Hoy, que me encuentro frente a sus sepulturas, no puedo menos que pensar que he quedado un poco más solo de lo que estaba. Miro las flores que he llevado: hermosean vivaces, pero después marchitarán. Ellos eran tan iguales a las llamas de las velas; empezaron a crecer cuando súbitamente se apagaron. Lo más extraño es que me siento culpable de dos muertes que no cometí, me pesa tanto no sentirme tranquilo, por eso quiero confesar mi desgracia si eso puede calmar mi alma.
Ana María y yo éramos amigos inseparables de la infancia, habíamos cruzado juntos los umbrales de la adolescencia y conllevamos los problemas del otro escuchándonos y comprendiéndonos mutuamente. Conocía a su familia y me tenían en alta estima, anhelando que me integrara a ellos. Eso pudo haber sucedido, de no ser porque ella encontró a Marco Antonio en circunstancias por demás peculiares.
Aquel viernes, regresando contenta con él, me dijo que paseaba por calles inhóspitas cercanas a su casa, cuando un delincuente empezó a acosarla. Ella no corría muy rápido y el fascineroso ya la iba a alcanzar; entonces apareció Marco, y luego de una pequeña pelea redujo al acosador, llevó a Ana a su miserable pensión y, después que se calmó, la acompañó hasta su casa.
A pesar que su sucia pinta y sus viejas ropas, me inspiraban algo de desconfianza -e incluso terribles celos-, no dejé de agradecer a Marco por su buena acción. Esto sorprendió mucho a la familia de Ana. Es así como ellos empezaron a verse, visitándola él muy a menudo, y aquel día que se besaron por primera vez, me lamenté haber muy tarde descubierto que no sólo la quería como una amiga.
Sin emabargo, no fue hasta cierto episodio que el alejamiento se hizo patente. Era un tarde-noche de otoño en la casa de Ana, y había estado algo resfriado, y a Marco se le ocurrió contar un chiste muy celebrado que nos hizo reír a todos los presentes. Por el contrario, yo tuve tan mala fortuna que la risa me causó un acceso de tos y arrojé una verde y babosa mucosidad. Sentía el ridículo, y más aún cuando no cesaban las carcajadas de Marco: eso me sublevó el ánimo y quise pelearme con él, pero me contuvieron. Finalmente decidí irme, y mi amistad con Ana comenzó a enfriarse.
Los días pasaron y las semanas también, transcurriendo cerca de diez meses. Durante aquel tiempo, Marco empezó a demostrar que podía ser un buen partido para Ana. Primero consiguió un pequeño trabajo -que le deparó gran progreso personal- y, mientras ella y yo estudiábamos en la universidad, los padres de mi aún amiga lo ayudaron en su educación, debido a sus escasos recursos. Ante los fallos y tristezas, era ahora él quien la consolaba, y pasaron de enamorados a novios oficiales: todo esto con gran pesar mío.
Una vez consolidada su relación, ya sólo me quedaba preguntar sobre ella por teléfono. Es así que, llegado el cumpleaños de Marco, los familiares de Ana le regalan una reluciente moto. Bastó un curso intensivo de manejo para que ellos empezaran a salir y pasear en su nuevo transporte. Se veía que disfrutaban esos momentos tan felices, pero el destino les jugó un terrible episodio. (continúa)