Un paro respiratorio acabó con su vida el último jueves. Tenía 50 años y una larga gira le esperaba a partir del próximo mes. Ya no será porque el denominado Rey del Pop exhaló su último canto. Desde muy pequeño conoció las mieles de la fama, a partir de la irrupción, en la escena musical, de la banda conformada junto a sus hermanos, los Jackson Five. Era apenas 1963 y la carrera del pequeño apenas comenzaba a crecer.
Para finales de los setentas, el brillo de su estrella era intenso; sin embargo, faltaba el disco que lo convirtiera en leyenda. Eso es “Thriller”, su producción de 1982, que no sólo es el disco más vendido de la historia, sino también su pasaporte a la eternidad. Desde aquel momento, aquella misma fama que construyó, lo empezó a destruir: primero, el cambio del color de su piel (según el cantante, causado por el vitíligo, enfermedad despigmentadora) y, después, los escándalos mediáticos, cirugías faciales y problemas judiciales por pedofilia.
Ahora que se fue, incluso sus médicos están acusados por la familia de Jacko bajo el argumento de sobredosis de fármacos. Quién sabe si esa será la razón de su muerte. Lo cierto es que él buscaba llenar con pastillas aquel vacío de alma que, muchos comentan, el afecto de sus parientes no podía. Tal vez sea esta la razón por la que la fama convirtió a un pequeño niño negro de Gary, Indiana en un deprimente hombre blanco de Los Ángeles.