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Darío A. Núñez Sovero
Siempre me cautivó indagar sobre los hechos ocurridos en Jauja. Del día 29 de Mayo de 1962, todavía recuerdo las patrullas policiales y militares que ese día y los posteriores desfilaban, en un ir y venir intermitente, por las calles de Jauja causando un justo atemorizamiento en la población. ¿Qué había ocurrido aquel día en Jauja?. Según Vargas Llosa, se había dado el día de la primera intentona guerrillera del Perú y, según César Núñez Arroyo, “la primera acción guerrillera por la justicia y la libertad en nuestro país”.
Sea como fuere, para la posteridad se han registrado estos hechos mediante la pluma de dos autores: César Núñez Arroyo en su obra cumbre llamada “Huajaco” y Mario Vargas Llosa en su “Historia de Mayta”. El primero desde una perspectiva historiográfica y, el segundo, desde un punto de vista novelado.
En vida, había prometido a César Núñez hacer este bosquejo comparativo de ambas obras. La realidad de su inesperada muerte no posibilitó dicha intención y aún cuando es muy tarde por su desaparición física quiero, post mortem, hacerlo. Empiezo diciendo, en palabras de Vargas Llosa, que Jauja siempre estuvo en el vértice de la atención mundial, desde que en la antigüedad su nombre estuvo ligado al mundo mítico como la ciudad oro, pasando luego a ser, en la conquista hispánica, la primera capital del Perú, y en el siglo XIX gracias a las bondades de su clima seco la ciudad de la recuperación de los tísicos hasta, gracias al 29 de Mayo de l962, ser “Jauja: cuna de la revolución socialista del Perú” (“Historia de Mayta”, p. 134). El pasado histórico de Jauja es de un contenido riquísimo. Una de sus páginas más recordadas es la que escribieron el Teniente Francisco Vallejo, el comunero Humberto Mayta, un grupo de estudiantes josefinos y algunos ciudadanos más, todos abrazados por un ideal utopista: hacer la revolución del Perú bajo la inspiración de las tesis socialistas de la época.
El mismo César Núñez en el colofón de su obra señala que la aventura de estos ilusos de la justicia social son los “románticos del siglo XX”. Y esta afirmación es explicable por cuanto la revolución a la que ellos aspiraban no podía hacerse con 50 cajas de dinamita, 10 fusiles automáticos, 30 máuseres, 20 caballos y un camión, que al final era toda la logística que habían podido acumular. Ello sumado a los casi 20 hombres comprometidos, de lejos, eran unos audaces que pretendían inútilmente cambiar o derrocar al “estado burgués”. Por eso es que la historia es más que alucinante. Hacia 1974 escuché en una disertación, al Director del Instituto de Estudios Peruanos, Dr. José Matos Mar, decir que la verdadera historia del Perú recién se estaba escribiendo. La que conocemos es la historia de las clases dominantes que, normalmente, exalta los valores individuales y olvida que las grandes gestas son obra de las colectividades. Uno de estos escritores coetáneos es, justamente, un jaujino llamado Heraclio Bonilla Mayta, quién en el archivo de Indias de Sevilla estaba microfilmando los informes que habían remitido los virreyes a la corona española dando cuenta de la marcha de las colonias en América. Parte de esa moderna historia es la que escribieron, en los hechos, este puñado de hombres animados por sus ideas de cambio social.
Así lo percibió César Núñez Arroyo en su obra “Huajaco” la que, metodológicamente, la divide en 7 capítulos. Del capítulo I al IV, describe un conjunto de hechos visibles como la descripción romántica del escenario del Barrio “Cruz de Espinas” donde se forja la amistad entre Francisco Vallejo, joven oficial de la policía republicana encargado de la custodia del penal de Jauja, y Joaquín Salguero de manifiesta filiación marxista, de cuyos diálogos fluidos nace la idea de hacer “la revolución en el Perú” al igual que la realizada en Cuba por los barbudos de Fidel, de quién recibieron un apoyo simbólico de cuatro fusiles automáticos y asesoría en tema de guerrillas. También describe la división de responsabilidades que adquieren este par de actores: Salguero se encargaría de las funciones de ideología y el reclutamiento de hombres y Vallejo de conseguir las armas, municiones y el entrenamiento. Con la claridad de las tareas se da un lento proceso de reclutamiento destacando que en el grupo logran el concurso de un minero experto en explosivos de nacimiento marqueño y trabajador de la mina de Morococha y fue justamente éste quien los conecta con otros mineros de Huarón, Cerro de Pasco y La Oroya. Cuando esta onda olística va creciendo logran el concurso de 15 estudiantes del Colegio “San José” de Jauja. Para consolidar la ruta de fuga Salguero viaja a Curimarca tomando nota de todos los accidentes geográficos que podrían ser de utilidad de los sublevados. Las dificultades de la empresa se van dando a partir del capítulo V. Ocurre que dos o tres del grupo subversivo provenían de Lima y, éstos, son llamados para reconocer una ruta alterna de fuga que era la de Jauja-Ricrán. Antes de partir, en Chorrillos, el cura Bota aconseja que deberían contar con el apoyo de gente de experiencia y nadie mejor que un cubano que había participado en la guerrilla de Fidel en Cuba que era conocido del cura, siendo que había sido realmente un agente de la CIA norteamericana que lograba infiltrarse en la organización. Ya en Jauja, logran llegar hasta Ricrán y cuando extendían el viaje hacia Tambillo el “gringo” se las ingenia para dar cuenta a la Policía de ese distrito de la aventura en ciernes. Felizmente no hubo mayor consecuencia de este descuido, por lo que la idea impuesta siguió adelante y el “gringo” misteriosamente desapareció del escenario. Es en el capítulo VI que ocurren las descripciones de los mayores problemas. Se dan cuando se describe el escenario electoral de 1962 y a Jauja debía llegar el líder del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre, para dirigirse al pueblo en un discurso que debía darlo en la Plaza de Armas. El gentío y el líder, luego de recorrer el Jr. Junín, al hacer su ingreso a la plaza principal es provocado por un grupo de personas agazapadas en el local de la peluquería Zacarías entre los que se encontraba Vallejo, Salguero, Zacarías y varios más. Al pasar por la puerta del local el lanzamiento de una andanada de huevos podridos termina en una gresca descomunal, que felizmente termina cuando cierran la peluquería, lo que no impidió que hubieran quejas posteriores a la superioridad, fruto de lo cual Vallejo es llamado a su comando. Este hecho motiva que la asonada inicialmente programada para el 31 de Mayo fuera adelantada para el 29, lo que, naturalmente, no se comunicó a los mineros que debían alzarse en sus centros laborales en la fecha indicada, tampoco al ideólogo Joaquín Salguero quién se hallaba en Lima en negocios del agro. Y es así como se dan los hechos del día 29.
Es en el capítulo VII en el que se narra todo lo ocurrido el día del alzamiento. Comienza muy temprano cuando sorpresivamente Vallejo reúne a los efectivos de la Guardia Republicana y los encierra en un habitáculo cerrado con cadenas, capturando las armas de la guarnición y liberando a dos presos: Humberto Mayta y Zenón Gonzales; quienes por su condición de comuneros serían guías eficientes a los sediciosos. Con los estudiantes se dirigen al puesto policial del Jr. Bolívar donde nuevamente sorprenden a la Policía, los encierran y capturan más armas. Luego se dirigen hacia la comisaría de Jauja del Jr. Manco Cápac y repiten la sorpresa a los pocos policías presentes llevándose más armamento. Se dirigen luego a los bancos (dos) y los toman por asalto llevándose más dinero, pues en ese momento era imposible contarlo. Con el dinero y las armas y dando vivas a la revolución se dirigen hacia el empresa de teléfonos y logran cortar las líneas de comunicación, olvidando que el ferrocarril de la época tenía igual servicio y es por ahí donde justamente los policías que se iban recuperando de a pocos logran avisar a los mandos de Huancayo solicitando contingentes de apoyo, mientras los insurrectos iban en la ruta hacia Quero. Ya en esta localidad, pierden precioso tiempo en conseguir comida y lograr acémilas, mientras las fuerzas del orden van acercándose más hacia los levantados, alcanzándolos justamente en las faldas del cerro Huajaco, donde en desigual combate mueren Vallejo y el “cholo” Mayta siendo que los demás se rinden, con lo cual queda sepultado el sueño de lograr una nueva patria de justicia y equidad.
Lo anterior es una descripción apretada de lo ocurrido en Jauja el año 1962. Historia que llegó a París vía las noticias del diario Le Monde que despierta la inquietud de Mario Vargas Llosa para escribir su obra: “Historia de Mayta”. Ella, como lo he señalado anteriormente, recrea el ambiente de la Lima frívola de la época donde resalta la atomización de la izquierda peruana , incapaz de llevar en los hechos una aventura como la ocurrida en Cuba. Anatematiza e ironiza a los marxistas de escritorio y los juzga porque no deben ni quieren verse envueltos en hechos que podrían fracasar por la falta de apoyo popular. Con relación a los personajes de su novela, sataniza la sodomización del “cholo” Mayta e increíblemente le asigna un rol más urbano que presidiario y a Vallejo le asigna un protagonismo casi ingenuo. Sin embargo es de admirar, la prolijidad con la que narra los hechos. Siendo que es una novela, él justifica sus relatos amparándose en que el novelista puede deformar los hechos para acercarse más a la objetividad del relato. Casi al final de la novela expresa que “Los primeros días , los periódicos se ocuparon mucho de los sucesos y dedicaron primeras planas, grandes titulares, editoriales y artículos, a lo que fue considerado un intento de insurrección comunista, debido al historial de Mayta. En La Prensa apareció una foto de él, irreconocible, detrás de los barrotes de un calabozo. Pero prácticamente a la semana dejó de hablarse del tema. Mas tarde, cuando, inspirados por la Revolución Cubana, hubo en 1963, 1964, 1965 y 1966, brotes guerrilleros en la sierra y en la selva, ningún periódico recordó que el primer antecedente de esos intentos de levantar en armas al pueblo para establecer el socialismo en el Perú había sido ese episodio ínfimo, afantasmado por los años, en la provincia de Jauja, y nadie recuerda hoy a sus protagonistas” (“Hia. de Mayta” pp. 306-307)
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