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Por: Luis Teobaldo Ibarra*
UNA VEZ MÁS Los hijos de Jauja, residentes en la Capital de la República, nos reunimos en los estudios de Radio Nacional del Perú para conmemorar, en este primer domingo de octubre, el Día Patronal de nuestra ciudad nativa, como lo venimos haciendo desde hace ocho años.
No habría sido posible llevar a cabo esta conmemoración anual si no hubiéramos contado con la gentileza de la Dirección General de esta Estación que, al cedernos sus micrófonos, nos permite llevar, periódicamente, nuestra voz, no solo al trasmonto de los Andes, a cuya región pertenecemos, sino al orbe entero, gracias a su gran poder que la sitúa entre las mejores y más acreditadas radiodifusoras de América. Ante tanta gentileza ya que hemos contado, también, con su acogida para celebrar anualmente la fundación española de Jauja es un deber agradecer las facilidades que nos ha concedido esta entidad estatal, lo que cumplo con hacer desde esta tribuna, en nombre de los hijos de Jauja y, especialmente, en representación del Comité Pro Jauja organizador de estas celebraciones, cuya presidencia ejerzo sin ningún merecimiento.
Viene de España nuestra ilustre progenitora la costumbre, hondamente arraigada en el espíritu de los pueblos de indoamérica, de exteriorizar, en forma realmente multitudinaria, el culto a ciertas efigies que representan deidades de nuestra religión. Jesús del Gran Poder y la Virgen Macarena, entre otras, son las de mayor veneración en el suelo español. Entre nosotros sin dejar de mencionar el crucificado de los Milagros de esta Lima antañona que en estos días octubrinos es paseado en hombros por miles de devotos entre oraciones, cánticos y plegarias conmovedoras, podemos citar al Señor de Luren de Ica, al Cristo de los Temblores del Cuzco, la Cruz de Chalpón de Lambayeque, las Vírgenes de Caima y Chapi, de Arequipa, la de las Mercedes de Paita, la de La Puerta de Otuzco, la de los Dolores de Tacna, la del Carmen del Callao y la de Nuestra Señora del Rosario en Jauja.
La Virgen del Rosario, que se venera en Jauja, es una hermosa imagen, de gran tamaño, que según la tradición, obsequiara el Rey Carlos V de España para la Catedral del Cuzco, pero que, por motivos desconocidos, se quedó en Jauja para ser venerada en la primera catedral de Sud América, fundada, definitivamente, el 25 de abril de 1534, junto con la primera capital de la Gobernación del Perú, en la que es hoy apacible, melancólica y estacionaria ciudad de Jauja y, por consiguiente, otra hora primera capital del Perú y de la América, como lo recordamos, románticamente, y de continuo, los jaujinos, por ser un título nobiliario que nuestro pueblo alcanzó hace más de cuatro centurias; pueblo del que el Decano de la prensa nacional se expresa así al término de un interesante artículo publicado en la mañana de hoy: “La realidad actual de la ciudad peruana que hoy festeja el aniversario de su fundación, dista por supuesto mucho de la fama que le ha dado la leyenda. Pero siempre la sola enunciación de su nombre, lleno de sugerencias, estará prestigiado por la evocación de una aureola de poética maravilla”.
La Virgen del Rosario, a la que las clases populares y aún las connotadas, suelen conocer y nombrar denominándola “Mamallanchic Rosario”, que en quechua quiere decir nuestra madre del Rosario, preside, desde los orígenes del Perú colonial, los destinos del pueblo de Jauja, ya en las horas felices como en las adversas. Todas las plegarias se dirigen a Ella como la tutora que es de la ciudad. En la sucesión del tiempo, grandes y pequeños se han prosternado a sus pies. Lo hicieron así Bolívar, Sucre y Arenales. Lo hizo, también, Cáceres, el Brujo de los Andes, quién bajo la protección de dicha Virgen organizó en Jauja la resistencia armada contra el invasor araucano en la infortunada guerra del 79.
Los recuerdos y las añoranzas de nuestra niñez, de esa época dorada en que todo es color de rosa y no se vislumbra ni presiente lo duro de la vida y sus tremendos contrastes, están fuertemente ligados a nuestra patrona, por ser ella la madre, que en actitud bondadosa, con los brazos abiertos a todas las ternuras, parece decirnos muy quedamente: “Soy vuestra madre, pedidme lo que queráis para concedéroslo”.
Felices y dichoso días aquellos, ya lontanos, en que, libres de preocupaciones, siendo aún adolescentes, solíamos salir bulliciosa y precipitadamente de nuestros hogares, atraídos, muy de mañana, por los cohetes, las tocatas y los acordes de sendas bandas de música, encabezadas por los émulos Ortega y Buendía, contratados por los padrinos opulentos de la fiesta de la Virgen del Rosario, llámense estos Alejo Bravo Ibarra, Manuel Olivera, Santos Navarro, Manuel Rojo o Francisco Solís y Otaiza, quienes a su turno, con gran derroche, reunían a sus amigos desde un mes antes, para la labranza de ceras para la procesión y para preparar sobre todo, los castillos de fuegos artificiales con que habían de competir la víspera del primer domingo de octubre, en la plaza mayor, en medio del regocijo y la algarabía de millares de espectadores, que al día siguiente acudían presurosos al templo para asistir a la Misa diaconada y para acompañar a la Virgen en su recorrido triunfal en medio de una lluvia de flores por las principales calles de la blanca ciudad, más blanca, tal vez, que la propia Arequipa, con cuyo cielo tiene gran similitud el de Jauja.
Costumbres fuertemente arraigadas en los pueblos serranos motivan que la principal de sus fiestas religiosas abarquen todo una semana. Iniciada la que describo tan imperfectamente, el sábado con el toril y quema de fuegos artificiales, continúa el domingo y martes siguientes con sendas procesiones. Se realizan luego dos tardes de toros y el último día de la semana finaliza con la gran pandilla, así llamada a una danza pública. Decenas de parejas, adictas a cada uno de los mayordomos, hacen grandes recorridos al son de aires musicales inconfundibles. Los hombres acicalados con sendos ponchos de vicuña y jipijapas valiosos hacen pareja con mozas gárridas y entusiastas, quienes engalanadas con lulipas de hilo de Bretaña y faldellines de finísimas cachemiras, corpiños de colores vivos, llicllas y mantas de terciopelo guarnecidas con anchas cintas de seda floreada dan rienda suelta a su gracia y picardía. Portan en las manos garrafas de cristal, adornadas con pañuelos de seda, con espirituoso contenido que brindan por doquier a sus conocidos durante el recorrido que hacen bailando y cantando cual aves canoras. Tal la más popular fiesta jaujina que mi modesta palabra no logra describir en toda su riqueza costumbrista y multiforme.
Virgen del Rosario: desde Lima, la tres veces coronada ciudad de los Reyes, un puñado de tus hijos, que, como todos los nacidos en Jauja, te veneran y conservan vivo el recuerdo de tu hermoso continente, se prosternan a tus pies, como si estuvieran ante tu altar. Conmovidos, unciosos y contritos, impetran tus bondades para que sigas velando, como hasta hoy, por los destinos de nuestra Jauja querida, a fin de que, merced a su desarrollo y progreso, ocupe el lugar que le corresponde en el concierto de los pueblos del Perú.
* Tomado de la revista Visión Xauxa, Nº 4, Jauja, febrero de 1954, pp. 37al 39.
Nota de edición: Documento de Trabajo N° 02. Para construir el circuito turístico Mamanchic Rosario en la cabecera norte del valle de Jauja.
El presente artículo de ensayo fue publicado en el libro La Fiesta del Rosario. El culto a la Virgen del Rosario. Patrona de Jauja; trabajo compilatorio de: Carlos H. Hurtado Ames y Julio C. Dávila-Mendiola; Halckon Editores; octubre 2005; pp. 65 al 68. Con Licencia y distribuído por: Halckon Editores; 13 de junio de 2008.
Comentario: (…) El trabajo de Luis Teobaldo Ibarra, apareció posteriormente reproducido de manera mutilada y sin aviso en un texto por demás lamentable, y que salió a la luz en la década del noventa en una publicación que pretendía dar cuenta del proceso histórico de Jauja; pero que al final, solo da fe de la poca preparación y profesionalismo de sus autoras, sorprendiendo a sus confiados editores e incautos lectores. En la edición que ahora tiene el lector en sus manos, y en señal de desagravio para con Teobaldo Ibarra, se reproduce el texto completo y tal como apareció en Visión Xauxa.
Según se desprende del mismo texto, este fue leído en Radio Nacional del Perú con motivo de la fiesta patronal de Jauja, posiblemente en octubre de 1953, el año anterior de que fuera entregado a la imprenta. Lo manifestado por Ibarra es interesante, toda vez que muestra la manera cómo era percibida el culto a la Virgen por quienes residían en la ciudad de Lima, y cómo ellos se organizaban para realizar actividades en su honor. A la vez de seguir algunos de los argumentos históricos que expuso Clodoaldo Espinosa Bravo, es digno de destacar las remembranzas personales que realiza, sobre todo de la infancia, y cómo desde esta perspectiva él percibía la fiesta, siendo esto lo más destacable de su trabajo. Una breve descripción de carácter etnográfico de la manera cómo se vestían los jaujinos y jaujinas en esa época, contribuye de manera decisiva para los interesados en estudiar los aspectos más saltantes de la tradición en Jauja; cómo esta ha cambiado, la capacidad de negociación y continuidad cultural que ha tenido desde esa época hasta ahora. (…) (De la Introducción al mismo libro, por: Carlos H. Hurtado Ames)
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