Había mencionado, en anterior vez, los encantos que Jauja muestra al mundo y al visitante y, de entre ellos, había mencionado, sin jerarquizarlos ni darles orden de prioridades, a la Tunantada, la Laguna de Paca y el pan jaujino. Por razones de espacio no habíamos abundado sobre esa retahíla inagotable de lugares y motivos que Jauja esconde y es necesario mencionarlos. El interregno, sin embargo, ha servido para recibir, vía internet, sugestiones valiosas que no debo callar, más al contrario agradecer. Por ejemplo: distinguir entre los productos bandera aquellos que son naturales de otros que son culturales o aquella observación rotunda y casi furiosa de no incluir al carnaval jaujino como uno de ellos.
En justicia debo reconocer que la omisión fue involuntaria y que, en efecto, el carnaval jaujino es una expresión del folklore y sentimiento Xauxa incomparable. Antes de proseguir debo detenerme en decirle al compoblano y/o lector foráneo que Jauja siempre será un poema cuyos versos todos los Xauxas vamos escribiendo a diario. Para quiénes hemos nacido en ella, nuestra Jauja será una serpentina infinita que nos envuelve y nos embriaga con sus celajes llenos de policromía y música terrígena que encandila nuestros oídos diariamente. Admiro y reconozco a todos quienes desde los confines del planeta, cual renunciando a una diáspora forzada, retornan al terruño para estar presente en su Tunantada del “20 de enero” y bailar sus carnavales en algunos de sus 16 barrios donde actualmente se realiza la fiesta.
De joven, tuve la especial fortuna de tener entre mis amigos a un artista de ignorada valía como Miguel Núñez Suárez. Él, era conocido entre los Xauxas mayores como Maiki Núñez y, además de ser reconocido como un extraordinario pintor, tenía el antecedente el haber trabado amistad con intelectuales y artistas de renombre como José Carlos Mariátegui, José Sabogal y María Wiese, en el tiempo en que le tocó estudiar Bellas Artes en la Escuela Nacional que dirigía el segundo de los nombrados. Entre las muchas tertulias que entablamos hubo una que me causó especial interés y estaba referido al carnaval jaujino. Maiki me refirió que nunca bailó el carnaval en Jauja e ironizaba a quiénes lo hacíamos. Me refirió que estudiando Bellas Artes encontró que las raíces del carnaval se encuentran en algunos cuadros del renacimiento de Flandes, lugar donde era frecuente esta costumbre por constituir un culto al dios Falo. Por ello es que los varones tratan de plantar el árbol más grande y coposo en claro correlato al pene varonil y por eso era que el baile debía realizarse siempre entre hombres y mujeres pues, al final, el culto debía culminar en la cama, en clara alusión al derribamiento del árbol. Esta sería la simbología del carnaval y, en verdad, muchos artículos publicados en diarios y revistas serias hacen alusión a que el carnaval es una costumbre vinculada con la carne y los placeres que de ella se derivan. El carnaval jaujino se escapa a esa interpretación, pero en este caso los ingredientes que tiene son más que sutiles y cautivadores. El carnaval jaujino trasciende lo meramente carnal y se engalana con ingredientes de belleza, armonía y vistosidad que son un regalo para nuestros sentidos.
Desde prácticas originales como la llamada traída del monte, hasta la cortada del mismo (cortamonte), hay todo un ritual de momentos que pasan por el “manshu” que no es sino un castigo que los asistentes dan a quiénes se hallan presentes sin la indumentaria de rigor (ushcata y sombrero) hasta el “talipay” o encuentro de asistentes hombres y mujeres para jugar y “agasajarse” mutuamente con talcos finos y harina u ortiga en las riberas del mítico rio Yacus, hasta el “shacteo” o refrigerio que las madrinas brindan a quienes la acompañan el primer día. En todo ello hay una vorágine donde el derroche de alegría es realmente incomparable. El zumo de la caña y la dorada cerveza son los combustibles que han colmado los espíritus de una eufórica descarga anímica que va generando una sensación de regresión románica. Todo es alegría en esta primera parte del carnaval.
La parte mas formal de la fiesta ocurre en el segundo día, cuando muy temprano una salva de camaretazos sacude el letargo del pueblo todavía convulso por los sopores del primer día. El ciudadano común, mejor aún el cobarriano y los invitados, ataviados con su vestido de vistosa elegancia, asisten a la misa y la procesión del santo protector del barrio, luego, cual un peregrinaje que prepara el ánimo para el momento central, inician un recorrido por las principales calles de la ciudad convocando a todos a estar presentes en la fiesta, deteniéndose cuando algún emocionado amigo se contagia del furor e invita a hacer un “caypincruz” (descanso) humedecido por abundante licor. Luego de un opíparo almuerzo ofrecido por la madrina, las parejas se apresuran a encimarse con su atuendo típico para bailar.
Nada es más bello que ver a las jaujinas emperejiladas con vistosas llicllas y faldellines de colores severos cubriendo los encantos de los que la naturaleza sabiamente las dotó. Cuando la comitiva se lanza a las calles para dar un recorrido a la ciudad, el garbo y la prestancia del orgullo Xauxa afloran para mostrar lo más exquisito de su arte. Ya en el mismo escenario de la fiesta los bailantes esmeran su participación con muestras de acompasado donaire. El temple de la mujer jaujina se doblega para mostrarnos una silueta de candor y fina estampa, mientras el varón guía con pasmosa solvencia el cadencioso vuelo de la pareja que, como campana al viento, gira en medio de la plaza fiestera, mientras el gentío, atiborrado en el perímetro del área aplaude a sus favoritos alentándolos a seguir con esa clara demostración de señorío y prosapia.
Esta alegría Xauxa, para contento de quienes hemos nacido en esta bella tierra, se ha generalizado en toda la provincia y aún, provincias vecinas tratan inútilmente de imitarla. Pero hay algo más que, sin ánimo de contrariar a mis paisanos, quisiera decir. No dejan de ser interesantes los carnavales que se realizan en los distritos de Jauja. Muchos de ellos, como (sólo por citar) Huancaní, Muqui, Muquiyauyo, Huamalí, Huaripampa, Pancán o Sacsá, compiten ferozmente, cada cual mejor, para ser los carnavales más descollantes de la provincia . Derroche, alegría, pantagruelismo, música, etc., son constantes que hacen de nuestros carnavales un verdadero producto bandera.
Los jaujinos debemos luchar porque nuestros carnavales sean incorporados en los calendarios turísticos del país y debiéramos sugerir que se creen escuelas donde nuestros niños y jóvenes fomenten e incrementen este patrimonio del cual vivimos orgullosos. ¡Viva Jauja!, ¡Vivan sus Barrios!, ¡Vivan sus distritos! He dicho.
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