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A 199 AÑOS DE LA REPÚBLICA: JAUJA FUE LA PROVINCIA CON MÁS HABITANTES DEL PERÚ (SIGLO XIX)

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   Darío A. Núñez Sovero

A través de diversos artículos escribí sobre la importancia de Jauja en el Perú, especialmente debido a que fue fundada por Francisco Pizarro como Capital de la Gobernación de Nueva Castilla el 25 de abril de 1534. Ahora ese suceso histórico es conocido como la fundación de la primera capital del Perú, pues Pizarro fundó Lima el 18 de enero de 1535, después que el Cabildo de Jauja decidiera trasladar la capital a Lima.

Ahora bien, teniendo en cuenta que estamos a un año del bicentenario de la independencia nacional, cabe precisar la importancia que tuvo Jauja en la república. Al respecto, quiero compartir el documento denominado “Población y etnicidad en el Perú Republicano (siglo XIX)” de Paúl Gootenberg publicado por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP). En dicho documento se cita información sobre los censos que se realizaron en los años 1827, 1836, 1850 y 1862, a partir de los cuales se resalta que Jauja fue la provincia que contó con mayor población comparada con otras provincias, incluso más que Lima -actual capital de la república-.

Economista Juan Carlos Odar teniendo como fuente a Bruno Seminario (APEIM), señala que en 1827 Jauja estaba en el primer lugar con el 4.2% de la población del Perú. Sin embargo, el 2019, Lima está en el primer lugar con el 32,6% de la población del Perú.

Esa importancia conllevó a que el Presidente Pardo decidiera la construcción del ferrocarril de Lima a Jauja para que los pacientes de tuberculosis se curaran en nuestra ciudad como él lo había hecho. Así, también constituyó el fundamento para que los terratenientes jaujinos financiaran la campaña de la Breña, luego que Andrés Avelino Cáceres reclutara a cuatro oficiales heridos en el hospital de Jauja después que nuestra patria había perdido las dos batallas de San Juan y Chorrillos en Lima.

A 199 años de la república y en medio de la grave pandemia que está asolando a nuestra patria, no puedo hacer nada más que reclamar y denunciar el abandono por parte de los distintos gobiernos centrales respecto a Jauja a pesar del gran aporte de nuestra provincia, de sus ciudadanos y el rol que jugó Jauja al momento de clamar la independencia. Es así que ningún gobierno invirtió para construir un hospital del Ministerio de Salud o un hospital de Essalud. El Hospital de Jauja fue construido por una donación de Domingo Olavegoya –inversión privada- y actualmente el Policlínico de Essalud Jauja no tiene local propio y andan mudándose de un lugar a otro arrendando distintos locales, esto a pesar de las decenas de miles de asegurados que residimos en la provincia de Jauja.

En el discurso presidencial de fiestas patrias, desde el Palacio Legislativo, el Presidente del Perú el día de hoy acaba de anunciar que, en el presupuesto del año 2021, se preverá el monto de 20 mil millones de soles para que sean destinados al sector salud, hecho que, según él, es inédito en la historia de nuestra patria. También ha dicho que su período de gobierno es de conclusión del que se inició el año del 2016. Y en este acápite es bueno recordar que el año 2017, el Presidente Kuczynski, visitó Jauja y en el recorrido que hiciera por las instalaciones del viejo Hospital Domingo Olavegoya de Jauja -además de la visita al local del emblemático colegio “San José”- anunció la construcción del nuevo hospital, promesa que hasta este año no ha cumplido quien lo ha sucedido en su gobierno. Este ofrecimiento, por constituir un tema de palpitante actualidad en nuestra patria azotada por la pandemia mundial que vivimos, permanece vivo en el recuerdo de todos los jaujinos. Hoy que los servicios de salud que ofrece el Estado, se ha constatado, son deficitarios, urge que en la región central del país se implemente el nuevo Hospital “Olavegoya” con una infraestructura moderna que amplíe su capacidad de atención, pues como área de salud, también atiende a los enfermos de la vecina provincia de Yauli (La Oroya).

Y en este rubro, también sería bueno decir -en alta voz- que los gobiernos sucesivos de este Perú republicano están en deuda con nuestra provincia pese a saber -porque para eso se organizan los censos- que Jauja demográficamente siempre ha tenido una gran presencia en la escena nacional (Clodoaldo Espinoza Bravo diría demóticamente) y que, al decir de Carlos Hurtado Ames, es esa notable presencia poblacional la que ha movilizado sus energías para hacer las obras más trascendentes de Jauja.

Por ejemplo, el aeropuerto, dice Hurtado Ames en su obra “Aeropuerto Francisco Carlé de Jauja”, es obra del pueblo, no del Estado, de sus organizaciones barriales y comunales: “… los barrios de toda la ciudad culminaron el ripiado y aplanamiento del campo en 23 días de faenas diarias, donde además participaron…los anexos del Cercado, Tambo, Chuclú, Huancas, Pancán, Huertas; los distritos de Masma, Ataura, Julcán, Yauli, Paca, Acolla, Marco, Concho, Llocllapampa, Paccha, Huaripampa, Santa Rosa de Ocopa, Mito y otros más…” (p. 27). La obra del Hospital “Domingo Olavegoya” se concretó por mediación de la Beneficencia de Lima a inicios del siglo XX, gracias a la donación testamentaria que hiciera el empresario minero Domingo Olavegoya para entregar 100,000 pesos de oro para la construcción de un centro de sanación en Jauja, voluntad que hizo cumplir su viuda quien, constatando que era insuficiente, tuvo que añadir más donaciones de su peculio para el equipamiento. La capilla de Cristo Pobre fue una iniciativa de los frailes regulares de Jauja que concretó el sacerdote-arquitecto francés Louis Baudín.

El Estado siempre ha estado ausente en las obras de Jauja, a lo más se ha limitado a dotar de puentes como el llamado Puente Stuart y el de Matachico de la carretera carretera central, el local nuevo del emblemático “San José” y alguna que otra obra menor. Ese mismo Estado amnésico, olvida la importancia de nuestra provincia en el devenir de la historia nacional.

Revisando algunas estadísticas que publica Paúl Gootenberg, investigador del Instituto de Estudios Peruanos, en su obra “Población y etnicidad en el Perú republicano (siglo XIX)”, cita la importancia de Jauja como la provincia más poblada del país, superando incluso a Lima. El cuadro que se acompaña es elocuente:

Población de Jauja y Lima en los censos de 1836, 1850 y 1862. El año 1876 también se hizo otro censo, pero este fue a nivel departamental.

Los números nunca mienten y es, en consecuencia, prioritario que en el plan de inversiones del año 2021 para el sector salud y para el cual el actual presidente ha anunciado un cuantioso monto, se le dé prioridad al cumplimiento del ofrecimiento presidencial de construir una nueva infraestructura para el adecuado funcionamiento del Hospital “Domingo Olavegoya” de Jauja, así como el hospital de Essalud, para el cual nuevamente los jaujinos hemos donado los terrenos para la construcción de esta anhelada obra. Solo de este modo, el Estado estará reivindicándose de esta deuda secular que tiene con el desarrollo socioeconómico de la histórica provincia de Jauja.

JUAN CONTRERAS SOSA Y EL “ESPERA CORAZÓN” DE UN DIAMANTE JAUJINO OPACADO POR EL TIEMPO

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1984, en la Plaza de Armas de Jauja, Alejandro Contreras Sosa y su hermano Juan, acompañando al autor de este post

Darío A. Núñez Sovero

Los recuerdos inevitablemente tratan de refugiarse en la parda e invisible coloración del tiempo, algunos oxidando su difusa humanidad en nuestra memoria. Pero cuando se trata de retrotraer los de un amigo, estos recuerdos mantienen su envidiable lozanía y presencia. Así, enhiestos, majestuosos, como si estuviesen horadando diariamente nuestra razón y nuestro cerebro, se mantienen vivos los recuerdos de Juan Contreras Sosa, una joya xauxa que caló hondo en la sensitiva fibra espiritual de los jaujinos del siglo próximo pasado. Hoy, a nueve años de su lamentable deceso lo evoco con la admiración y el orgullo de haber compartido, aunque no por mucho tiempo, su invalorable y eterna amistad. Lo hago, mientras en mis oídos, una antigua cinta de casete va desenvolviendo como una triste serpentina esa música con sabor xauxa que supo imprimirle a cada una de sus composiciones y en las que, curiosamente, Juan Contreras, hace de segunda voz secundando a Juan “Chino” Loayza Castro, poseedor de un envidiable e insuperable timbre que regodeó en jaranas y cuánto jolgorio alegró el ambiente bohemio de nuestra Jauja novecentera.

Fue al final de sus vidas, que un grupo de notables jaujinos  decidieron, en Lima,  hacer coincidir sus inclinaciones artísticas en un conjunto que denominaron “Evocación, Música y Tradición de Jauja”. Corría el año de 1983 y en ese grupo estaban, como guitarristas Amador Monge Loli, Antonio Suárez Benito e Isaac Montano; como cantantes Juan Loayza y Juan Contreras y como coordinador Alejandro Contreras Sosa, hoy todos finados por ese trágico signo de la muerte. Entonces ellos decidieron retornar a esta tierra de los xauxas y realizar una presentación en el Cine Teatro Colonial. La ocasión sirvió para difundir, en discos y grabaciones de cinta, los últimos registros de sus interpretaciones. La noche de esa apoteósica presentación, fue la última en que alcanzamos a escuchar la valía del arte de estos hombres que, en su tiempo, encandilaban a cuanto auditorio y muchacha guapa caía en sus redes a través de sentidos huaynos y mulizas. Digo última porque al poco tiempo falleció Juan Loayza, quien no pudo superar un coma diabético y luego de a uno fueron yéndose los siguientes al país de la parca. Hoy que en mi equipo escucho aquella vieja cinta de grabación, al mismo tiempo que reviso un escrito autobiográfico, me he detenido para releer algunas apreciaciones del mismo Juan Contreras sobre una muliza que, como una letanía del campanario de nuestra iglesia, arrullaba nuestros sentidos por lo melodiosa de sus notas y la profundidad del contenido de sus versos. He vuelto a recordar las circunstancias en que fueron escritas esas líneas de “Espera Corazón” que a juzgar de su propio autor es  “…la más aplaudida de mis mulizas…”, confesión que Juan registra en una de sus publicaciones finales que tituló “Tierra de mi canto” (el último fue el poemario que llamó “Variedades de la vida y la esperanza” que fuera presentado en el Casino Jauja, ese mismo año).

¡Cuánta belleza se encuentra en el alma de los versos de esta muliza! Y ¡cuánta fuerza y entusiasmo se le puede insuflar al amigo caído en desgracia con un sencillo aliento!. Juan Contreras era una persona que valoraba muy alto la amistad y, ocurre, que la fuente de su inspiración -en esta muliza- no fue la mujer amada ni aquella que despertaba su pasión, sino que estaba dirigido al amigo y colega caído en desgracia y en prisión por haber matado a su esposa a quien sorprendió en abierta infidelidad en su propio tálamo. De allí que, en un día de visita y cantando, al ingresar al penal, le anuncie a este amigo desventurado:

“…Calma tu sed, tus ansias

de tierna pasión, la vida es toda tuya.

Mira más alto y risueña y grácil dueña

hallarás en ti esperanza.

Si la vida desencanta y es tan breve,

no hagas del amor una cruz.

Espera, espera, que la dicha siempre llega…”

Cuando Juan me visitó en Jauja, mi ignorancia me llevó a preguntarle, ingenuamente, por el nombre de la mujer que le despertó estos versos y mi estupor llegó cuando me respondió que no estaba dirigido a ninguna dama sino al amigo caído, cuyo nombre con mucha reserva calló. Entonces me di cuenta que el cariño que uno puede tener a otra persona, también puede ser para aquellos de  quienes uno atesora su amistad. Admiración que se acrecienta cuando veo que en esas palabras autobiográficas, Juan Contreras, refiriéndose a la tierra donde nació expresa “(…) Temprano amanecí en el subyugante jardín del ensueño y el amor, cantando a mi bella Jauja, enamorado de su historia y tradiciones, de sus gentiles y hermosas mujeres; de sus barrios jaraneros y acogedores: La Samaritana, Huarancayo, La Libertad, Cruz de Espinas, La Salud, Huacllas, Yauyos; de sus furtivos parajes de tálamos afelpados donde el amor asciende en los cuerpos apareados mientras la luna se oculta entre nubes y suspiros (…)”.

¿Puede amarse en esta dimensión a Jauja? ¡Por supuesto! Y Juan Contreras Sosa nos lo demuestra, aún cuando desde el año 1955, después de haberse desempeñado como docente del colegio “San José”, se fue a radicar a Ica, donde luego de sufrir dos infartos cardíacos, falleció dejando el inmenso testimonio de una obra fecunda inspirada en su tierra materna. A él le corresponde la autoría de infinitos huaynos y mulizas, enhebradas con puro sentimiento terrígeno. Y he querido recordar estos pasajes por cuanto advierto el enorme olvido y desmerecimiento que algunos destacados intelectuales sufren de parte de quienes les debemos  gratitud y reconocimiento por todo aquello que nos legaron .

Y mientras concluyo este post, vuelvo a resetear la cinta de 1983 para seguir embebiéndome de la música terrígena de “Evocación, Música y Tradición de Jauja”, mientras mi espíritu se embriaga del halo delicado y perfumado de retamas, callecitas estrechas y acogedoras de mi Jauja.

  Jauja, 22 de Julio de 2020

 

LAS BIBLIOTECAS DE JAUJA

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Darío A. Núñez Sovero

Esta tarde de julio, me he dado tiempo para hurgar entre viejos cajones de cartón, algunas cosas que guardamos sin que, a veces, valoremos la calidad del infinito valor que hay en el contenido de muchos papeles antiguos, revistas y libros que creemos ya no nos sirven. Hallé entre ellos restos de algunas hojas de una revista que, me parece, fue editada en la década del 80 pasado, llamada “Mirador Xauxa” que (así lo creo) dirigió el extinto periodista local Oriol Morales. Hojeando lo que sobrevive de lo hallado, encontré este artículo que escribí como colaboración de dicha edición y que lo reproduzco y actualizo.

“Libros que son depositarios de cuánta verdad científica rodea al hombre. Libros que resumen la inquietud de infinitos desvelos y de pasiones innombrables. Tantos afanes costó coleccionarlos y qué fácilmente son desarticulados por manos biblioicidas. Libros que sucumbieron por manos bibliocastas, ignorantes de los tesoros que extinguían.

Estas líneas preliminares resumen un poco la ira de saber cómo nuestras bibliotecas jaujinas fueron progresivamente desapareciendo. Las bibliotecas de Jauja que conocí casi ya no existen. Habría que indagar en detalle la forma en que fueron exterminándose sin que nadie se ocupara de ellas.

Recorro las líneas de “Jauja Antigua” de Clodoaldo Espinoza Bravo, obra que relieva el hermoso pasado de Jauja y advierto que, por ejemplo, hacia el año 1941 sólo en el distrito de Apata había dos bibliotecas de renombre: la Biblioteca Municipal “Domingo Faustino Sarmiento” y la Biblioteca Pedagógica “Moisés Sáenz”. La pregunta fluye inevitable: ¿seguirán perviviendo todavía? Que yo sepa, han desaparecido. Sus numerosos y preciosos volúmenes deben haber corrido igual suerte. No menos infortunio debe haber sufrido la biblioteca fundada por el Centro Progreso Huaripampa en 1917 denominada “Andrés Avelino Cáceres” y que era una ofrenda a la gesta conocida como Huaripampeada. Tengo memoria, todavía, de una biblioteca renombrada que funcionaba en Marco hace pocas décadas, Cuando la visité no pude constatar sus existencias porque un velo de polvo, silencio y olvido me lo impidieron. Tantos libros juntos debieron ser un precioso alimento que nutrió la inteligencia de los marqueños.

También visité la casa del malogrado poeta Algemiro Pérez Contreras y su tía -que aún vive- alcanzó a mostrarme algunas obras de su valiosa biblioteca. Estaba en vida nuestro “Maiqui” Núñez Suárez -aquel amigo de Mariátegui, María Wiese y José Sabogal- y cuando me condujo a su “atelier” -donde recreó la policromía y delicada belleza de muchos paisajes jaujinos- pude advertir la riqueza de libros que guardaba en estantes adosados a una de sus paredes. Un buen día, mientras vivía en Trujillo, familiares descendientes directos del gran jurista jaujino Víctor Modesto Villavicencio, me obsequiaron un ejemplar de su obra “Vida Sexual del indígena peruano”. Hoy desconozco qué fueron de las numerosísimas obras que conformaron su biblioteca. Otro día, hace buen tiempo, uno de esos mozalbetes que han abdicado vilmente frente al alcohol me ofreció, por unas monedas, un libro cuya autoría recae en nuestro paisano Abelardo Solís Vásquez, autor de “Monografía de Jauja”, sorprendido tuve la torpeza de no aceptarlo por temor a ser cómplice. Otro mozuelo, lastimosamente desquiciado, me ubica en el mercado y, también, me ofrece un libro con una autógrafa firmada por un tal Lizárraga y fechada en Ticlio en 1924, su contenido es invalorable y hoy lo guardo celosamente entre mis libros. No hace mucho, nuestro buen amigo Lucho Castro me invita a su casa y luego de un frugal desayuno me conduce a la nutrida biblioteca de su padre, desprende un volumen y me lo obsequia, el tiempo apremiante que me agobiaba me limitó para verificar el valioso contenido de las otras obras existentes. Visito la casa de Henoch Loayza y, furtivamente, me doy tiempo para ver los numerosos libros que sobre Jauja contiene su biblioteca, igual ocurre cuando visito la casa de Luis Cáceres, Lucio Villanes y del alcalde Luis Balvín Martínez. Sé que otro Lucho, el profesor Rafael Sánchez del “San José” tiene otra valiosa colección de obras. Igual, de alegre, me sentí cuando en la casa de Arturo Mallma constaté la enorme cantidad de libros que asesoraban sus consultas investigativas. Y, en contraste, me dio mucha pena saber cómo el profesor Olavo Delgado vendía sus libros en una tiendecilla de la calle Grau, habiendo alcanzado a adquirir algunas.

Renglón especial merece comentar la biblioteca de nuestro querido Alejandro Contreras Sosa. Cuando lo visité en su casa del Jr. Iquique en Breña-Lima, advertí entre las numerosas obras de su biblioteca, las primeras ediciones de autores jaujinos y, luego, supe que le habían solicitado en venta una colección completa que posee de la revista “Fanal”, muy apreciada en su tiempo. Cosa similar, coincidentemente, me ocurrió cuando visité la casa de su hermano Juan en Ica; ver su biblioteca me devolvió a esta olvidada Jauja en versión de sus numerosos autores. Fui a Trujillo y visitando a otro jaujino, Godofredo Bonilla, pude ver entre los libros que guardaba obras con la autógrafa de Víctor Raúl Haya de la Torre. En Manchay, he tenido la oportunidad de encontrar en la valiosa biblioteca del R.P. José Chuquillanqui Yamamoto, numerosísimas obras de autores oriundos de Jauja y, a la vez, agradecer la generosidad que le expresé por la donación de algunos ejemplares de obras cuya publicación él acertadamente promovió.

¡Cuánto gozo interno se siente al saber que nuestros comprovincianos son contumaces consumidores de lectura e incrementan sus saberes con el respaldo, solvente y probo que da ese arsenal bibliográfico que significa tener una biblioteca personal!, pero también, cuánta decepción se sufre de saber cosas ingratas como la que me comentó don Alejandro Contreras Sosa al decirme que había visto, en las aceras de la Avenida Grau en Lima, cómo se vendían volúmenes de la invalorable biblioteca de Clodoaldo Alberto Espinoza Bravo o saber la suerte que han corrido los libros de la biblioteca del finado artista Hugo Orellana Bonilla, de quien cuando lo visité en su casa “Huayta Huasi” de Ataura, constaté numerosas obras en idioma español y francés. Al igual que los citados, tengo el convencimiento que, cientos -sino miles- de jaujinos atesoran sus bibliotecas personales en sus domicilios, aquellas delicadas y fieles compañeras del reconocido bagaje intelectual de sus dueños y seguras auxiliares del desempeño que les toca asumir en cada una de sus obligaciones. ¡Esas son las bibliotecas de los jaujinos!

Justo, por lo anterior, desde estas líneas quiero destacar la fidelidad y altruismo de don Miguel Martínez, quien ha tenido el cuidado y acierto de cautelar la biblioteca más renombrada que hay en Jauja y que en vida perteneciera a Pedro Monge Córdova. Él, en su condición de albacea y cumpliendo su voluntad, la ha donado a la Municipalidad Provincial de Jauja  (así como también su casa de la primera cuadra del Jr. Manco Cápac) y permanentemente cuida de su integridad. Con seguridad afirmo que si hubiésemos tenido más personas como Gustavo Miguel Martínez Saravia el patrimonio bibliográfico de nuestra tierra sería envidiable. Como envidiable es contar con el aporte de dos surtidores colosales de cultura como son las bibliotecas de la Parroquia jaujina y la biblioteca de la Sociedad Unión Artesanos de Jauja. En la primera, en ordenados anaqueles se acomodan más de 7 mil volúmenes de libros físicos y según nos comentó el párroco del año 2017, R.P. Percy Castillo,  está pendiente el proyecto de implementar la biblioteca virtual de esta entidad para lo cual ya tienen 17 computadoras -también no deja de expresar su desazón porque el otro proyecto de la Sinfónica de la Parroquia donde se han invertido mas de 250 mil soles en instrumentos provenientes de aportes de personas benefactoras en este momento carece de iniciativa y funcionamiento, situación que si no bien no viene al caso lo comento para conocimiento de nuestra comunidad-, el tema es que en esta biblioteca los autores jaujinos tienen prioridad en sus archivos. La biblioteca de los artesanos es más pequeña pero no deja de tener importancia por la valiosa hemeroteca que posee. Lo fundamental, en ambos casos, es que estos dos centros de cultura atienden diariamente por las tardes, lo que lo digo nos colma de singular entusiasmo y alegría.

Y sostengo esto porque, en contrario y con tristeza, he verificado que la administración de la Biblioteca Municipal de Jauja ha tenido responsables que en vez de cuidar su patrimonio, la han depredado. Hacen diez años, cuando era regidor de Cultura del municipio, se adquirieron numerosos volúmenes de Ciencias Sociales y hoy constato que ya no existen. Las interrogantes son obvias. El caso es que nuestro municipio y, más todavía, el Ministerio de Cultura, deberían inventariar el patrimonio bibliográfico de nuestra provincia y declarar su intangibilidad. Esto por un lado y, por otro, sería de desear que los jaujinos sigamos el ejemplo trazado por Pedro Monge -el año 2018, el profesor Julio Abel Churampi y su hija Adriana, una distinguida intelectual que labora en Bélgica, hicieron una donación de más de 1300 libros a la biblioteca municipal-. Este inusual desprendimiento iluminará la conducta de todos quienes aspiramos a que nuestra tierra siga siendo la ciudad-provincia de connotados intelectuales, envidiada por otras”.

Sobre la Biblioteca Municipal, en un post difundido en el blog “Jauja Primera Capital del Perú”, de noviembre del 2010, el conocido historiador Carlos Hurtado Ames expresaba su desazón por el estado en que se encuentra hoy en día, la improvisación de sus conductores y la precariedad de sus existencias, reclamando un giro radical y la modernización de ella bajo la responsabilidad de bibliotecólogos. Es más, al final de este post, Hurtado Ames expresó que había escuchado de Edgardo Rivera Martínez su voluntad de donar su biblioteca personal a nuestro municipio, sugiriéndole que, por el momento y mientras siga administrándose desordenadamente, se abstenga. También está pendiente el ofrecimiento que el reputado historiador jaujino Heraclio Bonilla Mayta, autor de “Historia del Perú Colonial”, ha hecho para que parte de su biblioteca sea entregada a la comuna jaujina, habiendo designado como mediador de su voluntad a Lucho Castro Hurtado. Si se concretara la voluntad de Edgardo Rivera Martínez, más la de Heraclio Bonilla Mayta y se diera un nuevo giro a la conducción de la biblioteca municipal, estaríamos ante una formidable institución que dé vigor al cultivo de inteligencias y cultura jaujinas. Así sea.

Jauja, 03 de Julio de 2020

“MICROPANDEMIA” JOSEFINA DEL 57

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Darío A. Núñez Sovero

Esta crónica, pareciera haber sido sacada de alguna página de humor negro. O quizás seleccionada de entre aquellos relatos a los que nos tenía acostumbrado el humorismo grueso de Sofocleto. Pero, el hecho es que, ocurrió. Y protagonista de todo ello fueron los estudiantes del centenario y glorioso “San José” de Jauja que cursábamos estudios en sus aulas allá por el año de 1957, en el viejo local del jirón Grau.

Ocurre que entonces, la uniformidad de los estudiantes estaba caracterizada por el famoso comando de cristina, corbata, camisa y pantalón color caqui, que es el color propio de los uniformes militares. La pulcritud de nuestra uniformidad estaba recelada por la adustez de los instructores de IPM y los auxiliares de educación que por entonces estaban distribuidos así: “Salupo” Ernesto Quintana y “Pepe” Martínez a cargo de los primeros; “Fosforito” Fortunato Reyes a cargo de los segundos; “Caballo” Núñez Caballero a cargo de los terceros y cuarto y el “Viejito” Castilla a cargo del quinto. Todos al mando del famoso “Sherif” César Méndez Portillo. La revisión de lo impecable del uniforme era diaria y se daba en la formación que hacíamos a las 8 de la mañana. Los días lunes, al iniciarse la semana lectiva, previamente y en el patio de formación que da al Jr. Sucre, los estudiantes, bajo el liderazgo del brigadier general y la presencia del profesorado, entonábamos las vibrantes notas de nuestro himno nacional. Infaltable era la presencia del Director, don Abdón Max Pajuelo, quien habitualmente miraba panorámicamente a los congregados bajo una severidad y gravedad del rostro que, sin embargo, no podía ocultar su complacencia por lo patriótico y emocionante que era el momento.

 El entonces director del colegio,  Pajuelo, era Dr. en Educación, su autoridad académica en la región y el país era largamente reconocida. Había publicado obras de Historia Universal e, indudablemente, su personalidad inspiraba respeto y la admiración de sus interlocutores, conversar con él era aleccionador no solo por su bagaje cultural e intelectual sino, además, por esa inmanente fuerza interior que tienen algunas personas versadas. En suma, su autoridad como líder del colegio era natural y, su palabra era religiosamente asumida (su nieto, el periodista Beto Ortiz, con orgullo, reconoce ser el depositario de la vasta y rica biblioteca que heredara de su abuelo Max). Por su dotes personales y profesionales, nuestro Director, al poco tiempo, fue trasladado a igual cargo en el Colegio “San Isabel” de Huancayo, con lo que nuestra alma máter perdió a un gran Maestro.

Fue al iniciarse el mes de Julio de aquel año que ocurrió el hecho que motivan estás líneas. Los autores intelectuales, probablemente, fueron los estudiantes mayores del 5to. Año y sus promotores y operadores fueron Alberto Limache Canchaya a quien todos llamábamos con el mote de “negro lindo”, por esa manera dicharachera de saludar a todo el mundo exclamando “¡Hola negro lindo!”; y el “poto” León, un estudiante fornido, muy bromista él. El día sábado por la mañana, antes de retirarnos para el descanso de fin de semana, súbitamente, ambos estudiantes ingresaron a nuestro salón del 2do. “D”. Cerraron la puerta y, poniéndose al frente, nos indicaron que el lunes siguiente, a la hora de la formación, todos debíamos estar complementados con  chalinas, gorros, guantes y untados en visibles olores de alcanfor, mentol, etc. Debíamos simular que una grave gripe nos aquejaba, otros deberían dejar notar sus resfríos, temblores, estados de incontenible tos, etc. Nos comentaron que ya habían instruido a los alumnos de otros salones para lo mismo. Todo ello en el marco de las terribles heladas que son características en esa temporada a lo largo de toda la región andina y que, en verdad y especialmente por las mañanas, contraían nuestras articulaciones de frío.

Y así fue, aquel lunes de marras, los estudiantes que provenían de los distritos aledaños y que eran más puntuales que los citadinos, ya estaban bien ataviados con todo lo recomendado. En la formación, los alumnos por secciones ocupábamos el lugar que nos asignaron para cada lunes. Ya en medio de la formación, el brigadier general gritó a toda voz “¡Atención!” y prestos, hicieron solemnemente su ingreso el Director Pajuelo y los profesores para dar inicio a la entonación de nuestro himno patrio y luego recibir las recomendaciones semanales que habitualmente nos daba el Director. Fue, cuando a una señal de “Negro Lindo”, los estudiantes enfundados entre chalinas, guantes y otros, empezamos a toser escandalosamente, otros a estornudar con estridencia, otros a contorsionarse por los “calambres”, etc., tanto que el severo Director, con rostro desencajado y absorto y alzando la voz, ordenó a los presentes calmarse, controlarse y, sin dudar ni contar con los consabidos acuerdos de profesores de estos tiempos, dispuso enérgicamente que todos los estudiantes volviésemos a casa una semana, para que nos podamos atender y restablecernos de la “severa epidemia” que asolaba a los estudiantes de su colegio, despidiéndonos hasta el lunes siguiente. Al pronunciar esta decisión, una exclamación de júbilo brotó de la garganta de cada uno de los asistentes, el buscado y forzado “asueto” había sido logrado. “Negro Lindo” y el “Poto” León habían triunfado y, muy discretamente, sonreían.

JAUJA: 486 AÑOS DE GLORIA Y ESPERANZA

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Darío A. Núñez Sovero

El insigne escritor jaujino Clodoaldo Espinoza Bravo nos lo recuerda, en su vasta obra colmada de jaujinidad, que desde el gobierno del Dr. Heráclides Balvín Huamán, quien fuera el primero de los que ocuparon el cargo por elección popular el año de 1963,  se dio inicio, por Acuerdo del Concejo, a la Semana de Jauja, la misma que se instituía en razón de la vigencia de Jauja en la historia de los pueblos del Perú y América. Esta semana debía tener como día central el 25 de abril, en recuerdo del día en que se consolidó la Fundación Española de la Ciudad de Jauja en 1534. Desde entonces, el mes de abril, para nuestra provincia estaba determinado, a priori, para ensayos y celebraciones que debían realzar nuestro júbilo citadino fundacional, así como también rendir un reconocimiento a quienes, en su momento tuvieron activa participación para la forjación de nuestra idiosincrasia e identidad.

Cronológicamente, este año, es la semana en la que debían desarrollarse todas las actividades de la Semana de Jauja. Estas, naturalmente, afrontan la coyuntura de la grave pandemia mundial que aqueja a la humanidad y que nos enfrentan a una situación de razonable emergencia nacional. Razón más que poderosa para posponer cualquier tipo de programaciones festivas que esperarán una nueva oportunidad. Las penurias de nuestra comunidad y el respeto al sufrimiento de miles de contagiados y fallecidos así lo exigen.

Lo expuesto, sin embargo, no nos impide para que en la interioridad de cada jaujino se desborde la emoción y podamos expresar nuestro homenaje al sagrado suelo que nos viera nacer. Rendir nuestra reverencia a ese espacio geográfico, colmado de infinitas bondades naturales, que fuera el escenario donde hemos visto la luz por primera vez y desde donde hemos iniciado nuestro recorrido por la vida y el mundo.  Ofrecer nuestra pleitesía a nuestra Jauja, suelo bendito que es y será nuestra fuente de inspiración para acometer, con entusiasmo y mucha fe, las diferentes vicisitudes existenciales.

Esa es la intención de la presente nota, que no es sino un apretado resumen de sentimientos terrígenos y una exaltación viva a la calidad de exhibir, con orgullo, la condición de ser jaujinos. Por ello es que nos emocionamos al recordar a esa tierra legendaria que aportó objetivamente con el rescate del inca Atahualpa con el cargamento aurífero que hicieran llegar nuestros naturales a Cajamarca, confirmando la fábula europea del “País de Jauja”.  Saber que el 24 de abril de 1534, por decisión de Francisco Pizarro, se consolida la fundación de Jauja como la capital de la gobernación de Nueva Castilla es motivo de perenne reflexión, pues nos recuerda el inicio de una orgullosa nación mestiza que supo conjugar los aportes culturales del mundo occidental e indígena. Nos llenamos de euforia patriótica cuando evocamos la participación activa de nuestra Jauja en las Juras de la Independencia Nacional bajo el liderazgo del cura Estanislao Márquez y Alejo Martínez Lira (en Jauja fueron dos juras de independencia las que ocurrieron el 20 de noviembre de 1820, en la mañana en Huancayo y por la tarde en Jauja. No olvidar que Huancayo es desmembrado de Jauja el 16 de noviembre de 1864). Para nosotros es motivo de especial recuerdo el haber sido, aunque sea brevemente, sede de la capital de la república peruana y por ende Capital del Perú cuando Nicolás de Piérola decide establecerse en Jauja en su condición de dictador. Haber estado presente en las jornadas de la Guerra con Chile en las batallas de San Juan y Miraflores así como en la resistencia de Cáceres con los batallones “Jauja”, “La columna de Mito”, “Guardia Nacional de Huaripampa”, “Cazadores de Apata Nº 8”,  “Flanqueadores de Llocllapampa”, “Cazadores de Muquiyauyo”, “Batallón Libres” de Marco y Concho, que consagró la gloria de prohombres jaujinos anónimos así como de líderes como Domingo Martínez Martínez, Lucas Hinostroza e hijo.

La Campaña de la Breña fue financiada por los notables jaujinos en 1882

Cabe precisar que Jauja fue quien financió la Campaña de la Breña, por lo que una vez terminada la guerra del pacífico, nuestra ciudad atravesó una grave crisis económica que la superamos posteriormente. Al respecto, en la página 43 del libro “Poder y conflicto social en el Valle del Mantaro” de Giorgio Alberti y Rodrigo Sánchez, se indica lo siguiente:

“Otro factor que contribuyó al debilitamiento de la élite jaujina fue la guerra con Chile (1879). En efecto, todos los gastos para la defensa de la región y la preparación del ejército del general Cáceres fueron sufragados por los notables jaujinos (Bravo Guzmán, 1943). Además, la élite jaujina sufrió las peores consecuencias de la devastación causada por las prolongadas acciones militares en el área”.

Asimismo, haberle dicho al Perú: presentes en la Guerra con Ecuador en 1941, otorgándole la entrega y heroicidad del jaujino Alipio Ponce Vásquez “El titán de Carcabón”. Haber tenido participación viva y arrojada en el conflicto del Cenepa el 1995 con la pericia combativa de Hilario Valladares Zegarra, héroe de dicho conflicto. Recordar todo ese sacrificio de jaujinos en aras de la patria me sacude el patriotismo y lo colma de orgullo, como también me enorgullece saber del bagaje intelectual y cultural de Pedro Monge Córdova, Edgardo Rivera Martínez, Aníbal Moto Vivanco, Wenceslao Hinostroza, Max Espinoza Galarza, Víctor Modesto Villavicencio, Miguel Martínez Saravia, Alejandro Contreras Sosa, entre otras renombradas intelectualidades jaujinas, que han hecho aportes tangibles al enriquecimiento de la heredad nacional.

Hablar de Jauja sería llenar de palabras grandiosas y melifluas las páginas de la historia nacional. Todo ello aflora ante nuestra memoria cuando la nombramos. Aflora también la necesidad de seguir bregando por su desarrollo: i) defendiendo la vigencia de nuestra primer terminal aéreo como Aeropuerto Internacional del Centro -tal como fuera proyectado por nuestros ancestros liderados por Tayta Pancho, José García Frías y Virgilio Reyes-; ii) seguir impulsando la carretera JU 103 que posibilitará abrir una nueva vía de desarrollo de Jauja con su región selva; iii) seguir impulsando la próspera industria de productos lácteos y piscícolas que harán de nuestra provincia una rica fuente de provisiones alimentarias al país; iv) continuar con la explotación racional de los recursos no metálicos de la quebrada del valle del Mantaro, fuente de ingente mano de obra local; v) continuar siendo la dispensa alimentaria de la capital de la república con las ingentes cosechas agrícolas de nuestro campesinado; desarrollar desde una óptica más técnica y productiva la potenciación de los numerosos recursos  turísticos de Jauja, fuente de grandes recursos económicos para nuestra comunidad; vi) iniciar la nueva construcción del Hospital de Jauja; vii) iniciar la construcción de la Zona Monumental de Jauja; etc. Y así la relación de tareas pendientes sería larga, pero es lo que ahorita necesitamos como provincia.

Esta apretada mención de las virtualidades de Jauja, naturalmente colman el sentimiento colectivo de nuestros comprovincianos en esta semana de Jauja. Lo hemos querido mencionar como una humilde y modesta tributación de reconocimiento y homenaje a nuestra querida y grandiosa tierra, en este su 486 aniversario de fundación española. ¡Viva Jauja!

Jauja, 21 de Abril del 2020

¿VACACIONES? ¡LAS DE MIS TIEMPOS!

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Darío A. Núñez Sovero

En la vida de las personas siempre habrán vivencias de índole laboral o estudiantil. Estas últimas, retrotraídas en el tiempo, como en mi caso, estuvieron acompañadas de un período de descanso que todos conocemos como vacaciones; delicioso espacio temporal ideal para redondear proyectos que dormían ansiosos de ser logrados una vez que se den inicio y luego de tensa espera.

Debo empezar confiándoles que esta es una prosa preñada de nostalgia, de recuerdos que se agolpan en nuestra memoria y se acurrucan en algún lugar de nuestros más delicados sentimientos. También es un homenaje, silencioso y quedo, a la memoria de amigos con quienes compartimos incontables experiencias. Es natural que, en este recuento, omita involuntariamente algunos nombres. A ellos expreso mi antelada disculpa.

En tiempos estudiantiles, ver concluir el año lectivo, aparejaba una escondida alegría de presentir que el período vacacional próximo venía con muchos escenarios a disfrutar. No bien realizada la clausura del año de estudios, nuestra maleta estaba lista para ser conducida a los vehículos de transporte que deberían retornarnos al extrañado terruño. Muy temprano ya nos encontrábamos en la desaparecida Estación de Desamparados en Lima para realizar nuestra travesía andina en el primer tren. Nada era comparable como viajar en tren. Hacerlo me recordaba esa metáfora de Chocano cuando la comparaba con “la aguja de acero inmensa que va cosiendo los Andes”. Era, además, extasiante porque te posibilitaba confirmar lo bello que es nuestra patria, llena de amplísimos paisajes polícromos que se iban pintando a nuestros ojos, unos tras otros. En esas cavilaciones geográficas, de pronto ya estábamos en Matucana, Chicla, La Oroya, Pachacayo, etc.; y en cada una de estas estaciones voces estridentes ofrecían diversos manjares para el paladar como truchas apanadas, choclos con queso, panecillos, alfajores, etc. Todo este deleite no era suficiente para calmar nuestra ansiedad por llegar a Jauja. Nuestro estado anímico expectante nos hacía olvidar los estragos que el temible soroche amenazaba a nuestra salud. Ya en el terruño, presurosos, abordábamos los taxis de “Chato” Cruzado o “Saca” Benavides y, de pronto ya estábamos en casa. El reencuentro con los nuestros era de una alegría desbordante. Los abrazos eran como sellos que agotaban la nostalgia generada por nuestra forzada ausencia.

Naturalmente que, en casa, se ignoraba que estratégicamente (para usar un término castrense) ya habíamos diseñado nuestro plan de vacaciones. La cercanía de las fiestas navideñas, que era una celebración íntima desprovista de la parafernalia de este tiempo, nos proyectaba a estar, luego de la misa de gallo, en el parque principal para admirar la infaltable cuadrilla de huayligía, liderada por Pancho Chávez, aquel regordete guardián del cementerio, que encabezaba la comitiva de bellas y vaporosas muchachas que se desplazaban desde la plazuela de Libertad hasta la Iglesia Matriz. El mismo día navideño, con los amigos del barrio, por la tarde ya estábamos enrumbando hacia Masma o Muquiyauyo para apreciar las hermosas fiestas de ese día.

Transcurridas las austeras celebraciones del nuevo año y mientras aguardábamos el inicio de las fiestas de Bajada de Reyes, desplazarnos hasta las riberas del río Yacus era una rutina diaria que se hacía para darnos, con cientos de muchachos, chapuzones en la torrentada de un bramador río que atemorizaba nuestra fragilidad humana. Allí coincidíamos con decenas de muchachos de otros barrios todos en la misma conducta de saltar desde la orilla, bracear y luego salir para irse “secando al sol” con los dientes rechinando y temblorosos por el aire frígido de aquellos húmedos parajes. Cuando, ya dando las 5 o 6 de la tarde, nos retirábamos haciendo chanzas de nuestra alegría acuática, ya estaba diseñado el ir, por las noches, a cuánta fiesta de “bajada de reyes” había en Jauja, aún sin estar invitados. Era grato compartir la prodigalidad de las familias anfitrionas: se comía, se brindaba, se bailaba… ¡Dios mío!, para qué más. Y así transcurrían estos días de enero, en medio de un ambiente bacantino, hasta que ¡de pronto! Nos dábamos cuenta que había llegado el no menos renombrado y esperado “20 de Enero” y el escenario de nuestra alegría era otro. Se había mudado a la plaza de los Yauyos, donde las celebraciones lindaban con lo pagano por cuanto en la mañana del primer día, los devotos de San Fabián y San Sebastián, eran contritos fieles que asistían a misa y procesiones, para luego dar rienda suelta a toda su alegría tunantera multiplicada en cada una de las cuadrillas presentes. Era sorprendente ver cómo de la devoción mística de los feligreses se pasaba al ambiente dionisiaco de la sensualidad y el desenfreno. Y así en los días siguientes, dirigirnos a ese recinto antiguo donde se derramaba la alegría por nuestros cuatro costados, los agasajos, desayunos y almuerzos, eran esperados con una devota voracidad sibarítica. Como dirían los marketeros de cierto panetón: ¡cuánta fiesta!, ¡cuánto baile!, ¡cuánto brindis!, ¡Dios mío! Para qué más. Y aturdidos por esos eufóricos momentos de fiesta, las bromas discurrían como ríos de estridentes carcajadas, uno más que otros de jocosos. Si hasta para estrecharnos en abrazos era como ritual decir: “felices pascuas y próspero 20 de enero”, como una obligada manera de saludarnos entre los presentes. Y los momentos, desde antaño, siempre son los mismos. Reencuentro con amigos, mutuos saludos, abundante líquido dorado y espumoso para los brindis de reencuentros y, si estábamos disfrazados en la cuadrilla de Erasmo Suárez, buscar ansiosamente en los palcos a las mozas a quienes había que deslizarles coquetos madrigales çargados de ironía y sentimiento, con el fin de doblegar su inocencia y arrancarles discretas y ruborizadas sonrisas. En este coro socarrón de “chutos” podía reconocerse, con silencioso disimulo, la presencia de infaltables amigos como el “Chepo” Gamarra, “Chicato” Infantes, Lucho Ramírez, el “Loco” Balvín, y toda esa muchachada de mi generación. Del 20 al 26 de enero, el júbilo plural de nuestro pueblo se encargaba de incrementar nuevas anécdotas en cada jornada. Tengo guardadas en mis retinas las broncas que se armaban por disputas amorosas por las chicas de nuestra preferencia, el modo tan jocoso con el que miccionaban las polleronas jaujinas, huanquitas y María Pichanas, aquellas tarde de jalapato en la que el “Huayhuar” Artica disfrazado de chuto irrumpió montado en un caballo blanco en el ruedo de chalanes para arrancar la cabeza del pato y entregárselo, como una ofrenda sangrienta, a la dama Lola Morales que se ubicaba en un toldo preferencial del cuadrilátero de la plaza.

El 20 de enero, será siempre un hito vivencial en el recorrido de vida de todos los jaujinos. También será una oportunidad dolorosa de evocar los nombres de quienes dejaron las crueldades de este tiempo y partieron al reino desconocido del éter y el silencio: “Jara” Arteaga, el tío Erasmo, “Mocho” Suárez, Antonio Bravo, Epi Sánchez, en fin. ¡Tantos nombres! La fatiga de estas celebraciones nos restaba aliento para continuar el jolgorio tunantero en tierras de Julcán, por ello y ante la proximidad de los carnavales reservábamos energías para renovarlas en los barrios de Jauja. Ya sabíamos que teníamos que empezar por La Salud y terminar en Chinchán. Pero, reticentes y calculadores como éramos, guardábamos lo mejor de nosotros para Huarancayo y La Libertad. Empezábamos con la patasca de las traídas de monte y concluíamos con la recepción en el Casino Jauja que los padrinos del año entrante recibían de los padrinos salientes. Al final, ya exhaustos nos retirábamos presurosos y preocupados porque en casa no nos descubran el aliento fiestero. Los más suertudos dibujaban sus sombras en los zaguanes de algunas casonas, donde las parejas se prodigaban caricias mutuas. ¡Qué lindas son las vacaciones en Jauja!

Pasados los carnavales, marzo era un mes que imprimía en nuestros rostros un rasgo sombrío; un mes al que llegábamos temerosos de saber que pronto retornaríamos al lugar donde debíamos continuar nuestros estudios. Ello no era óbice para darse maña e ir al Cine Colonial para concretar alguna cita concertada y luego darse una vuelta en ese rincón de la bohemia que era el famoso Billar Doria. Allí era normal encontrar a famosos taqueros “enfermos” por el billar de tres bandas y las billas. Boquiabiertos admirábamos las “voladas” de Fukushima, el famoso “Twist” Quintana, Laguado, Pita, “Pato” Bonilla, Julio Lobe, etc. Ver a esos taqueros era como ver “doctorados” del paño verde. De todos, el más pulcro y sereno era el “Twist”, siempre enfundado en una elegancia de un Pedro Navaja andino. Y al fondo, en ese Doria del recuerdo se escuchaban las notas sonoras de los jaraneros de Jauja, donde no faltaba la voz potente y armoniosa del “Chino” Loayza, el timbre pastoso de “Collo” Lizárraga, las guitarras de Pepe Martínez y Germán Osnayo; hasta que las madrugadas nos sorprendían acariciando un buen coñac que nos suma, luego, en un profundo sueño.

Y así se iban extinguiendo nuestras vacaciones y ya sabíamos que, al final, las partidas eran tristes pero necesarias. Los adioses llegaban de pronto y nos alejaban, nuevamente, de nuestros seres amados. Los caminos del retorno eran callados testigos del recuerdo de todo lo vivido y sufrido en este breve periodo de descanso. Y sabíamos, también que el olvido, amenazaba como un manto generoso de nuestra alegría, pues, lo que nos esperaba más adelante suponía nuevas responsabilidades de estudiante. Esos fueron los años dorados de nuestra juventud.

EN DEFENSA DEL USO DEL SOMBRERO DE COPA ALTA EN LOS CHUTOS DEL “CENTRO JAUJA-ERASMO SUAREZ ZAMBRANO”

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Darío A. Núñez Sovero

Recientemente, se viene cuestionando, desde algunas voces “puristas”, el uso del sombrero de copa alta de los chutos danzantes del “Centro Jauja-Erasmo Suárez Zambrano”, tratando de negarles su validez costumbrista, toda vez que la mayoría de danzantes usan el sombrero bombín conocido  popularmente como “tongo”. Esta actitud trata de desmerecer nuestra participación en un intento de anularla indebidamente. A este respecto, es necesario precisar algunos argumentos justificatorios del por qué de su uso en los chutos danzantes de nuestra institución:

FUNDAMENTACIÓN HISTÓRICA.

  • El viajero suizo J. J. Tschudi visitó nuestra ciudad reiteradamente, los años 1839-1840. Sus impresiones las publicó en Europa el año 1846 y allí, al hablar de las costumbres de Jauja, refiere que vio “danzantes de huayligía y corcovado”. Esta aseveración puede corroborarse en la obra de Edgardo Rivera Martínez “Imagen de Jauja”, pp. 146-147. De resultas que, hacia ese tiempo, no existía la tunantada como expresión de la alegría popular.
  • Careciendo la tunantada de fecha de creación y siendo ella producto de un proceso de larga maduración entre las capas populares de Jauja, es probable que haya ido condensándose en la segunda mitad del siglo XIX, tiempo en que el país veía cómo los destinos de nuestra patria estaban en manos del caudillismo militar y la plutocracia peruana. Es conocido que esta última, para las ceremonias oficiales utilizaba en su indumentaria el sombrero de copa alta que el populacho ha denominado, después, como “tarro” a imitación del famoso sombrero del “Tio Sam”, símbolo del poder político y económico en el continente americano de aquel tiempo. Esta situación estaba muy lejos de ser alcanzada por los integrantes de la gran masa popular; es más: la detestaba y rehuía.
  • Nosotros, sostenemos que, la Guerra con Chile de 1879 a 1883, motivó que el país y la economía peruana se vieran arrasados por el invasor lo que dio lugar a que las actividades de aquel tiempo se trastocaran drásticamente, siendo que en el caso de Jauja, por ejemplo, hubo de dejar de funcionar el Colegio “San José” por cuanto algunos de sus integrantes marcharon al campo de batalla y sus docentes a donar el íntegro de sus haberes para rearmar al país, su local fue cuartel primero de chilenos y luego de las huestes de Cáceres, etc. Era natural que la incipiente tunantada sufriera también, una paralización en su desarrollo. Para este tiempo, el padre de Erasmo Suárez Zambrano, don Pablo Suárez Núñez, era un niño que vio partir a su padre (abuelo de Erasmo) al campo de batalla para no volver a verlo más. Pasado el tiempo de guerra, con los años don Pablo Suárez Núñez, como muchos jaujinos de ese tiempo (1910), se trasladó a Morococha (otros lo hacían hacia La Oroya y Cerro de Pasco) pero no para laborar como minero, sino trabajar como comerciante. Su bazar, se constituyó en un obligado lugar de concentración de jaujinos y, es justamente allí donde se ponían de acuerdo para viajar a Jauja en tiempos de los santos  Sebastián y Fabián para participar en las festividades en su honor.
  • A este respecto es interesante citar lo que uno de los actores de ese tiempo, don Manuel J. del Valle, cita en su libro “Relatos Serranos”:

 “…  Conocidas son las grandes cualidades y también muchos defectos que distinguen al hombre minero…De esta suerte casi siempre vive el presente, y es botarate, jaranista, bebedor y, a veces, filántropo. Muchas obras públicas de nuestros pueblos serranos tales como Iglesias, parques, municipalidades, colegios, han sido hechos con el dinero proporcionado por los hijos del lugar, residentes en los asientos mineros.

Durante el día enterrado en la mina, realizando una labor bestial, de noche en el salón de diversiones en el que se juega, se liba licor, se baila, se forma pendencia…” (p. 80).

  • En el mismo libro, el autor cita un relato que se aproxima más a las características del actuar de nuestros chutos y huatrilas:

“Nuestra vida continuaba lo mismo. Tiznados con el hálito maldito de la mina, concurríamos, terminadas nuestras labores, al único salón en el que se podía a la vez, jugar y beber. Al calor del juego pasábamos allí momentos de inolvidable recuerdo. Dentro del cosmopolitismo de los concurrentes, habían austriacos, suizos, italianos y otros extranjeros de diferentes nacionalidades, aunque la mayoría la constituimos los peruanos. Primaba, por supuesto el chiste barato, la pulla picante, siendo los más festejados aquellos que mitad en quechua y mitad en castellano, dirigíamos preferentemente a los extranjeros a los que conocíamos genéricamente con el nombre de “jalacuncas” (p. 81).

En buen romance y de lo anteriormente expuesto, hacia 1910 en que el autor escribe esto, la crueldad de la explotación en las minas estaba asociada a la presencia del “gringo” explotador, al que había que ridiculizar, mofarse y hacerle chanza a través de la máscara y utilizando un lenguaje “mitad quechua y mitad en castellano”, incomprensible para la audiencia del extranjero. ¡qué mejor que las festividades de San Sebastián y San Fabián para hacerlo! Por otro lado, en el primer libro de Manuel Espinoza Galarza “Relatos referentes a Jauja”, publicado el año 1958 en Lima, hablando de nuestra fiesta del 20 de Enero, el autor dice:

“Clásica, cuyas raíces se pierden en la oscuridad del pasado, es la fiesta de San Sebastián, que tiene por escenario el barrio de Yauyos…Antaño el “Quiche Guerreros, después el “Chino Pablo”, junto con otros a los que no conozco, así como los Barrios de Yauyos, La Libertad, la Salud, etc., organizaron y organizan las famosas cuadrillas de tunantes… El día veinte, a eso del mediodía, las orquestas, que antaño integraban cuatro músicos, y que ahora alcanzan a seis…” (pp. 29-31).

De lo transcrito, es fácil deducir que cuando el autor hace alusión al “Chino Pablo” se está refiriendo a Pablo Suárez Núñez (padre de nuestro fundador Erasmo Suárez Zambrano), quien venía desde el asiento minero de Morococha junto a sus amigos con quienes armaba su cuadrilla de tunantes, precursora de la vigente institución “Centro Jauja” que su hijo Erasmo  (al que después se añadirían sus hermanos Guillermo y Vicenta) fundara el 29 de Julio de 1939. También es fácil inferir que, desde su lugar laboral, traían la conducta zahiriente y jocosa que ridiculizaba la presencia del patrón y blanco, dueño de las minas de la empresa “Cerro de Pasco Corporation”, a la que asociaban con el famoso “Tio Sam”, usufructuario del sombrero llamado coloquialmente “tarro” y símbolo del naciente imperio norteamericano. Esta afirmación pretende explicar, por qué, desde sus inicios, en nuestra antigua entidad tiene vigencia el Chuto con el sombrero de copa alta.

En este rubro de esclarecimiento histórico, finalmente, debo citar a don Alejandro Contreras Sosa, quien en su libro “Xauxa, Relatos en Tono Mayor”  (1972) ubica a don Pablo Suárez y a su hijo Erasmo como los primeros cultores de la tunantada:

“…en un tris llegó al lado de los “tunantes” y dialogó íntimamente con el “Chino Pablo” Suárez…” (p.28).

“…Esta danza colectiva, del Cercado de Jauja, tiene cultores impenitentes que se ocupan de presentarla anualmente, entre los que destacan los hermanos Suárez Zambrano, Montalvo, Ramírez, Véliz, Pizarro y tantos otros que gastan sus ahorros, procurando superación a los organizadores de los diversos barrios jaujinos” (p. 35).

La vigencia del “Centro Jauja-Erasmo Suárez Zambrano” en el escenario de nuestra fiesta y en el concierto del folclore nacional es hartamente reconocida y en este aspecto es bueno recordar que en la más famosa novela latinoamericana de la década del 90, “País de Jauja”, su autor, el jaujino Edgardo Rivera Martínez, utilizando lenguaje figurativo y metafórico se refiere  en los términos siguientes:

“Los López… se esmeran mucho con su conjunto, y dicen que hasta hacen ensayar a sus bailantes…El 20 de Enero es a no dudar una fiesta hermosa, mas no por el jalapato, sino por los disfrazados y la música…Lo que a mi me fascina es el arpa, por la manera con que marca la cadencia… Un pasacalle sería inconcebible sin el arpa…” (pp. 156-157).

 “otra vez va a tocar la Lira de Jauja en la cuadrilla de los hermanos López…por entonces muy en boga y realmente buena…” (p. 155).

Estas citas nos explican varias cosas: primero que la mención de los hermanos López están aludiendo a los hermanos Suárez Zambrano (Erasmo, Guillermo y Vicenta) del “Centro Jauja” y, segundo, que hacia ese año ya este conjunto ponía especial interés en la danza de sus bailantes, por lo que era inconcebible que la presencia del chuto con “tarro” no haya sido cuidadosamente  tamizada y presentada. Estamos hablando del año 1947, en el que el autor ubica sus relatos.

                                                                                                                                                                            CONCLUSIONES

  1. Erasmo Suárez Zambrano, fundador del “Centro Jauja”, es continuador del legado tunantero de su padre, don Pablo Suárez Núñez , comerciante jaujino afincado en el asiento minero de Morococha y uno de los cultores iniciales de nuestra tradición.
  2. Cuando se funda el “Centro Jauja”, uno de los participantes es el chuto con sombrero de copa alta, en alusión burlesca al abusivo “gringo” de las minas, a quien había que satirizar y ridiculizar mediante el uso del “tarro” con un lenguaje “mitad castellano y mitad quechua” inalcanzable para la comprensión del foráneo.
  3. Desde antaño a la fundación de nuestra entidad, el chuto de sombrero de copa alta, ha existido en la cuadrilla de tunantes. Existen testimonios gráficos que corroboran esta afirmación (el más antiguo data de Enero de 1950)

Es conveniente respetar, en el caso del “Centro Jauja”, el uso de esta indumentaria del vestuario, a riesgo de que no está generalizado y sus costos son mayores. Ningún acuerdo podrá borrar lo que nuestros ancestros no han legado.

Jauja, 06 de Enero del 2020

BREVES RELATOS PARA EL SORPRENDENTE ANECDOTARIO JOSEFINO

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                                                   Darío Núñez Sovero

Hurgando sobre las motivaciones de una aparente “confrontación” entre jaujinos y huancaínos, encuentro que,  en los orígenes de este hecho y que es una realidad, hay antecedentes remotos y  están referidos, entre otras razones, a las competiciones de antaño entre los colegios centenarios del “San José” de Jauja y el “Santa Isabel” de Huancayo. Estos antagonismos tienen data antigua y se remontan al siglo anterior. Cuando escolar, recuerdo que el año 1956 se realizó en Huancayo un Campeonato entre los colegios aludidos y, aquella vez, se extendió a los colegios femeninos “Nuestra Señora del Carmen” de Jauja y “Nuestra Señora del Rosario” de Huancayo.

Sobre dicho evento, tuve la oportunidad de asistir, subrepticiamente, con la delegación de nuestro colegio, para lo cual conté con la complicidad de los estudiantes-deportistas  de la rama del básquetbol Eduardo “Chino” Onuma y Orfeo ”Volvo” Huatuco. Viajé con la delegación oficial, bajo el liderazgo de los profesores de Educación Física, Alfonso “Loco” Alcántara y Eugenio “Negro” Susaníbar. Las competiciones se realizaron en tres escenarios: el estadio isabelino, el “pampón” del viejo recinto del estadio “Edilberto Chávez” y, por las noches, la cancha de básquetbol del “Colegio Inmaculada”. De este evento, dos hechos nítidos han quedado registrados en mi memoria: primero, cuando se realizaban las competencias atléticas, tocó el turno del salto con garrocha en el cual  nuestro representante era el estudiante, de tercer año, Luis Núñez Figueroa. Nuestra opción era de primera y su contendor –de apellido Loncharich- también era bueno. Superados los saltos iniciales, colocaron  la varilla a una altura mayor. Fue allí donde, en el turno del josefino y para desgracia nuestra, se rompió la “pértiga” –que era de caña bambú- cuando nuestro atleta estaba a una altura de más o menos tres metros. La caída  de espaldas fue inevitable, ante el estupor general, e inmediatamente fue auxiliado por los presentes, pues se temía lo peor. Para contento de nosotros, y fuerte como era, Lucho se sobrepuso un tanto magullado por la inesperada caída. El segundo recuerdo de esta competición, fue que, en la disciplina de salto alto, la representante del colegio del Carmen era la estudiante Luz Borja. Luego de dura competencia con su antagonista rosarina y ante la alegría y el incansable aliento de los josefinos, ella logró el campeonato en esta rama por lo que fue calurosamente felicitada.

El antecedente primario de estas competiciones, según Manuel Espinoza Galarza en su obra “Relatos referentes a Jauja”, se remonta a 1922. Dice nuestro ilustrísimo paisano que aquella vez él también era estudiante. Por entonces la Educación Secundaria en el país pasaba por una serie de innovaciones derivadas de que el Presidente Leguía había traído al país reformadores educativos norteamericanos, bajo el concepto de que era inspiradora para la educación peruana. Para nuestra región fue designado, como “innovador, un docente educativo “gringo” de apellido Albertson y a quién, con el apoyo los profesores de la naciente disciplina de Educación Física, no se les ocurrió mejor idea que organizar una competencia deportivo literaria entre los colegios más antiguos de esa época: el “San Ramón” de Tarma, el “San José” de Jauja y el “Santa Isabel” de Huancayo. La sede y por sorteo, fue fijada en Tarma donde deberían desarrollarse las competencias en noviembre del año siguiente, 1922. Para esa fecha, ya había ocurrido en el viejo colegio jaujino la primera huelga estudiantil –Mayo de 1920- fruto de la cual la Asamblea de profesores no tuvo peor acuerdo que expulsar a connotados estudiantes supuestamente instigadores de la medida de fuerza, entre los cuales estaban el notable Clodoaldo Espinoza Bravo y Manuel Espinoza Galarza, este último de reconocidas dotes artísticas y literarias. Pues bien, en este rubro, el “San José” tenía limitaciones por la escasez de estudiantes de solvencia que debían representar con altura y dignidad el ya renombrado prestigio del colegio, razón por la cual, el Director del plantel se vio en la necesidad de constituirse a la casa de Manuel Espinoza para informar a sus padres que como Director levantaba el “castigo” impuesto, en mérito de lo cual nuestro escritor volvió a su colegio y empezó a prepararse para la competencia. Un día antes de la fecha indicada y por las limitaciones económicas de la delegación decidieron ir a Tarma a pie. Llegado a su destino, desde ya, fueron recibidos con admiración por los lugareños, con el antecedente de que la delegación huancaína vanidosamente se insuflaba como invencible y amenazaba con arrasar los primeros puestos. Los resultados dijeron lo contrario y el colegio jaujino fue logrando triunfos en las competiciones de las que Manuel Espinoza recuerda haber logrado ser el triunfador del concurso literario, ante la ira de los contendientes quienes empezaron a agredir a los jaujinos. Los tres días de reñidas competencias fueron muy halagadoras para nuestros paisanos que satisfechos retornaron a nuestra ciudad con la alegría de haber representado con honor a su colegio y a Jauja, provincia que empezó a ser denominada, con justicia, como la Provincia Rectora del Centro del Perú muy respetada en todos los escenarios del país.

Pasados, dos años, el 6 de agosto de 1924, y en versión del extinto Julio Saravia Ancieta,  quien por entonces estudiaba el cuarto año y tocaba la tarola en la banda de música, ocurrió una nueva  y singular anécdota. El gobierno peruano dispuso que, en honor al centenario de la Batalla de Junín, se realizaría una gran parada escolar-militar para la que, nuevamente, fueron participados los colegios “Santa Isabel” y “San José”. Los estímulos eran especiales y la delegación josefina tuvo esmero en su preparación. El viaje, fue acordado realizarlo en tren. El día citado y con el afán de ser ganador, la delegación del colegio huancaíno, que también viajaba en tren, presionó al maquinista para que no ingrese a Jauja, cosa que así ocurrió. Enterados de esta situación y ante la larga espera, en acertada decisión, los directivos del colegio alquilaron dos omnibuses y decidieron llegar a como dé lugar a tan especial efemérides. La delegación huancaína no previó que el tren paraba en la ruta y, en otros paraderos, donde se detenía para proveer de agua a la locomotora, lo que les causaba retraso. De este modo, la delegación jaujina llegó primero al recinto del desfile y fue, en primer lugar, estimulada con el primer premio por puntualidad. La delegación huancaína, al llegar mostró su sorpresa y con contenida rabia, no pudo menos que pasar por el estrado de honor bajo los acordes de la banda josefina que ganaba el aplauso de la concurrencia por ser la delegación oficial del desfile. Concluido el desfile y ya en retirada, los josefinos, en coro, exclamaban al unísono: “te cuadre o no te cuadre, “San José” será tu padre” (Esta última versión me fue contada por Maruja Saravia Espinoza, quien comentó que su padre se lo repetía con acentuado gozo).

La historia de nuestro ahora colegio centenario jaujino es riquísima en anécdotas, como las relatadas. Nuestra intención es motivar a nuestros distinguidos ex alumnos y docentes para incrementar tan valioso legado con nuevos relatos vividos a través de los tiempos.

TEODORO “LOLO” FERNANDEZ: UNA ANÉCDOTA

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Darío A. Núñez Sovero

El presente,  es un post que está dirigido a toda la fanaticada de uno de los clubes más importantes del país, el “Universitario de Deportes”, sin que ello comprometa mi filiación a dicha institución y, lo hago, para aportar a la vanidad de toda esa inmensa legión de seguidores de la popular “U”.

Por todo el Perú es conocido el riquísimo historial de este singular futbolista cañetano, Teodoro “Lolo” Fernández, que acrisoló su incipiente experiencia deportiva en los arenales de la hacienda “Hualcará” de su tierra natal. Meritúa su trayectoria el hecho de haber jugado durante 23 años en el mismo club, hasta su retiro en el año de 1953, después de haber sido un innato goleador y haberse desempeñado, también, como insustituible en las selecciones nacionales de fútbol, habiendo coronado su participación, junto a notables y eximios de aquel tiempo como “Manguera” Villanueva, Juan “el Mago” Valdivieso, Teodoro y Prisco Alcalde, etc. en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, de donde nuestros dirigentes optaron por el retiro luego de que, injustamente, se anuló el triunfo peruano ante Austria, obligándosele a jugar un segundo partido, situación que no fue aceptada. Sobre esta participación en internet existen interesantes videos, uno de los cuales es el de una entrevista al célebre escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien menciona que “fue la vez en que Perú humilló a Hítler”. La constante de tan rico historial fue que  partido que jugaba, el gran Lolo, anotaba y, curiosamente, nunca dejó de usar en la testa una redecilla que, en mi tiempo le decían vasca, fuera una manera de tener siempre presente a su madre quien se la tejió.

Como diría nuestro escritor Edgardo Rivera Martínez, Lolo Fernández, con la aureola triunfal que tenía y “rodeado de tan justa fama”, a la semana de haberse retirado (Octubre de 1953) fue invitado por el Club “José Soriano” de Trujillo para hacerle un homenaje. Esta institución estaba integrada por jovenzuelos de posición media que se caracterizaba por proveer de jugadores jóvenes a los mejores equipos trujillanos de la década del 50. Me refiero al “Sanjuanista”, “Seminarista”, “Rambler de Salaverry”, “Los diablos rojos de Chiclín, “Unión Laredo”, etc. La sede de esta entidad estaba ubicada entre los jirones San Martín y Gamarra, a dos cuadras del Estadio Mansiche. Llegó Lolo, ataviado con terno y su inseparable redecilla y más pudo la inquietud que, cual comején, corroía el espíritu joven de los anfitriones, que no pudieron evitar pedirle a Lolo una demostración de su innata capacidad goleadora. Ante la aceptación de éste, todos se dirigieron al recinto del estadio y allí, el héroe de mil jornadas deportivas, pidió ubicarse frente al arco y solicitó la presencia de un balón y un arquero. No le fue nada difícil anotar ante la sorpresa del custodio que ni vio la pelota ingresar. Pidió dos arqueros y volvió a anotar, y así sucesivamente hasta  que con seis porteros, dio dos pasos atrás, y de un furibundo remate anotó con arquero y todo. Los presentes quedaron pasmados del asombro y no pudieron más que aplaudir. La contundencia de este futbolista era evidente, sus adversarios lo temían y por algo lo motejaron como el “cañonero”. Ese símbolo viviente estaba allí con su espíritu siempre jovial, su terno y, en la cabeza, su irrenunciable redecilla. A un costado, mi aniñada curiosidad grabó en mi memoria este hecho.

JAUJA-HUANCAYO: UN ENFRENTAMIENTO VACUO

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Darío A Núñez Sovero

Desde tiempos seculares, jaujinos y huancaínos nos encontramos ocupando orillas opuestas en cuanto a posiciones de exacerbado nacionalismo que, en algunos casos, linda con el chauvinismo, emulando otros enfrentamientos que a lo largo del país observamos cuando vemos cómo trujillanos y chiclayanos hacen lo mismo, o camanejos y arequipeños, huamanguinos y huantinos, etc. En nuestro caso, es bueno mencionar que esta, aparente, confrontación  ha reverdecido  con el tema del aeropuerto, ya que en tiempo reciente se ha reinventado una iniciativa huancaína para contar con uno propio, situación que, de darse, opacaría la vigencia del aeropuerto “Francisco Carlé” de Jauja.

En este subyacente enfrentamiento, existen lamentables olvidos que llevan a ignorar que ambas nacionalidades ocupamos idéntico espacio geográfico: el Valle del Mantaro, anteriormente denominado Valle de Jauja. Se suma a ello el hecho de que todos los estudios explican que ha existido, con algunos matices, una unidad histórica en el devenir de nuestra cultura que, en tiempos prehispánicos, se conocían como Cultura Wanca-Xauxa, segmentada en espacios Hanan Wanca, Lurin Wanca y Hatun Xauxa. En tiempos de la colonia, los pueblos del valle del Mantaro hemos sido obligados tributarios de las mitas y los obrajes impuestos desde el gobierno del Virrey Toledo. Cuando nace la república, tanto Jauja como Huancayo hemos pertenecido a la Intendencia de Tarma. Los primeros intentos de la independencia nos sorprenden (en nuestro valle) como una unidad geográfica tanto que, por ejemplo, el 20 de Noviembre de 1820 se Jura la Independencia, primero en Huancayo y por la tarde en Jauja. A este respecto, el profesor Luis Cáceres Osorio me explica que, dicho día,  en Jauja se juró la independencia dos veces, aludiéndome que en ese entonces Huancayo pertenecía a Jauja, pues como provincia cobró autonomía a partir del 18 de Noviembre de 1864 en que fue creada según proyecto de ley que presentó el senador jaujino José Jacinto Ibarra. Para la historia ha quedado este registro: “…En 1864 Huancayo, pues, dejó de pertenecer a Jauja, justo por gestiones de un parlamentario jaujino que no quiso ni pudo tolerar que un Distrito y una Ciudad, como Huancayo tan populosa y tan activamente comercial, mucho más que la propia Capital de la Provincia, continuara en un estado de injusta y artificiosa dependencia geopolítica. Dicha ley fue dada cuando era Presidente del Senado el General Ramón Castilla, de la Diputados don José Rufino Echenique, y cuando ejercía la presidencia del Perú Juan Antonio Pezet…” (1). Pero, volviendo al tema de la Jura de la Independencia, es importante remarcar que, en Huancayo, este hecho estuvo alentado por los mismos jaujinos, a saber: el año de 1820 el gobernador político y militar del distrito de Huancayo era el coronel miteño don Marcelo Granados, y el párroco, el licenciado jaujino don Estanislao Márquez. Significa que las dos autoridades más importantes de dicha ciudad eran jaujinos (sin olvidar que Mito pertenecía a Jauja por entonces). Las citadas autoridades, conjuntamente con el General Álvarez de Arenales acordaron redactar el acta y jurar la independencia. Ya por la tarde del 20 de Noviembre, el mismo sacerdote Márquez y esta vez con la compañía del insigne patriota jaujino Alejo Martínez Lira y el enfervorizado pueblo, jurarían la Independencia en la ciudad de Jauja. Como se advertirá, en ambas circunstancias (la Jura de la Independencia de Huancayo y la creación de su provincia) han sido jaujinos los que han alentado, sin mezquindades,  el avance de dicha ciudad.

Hay un hecho complementario que, me parece, fue el definitivo para consolidar las distancias. Ocurrió el año de 1931 y es de carácter político. Por ese entonces, la capital del Departamento de Junín era la ciudad de Cerro de Pasco, Por razones climáticas y a pedido de las propias autoridades, el gobierno del General Sánchez Cerro decidió su traslado (Decreto Ley Nº7001 del 15-01-1931). Por su importancia, le correspondía  a Jauja ser la nueva capital, pero como los responsables del gobierno estimaron que nuestra ciudad era el bastión del leguiísmo y Huancayo era bastión del sanchezcerrismo, con el apoyo del prefecto se decidió que la capital fuera Huancayo (“Poder y Conflicto Social en el Valle del Mantaro” Alberti Giorgio y Sánchez Rodrigo. p.47). Leguía había caído en desgracia y sufría cárcel, por tanto sus simpatías por Jauja no estaban en estima. Un hecho confirma esta aseveración: el año 1922 se bendijo la construcción de la Capilla de Cristo Pobre en Jauja y fue designado padrino el Presidente de la República, don Augusto B. Leguía, quien fue representado por su hija Lola (así figura la placa recordatoria de mármol a la entrada de dicho templo). Este acto evidencia las buenas relaciones de Jauja con dicho presidente, lo que era mal visto en Huancayo. Lo real es que  la nueva capitalidad del departamento de Junín, sumado a que, según Alberti y Sánchez, el crac de 1929 llevó a la ruina los comercios más prósperos de Jauja y a que, el mismo año, la terminación de  la carretera central fuera en Huancayo, llevaron a que dicha ciudad iniciara un período de prosperidad aparejada a que Jauja sufra un lamentable postergación. Las brechas, en vez de cerrarse se han ido profundizando, tanto que, en el fondo nuestras distancias carecen de sentido.

Hay en la historia de Jauja una serie de acontecimientos que han tratado de limitar su desarrollo y he querido resaltarlos con la mejor buena fe. Las nuevas generaciones deben asumirlos como referentes para iniciar nuevas jornadas que le permitan a nuestra provincia lograr llegar al lugar que por justicia le corresponde.

(01). ESPINOZA S., Waldemar. Enciclopedia de Junín, t.I. Huancayo, Ed. San Fernando, 1973. P. 330