La muerte del vampiro

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Es una noche sin luna y la mujer camina con cierta prisa, intentando llegar al próximo paradero. En la esquina del colectivo se encuentra con un hombre alto y bien parecido. Luego de un rato esperando, ella le pregunta hace cuánto pasó el último transporte.

“Diez minutos como mínimo”, contesta el sujeto con seguridad. Él le aconseja caminar unas cuadras hasta una parada más cercana. Ella agradece el consejo pero no quiere ir sola: la noche que avanza y la confianza que le inspira la animan a pedirle compañía.

Apenas sus pasos llegan a la siguiente esquina, ella se siente mareada y los pies no le responden. A punto de caer, dos brazos la sostienen. “Gracias”, dice ella. Entonces, dos punzadas aterrizan sobre su cuello; intenta zafarse pero es inútil. Sus fuerzas se van de pronto mientras consigue observar dos ojos de suma brillantez.

(continúa)

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