Son las diez de la noche y recién voy para mi hogar. Camino sin apurarme, pensando en todo lo bueno y lo malo ocurrido en el día. Aletargado por mis propios comentarios, empiezo a sospechar que alguien me sigue de cerca. Miro a diestra y siniestra: sólo un camino llano que me conduce a mi próxima parada. Es entonces que la veo en su completa dimensión, es una sombra.
Aquella sombra que se camufla con los edificios, se encuentra frente a mí, silente, oscura, poderosa. Corro, y corro, y corro más rápido, intentando que no me alcance, pero es inútil: es sombra y conoce mis movimientos. Por segunda vez, cara a cara, decido no huir y vencer a este espectro en su propio juego; cara a cara nos enfrentamos y lo sostengo, asfixiándola lentamente. Mas estoy exhausto, y caigo rendido…
José despierta sobresaltado y corre una última vez para ponerse a buen recaudo en una bodega que aún está abierta. Mientras toma una gaseosa para recuperar el aliento, Alicia entra en la tienda y lo saluda, y de pronto ella se perturba: los ojos de José se ven brillantes y penetrantes. Agobiada, disimula el miedo, y le pregunta cómo está. Con voz suave pero firme, él contesta: “mejor que nunca”.