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Marx Espinoza Soriano y Dario Vladimiro Núñez Palacios (con sombreros), flanqueando a un amigo
Dario Núñez Sovero
Marx Espinoza Soriano es una de las novísimas y logradas voces de la rica y floreciente lírica jaujina. A través de numerosos trabajos, Marx, ha venido mostrándose con el perfil de un poeta consagrado que, esta vez, se redescubre con un vigoroso acento poético mediante la entrega de su reciente obra que ha titulado “Lagarto Azul”, que es un compendio de poemas de su variada cosecha que resumen diversas y gratas experiencias vivenciales de su afanosos trajín.
Los escenarios por donde discurre su poesía están ligados a esto último, resaltándose, el amor en sus múltiples facetas y del que es un ferviente cultor por lo que jamás está ausente en él. El paisaje, es su alimento imaginario permanente y lo va desentrañando con un trazo mágico traducido de palabras que colman de eufonía nuestros sentidos. Y, por último: la muerte, a la que Marx la muestra como una mensajera perversa y fatal que sepulta sueños y ensombrece horizontes.
“Lagarto Azul” es un manojo compuesto por siete poemas, cada cual poseedora de una intensidad arrobadora. Cuando leemos, al inicio, “Días de lluvia”, (dedicado a Darío Vladimiro Núñez Palacios, recientemente fallecido en forma trágica), advertimos de inmediato la impotencia del poeta para comprender la vida tan llena de paradojas
“hundida para siempre en la nostalgia…
Asomando y asolando
El mundo que habitamos…”
Esa impotencia lo lleva a lamentar de cómo, progresivamente, la muerte va agotando los últimos fulgores de nuestra pálida Jauja.
“Palomas caen” es el segundo poema de esta obra, donde Marx deplora amargamente la suerte de un desconocido exilio personal que lo ha alejado de su amada, mientras agitadas aves van cayendo
“como bombas o misiles de paz”
El poeta es también de carne y hueso. Por ello, Marx, deja aflorar toda su sensualidad en el tercer poema “Hogueras en la lluvia”, en el que la libido discurre por cada verso al mejor estilo de los románticos de este milenio llamando a su amada agitadamente para que sea su
“seno que guarece de la lluvia”
“Amaru”, su cuarta entrega, es un himno a la soledad de Marx. El autor evoca repetidamente a la mujer amada para “acordonar mi cuerpo indescifrablemente al tuyo” y dejar
“el amor en los escombros
De las sábanas que simulan ciudades bombardeadas”
La tórrida libido de Marx es admirable en este poema, sino sigamos reproduciendo algunos de estos versos:
“cojo tu ausencia para darle una mordida, bocado de
Vacío, y me digo que es cierto todo esto”.
El quinto, sexto y séptimo poemas son componentes de una ofrenda que Marx hace a Mayupata, aquel paraje del distrito de Pancán de imborrables recuerdos. Marx, con una pristinez sencilla y simple como el agua, como diría Neruda, evoca un paisaje cantarino y de múltiples colores, La estirpe andina del poeta fluye como un torrente de palabras que se tiñen de terruño y naturaleza, haciendo notar su entrañable vocación telúrica.
Todo lo que se lee en “Lagarto Azul” exuda belleza de un verbo trabajado fatigosamente y en todo lo extenso de esta producción se advierte una hondura lírica que hace de este autor un interesante prospecto de la poética peruana. Este desborde de sensibilidad tiene la virtud de identificar y mimetizar el sentimiento del poeta con la necesidad del lector de encontrar un remanso edénico de frescura y amor, tan escasos en estos tiempos de dolores y turbulencias.
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