La ruta de Miriam

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Parecía ser capaz de decirlo, pero algo extraño me contuvo. ¿Por qué tuve que hacer eso? ¿por qué ante Miriam? Ella, cuyo único pecado había sido el de seducirme con su mirada. Bastó estar sentado en una banca cuando Miriam pasó, para sentir, desde ese día, los latidos acelerados de mi corazón, consecuente con aquella tierna mirada.

Jano no tenía forma de encontrarla en los cursos, y eso le hizo sentirse impotente y desesperado. Se le pasaban las tardes sin clases tratando tan sólo de recrear ese momento; sin embargo, aquel día en el paradero, ese destructivo sino se disipó: Miriam subía a un transporte, el mismo que iba parte de la ruta hacia su casa. Para su mala suerte, esa noche se encontraba cansado y reaccionó tarde: observó, como cualquier otro espectador, cuán rápido el colectivo se alejaba.

A pesar de eso, no cejé en mi esfuerzo por volver a tener una oportunidad como la perdida. Días después, en que írritas tardanzas impidieron que me la encontrara en la esquina, pude cumplir la primera parte de mi cometido, así me haya costado el clamor popular:

– Disculpa, amiga. Siéntate.
– Gracias, pero estoy bien parada.
– ¿Estás “bien parada”?
– Sí, aunque… creo que es mejor que me siente.

“¡Desconsiderado con los viejos!”, alguien requintó. “Vaya. ¿Qué pasa? ¿qué he hecho yo?”, protesté. “¿No ve que hay una anciana que no encuentra sitio? ¡Y encima hace sentar a una joven!” Me equivoqué, y debo decir que poco faltó para que me lincharan. Me encontraba temeroso, mas su sonrisa cómplice me devolvió la confianza.

Así fue como comenzó una relación amical y, aunque ella le gusta, Jano no sabía cómo explicar ese sentimiento nuevo que empieza a nacer. Pasaron cerca de cuatro meses, tiempo en el cual el ciclo languideció: muchos días los pasaba aciagos sólo de no encontrarla. Le mandó un e-mail, y Miriam le dijo que había decidido salir más temprano para estudiar, en el cálido hogar, las materias menos entendibles.

Por fin, días después, acertó a subir con ella al bus y, afortunadamente, encontró dos asientos juntos vacíos. Jano se sentía sublime, todo parecía perfecto: lo que pasó -odioso es decirlo- fue algo que ni siquiera imaginó.

El microbús marcha lentamente, como invitando a un momento especial: empecé a hablar de los cursos, y del intento que hacía por entenderlos. Ella, opinaba sobre uno de sus trabajos recientes. Entonces, el cansancio de aquella tarde me jugó una mala pasada: mientras ponía mi brazo detrás suyo, empecé a soñar despierto, imaginando un momento feliz.

– Te amo.
– ¿Qué dices?

Reaccionando, sólo atine a decir “no nada, sólo que mira: allí está la próxima parada”. Anuncié al cobrador que estabamos prestos a bajar. Luego de pagar los pasajes y pisar la acera, me sentí avergonzado a su lado, mas ella no parecía estar turbada. “Allí viene mi segundo carro”, dijo Miriam. “Adiós, nos vemos mañana”.

Jano no respondió. Lentamente aceptó el designio, a pesar de su pesadumbre. Después de cruzar la pista, una lágrima surcó su mejilla.

(Escrito un día entre 1999 y 2004)

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