Si la felicidad no se parece a esto, pues no sé qué forma puede tener. Estoy cansado y tirito del frío pero me importa poco. Lo real y relevante es ella, la mujer que, envuelta en frazadas, duerme tranquila en la cama generosa de mi cuarto discreto.
No tenía plan para que esto pasara, pero tampoco soy indiferente a una situación como tal. Ir con amigos, beber, bailar con las minas, flitea un rato, besar. Salir de la disco, llegar a un cuarto. Revisar mis bolsillos y no tener un billete me obligó a invitarla a mi espacio compartido.
Compartido y de suerte que el otro inquilino no llegue de aquel seminario vespertino de viernes. Llegar y darte cuenta que tus ojos, tus manos, hasta tu cabello tiembla. Ella no será una niña pero temes hacerle daño.
Y ella te besa, se desnuda y se entrega, pidiéndote cariñosamente que la toques y la excites hasta que no pueda más que estallar. Despojado de tu armadura de tela y rompiendo absurdos tabúes, te entregas a ella y tu cuerpo entra en su misma sintonía, en total armonía con los elementos y tus creencias.
Tras orgásmico idilio, ella se derrumba y se te queda mirando, mira y remira, mientras acaricias su pelo. Y se duerme, mientras piensas si la felicidad no se parece a esto…