierdo. El detective lo persiguió mientras las patrullas intentaban cercar al fugitivo por el otro lado del camino. Antes de llegar a una moto estacionada, el de lentes fue embestido por uno de los patrulleros, al tiempo que, más tranquilo, el detective sacaba las esposas de su bolsillo.