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Multitudinaria feligresía que acompaña al Señor de los Milagros en la avenida Abancay – Cercado de Lima
Darío A. Núñez Sovero
Octubre, para Jauja y el Perú, es un mes de profunda significación religiosa. Un mes en que las colectividades, abrumadas por la vida de elevado pigmento sensual que durante el año los ha abrazado, pareciera que les anuncia la oportunidad de reencontrarse con la contrición y el arrepentimiento para sus atribuladas vidas. Es en este mes que, por doquier, aparece un insólito esfuerzo por lanzar nuestro ser por los desconocidos ámbitos de la metafísica y la trascendencia. De pronto, coincidiendo con los renovados aires de la entrante estación primaveral, un reguero interior de profunda religiosidad se apodera de nuestros espíritus como si la intensidad mística que nuestra existencia pagana reclama por fin hubiera llegado. Octubre es un mes que tiene un efecto mágico: tiene la virtud de santificar existencias frívolas trocándolas, aunque farisaicamente, en caritativas y bondadosas
Es de este modo cómo todos podemos constatar que el Perú se inunda de fe. Hablo de nuestra fe católica. Los pueblos de todos los confines del país asisten al pintoresco y a la vez solemne escenario de nuestras procesiones. En el interior del territorio, en la capital Lima y en numerosas urbes mundiales, allí donde laten los corazones peruanos como Madrid, Nueva York, París o Buenos Aires, y desde este año en Japón, la morada túnica de las Hermandades del Señor de Los Milagros cobra una contundente presencia que evidencia no sólo la espiritualidad del peruano sino que, además, reafirma la identidad de una cultura milenaria como es la nuestra. Es entonces que, especialmente Lima, se convierte en un gigantesco devocionario donde multitudes incalculables acompañan al Cristo Morado, encomendándole o agradeciéndole peticiones cumplidas o por cumplir. Orando por la paz y el bienestar de las personas y familias. Elevando piadosas oraciones que libre las conciencias de pesadas cargas pecaminosas. La fe de un pueblo es una realidad palpitante y conmovedora.
Paralelamente, como no podía ser de otro modo, hay un inmenso trajín de un sinnúmero de ofertas inimaginables. Desde estampitas, escapularios, hábitos, cirios, suvenires, pasando por los infaltables turrones y butifarras que se van ofreciendo en torno de la Iglesia de las Nazarenas y de la procesión que, cual un agitado colmenar, se ve lleno de devotos llegados de todas partes del país. Este sorprendente escenario se replica en muchas ciudades del interior. Todo el Perú, de pronto, está pendiente siguiendo la sagrada imagen de nuestro Señor.
Procesión de la Santísima Virgen del Rosario por las acogedoras calles de Jauja
Lo relatado, aunque en menor medida, no es ajeno a Jauja, donde hay un ingrediente complementario. El mes de Octubre es el mes de Nuestra Santísima Virgen del Rosario, nuestra patrona, y todos los años hay festividades especiales para halagar su santa protección. Seguido de esta festividad los jaujinos también veneramos a nuestra Virgen Chapetona. Ambas celebraciones vienen retomando el brillo de antaño acorde a las preocupaciones y desvelos de los mayordomos y alféreces. Los usos, a través del tiempo, se han ido perfeccionando y la feligresía comparte las celebraciones con puntual religiosidad.
Procesión de la Virgen Chapetona en Jauja, con el acompañamiento de zahumadoras.
Informado de que nuestra Virgen del Rosario es, también, patrona del pueblo de Manchay-Lima, acudí a las celebraciones programadas para este año y mis constataciones me devolvieron a lo que usualmente celebramos en Jauja, aunque con mayor participación comunal. Previamente y con antelación, advertí que para el día central un trabajoso ejército de obreros y técnicos se esmeraban en poner operativo un deslumbrante escenario en la plaza central, donde destacaban una réplica gigantesca de un retablo ayacuchano en el que debía ubicarse el coro de voces más la orquesta sinfónica juvenil para el día central y un escenario especial desde donde el Cardenal, Monseñor Juan Luis Cipriani Thorne, debía ofrecer la misa de celebración. Los detalles, al mínimo, los dirigía personalmente el Párroco del lugar, R.P. José Chuquillanqui y era interesante advertir que no dejaba nada para después. La víspera, empezó cuando una multitud llegó en procesión desde una capilla menor cargando a nuestra Virgen hasta la Iglesia principal, se procedió luego a la quema de fuegos artificiales acompasados por bandas de música llegadas desde Jauja, mientas la comunidad presente iba deleitando sus paladares con manjares típicos de Ayacucho, Huancavelica, Apurímac y Jauja vendidos por vivanderas arribadas directamente desde estos lugares y ubicadas en ordenados “toldos” que se han levantado previamente en la plaza de fiesta.
Procesión de la Virgen del Rosario de Manchay acompañada por su feligresía
Ya en el día central, la comunidad presente va admirando con su respectivo registro fotográfico, las más de cuarenta alfombras confeccionadas diligentemente por las instituciones del lugar en original concurso, mientras la feligresía se va acomodando en vistosos palcos esperando la hora de la misa de celebración. El carácter multitudinario de la concurrencia es asombroso y le confiere a la programación un ambiente de festivo recogimiento. Cuando nuestro Cardenal ha concluido la santa misa, la comunidad acompaña compungida a la procesión que se nota más impresionante aun cuando en el cielo plomizo de Lima estallan a discreción bombardas y cohetones de dos y tres tiempos. Concluida la procesión, hay una animada presentación de estampas folklóricas y de artistas reconocidos que emocionados le cantan a nuestra patrona mientas los asistentes, en más de 4000 personas, se aprestan a compartir un apetitoso almuerzo atendidas por los sufridos alféreces y mayordomos, en tanto la agradable y nostálgica música de bandas y orquestas va facilitando la digestión. ¡Un monumental esfuerzo que bien vale muchas indulgencias para los responsables de la fiesta!. Cuando concluye el programa de festejos, una sensación de reconfortante tranquilidad invade nuestra mente y un sentimiento de gratitud nos empuja a agradecer a los responsables de la programación por habernos deparado una festividad de profunda raigambre cristiana que nos hizo vivir nuevas experiencias como si estuviéramos en nuestra propia Jauja.
Bella réplica de un retablo ayacuchano: En la parte superior se advierte la presencia de un coro de misa y en la inferior la Orquesta Sinfónica Juvenil de Manchay – Lima
Cuando concluya el mes de Octubre, nuestros pensamientos y nuestra inconmovible fe, nos trasladarán hasta el próximo año donde, según promesa hecha a nuestra Virgen del Rosario, hemos comprometido nuestra asistencia para las siguientes celebraciones en su honor. ¡Qué bello es este morado mes!
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