8 y 10 am. La hora en que tomas la coaster es lo suficientemente temprana como para llegar sin sobresaltos a trabajar. Subes sabiendo que la incomodidad es evidente: los asientos ocupados, al igual que medio pasillo, te obligan a colocarte, junto a la maleta que cargas, lo más cerca posible de la puerta para evitar complicaciones a la hora de bajar. Igual, el conductor se detiene a cada rato en Pershing para recoger uno que otro pasajero de los improvisados paraderos de esta avenida de amplia berma pero estrecha vía.
8 y 20 am. Después del tedio generado, finalmente la coaster entra a Javier Prado. cnvencido de que tendrás viada hasta cerca de Arenales, rehúsas sentarte en el vacío asiento que dejas lo ocupe una mujer. Las calles una a una empiezan a pasar; de pronto, el carro se detiene a pocos metros de Palmeras. “Ta mare”, susurras enfadado, y no es para menos: una policía da el pase a los de esta transversal mientras espera que el tráfico se descargue en el siguiente cruce.
8 y 30 am. Luego de esta espera, el transporte logra avanzar un pequeño tramo, cada vez más cerca de Arenales. Y otra vez, la sin razón del uniformado los detiene dando pase a los que ingresan a Camino Real. La gente en el carro comienza a fastidiarse, y algunos más avezados ya se lanzaron a la calle, a caminar unos metros mientras encuentran otro bus que avance a su destino. Lo cual permite que agarres sitio pero ¿para qué? De todos modos vas a sufrir los caprichos del poli de la esquina. “Cómo te odio, tombo de Arenales”, piensas para ti.
8 y 45 am. Soportando como puedes el calor de esta estival mañana y el pérfido atolladero, cruzas -¡por fin!- la intersección demorada. Miras tu reloj y la incomdidad se te sale por los poros. “Joven, poco gana molestándose. Total, así es siempre en esta zona de la ciudad”, me solivianta el señor ya mayor que está sentado a mi costado. Sí pues, no vale la pena despotricar contra el chofer o su sudoroso cobrador, poco entienden la actitud de este novato oficial.
8 y 55 am. cual vía dolorosa, llego finalmente al paradero de Begonias. Bajo y corro por el puente peatonal que conecta con Panamá. empiezo a sudar pero no me detengo: ya voy tarde y ni los muchachos pueden salvarme de tal demora. El inoportuno cruce de Canaval y Moreyra me detiene un par de minutos más, con los autos que en tropel raudos por la pista van. Tras el semáforo en rojo, otra vez a correr con más furia y con más desesperación, con las 9 y 10 y con el sudor en vano, inquieto vas, alargando tu agonía.