¡MISERABLE PANDEMIA ECUMÉNICA DE CADA DIA!

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Darío A. Núñez Sovero

A esta hora de un incoloro véspero de enero, muchas voces asfixiantes, en los parcos lechos de algún hospicio, tratarán de aferrarse desesperadamente a la vida. A esta misma hora, miles de rostros mustios ensayarán una mueca pálida y crepuscular en clara antesala del arribo de la muerte, mientras sus más cercanos parientes se acordarán del genio de Vallejo cuando en su poema Masa espetaba con una languidez lacerante y desesperada: “…Le rodearon millones de individuos/ con un ruego común “quédate hermano”/ Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo…”. Entonces, como un largo filme de gratos recuentos, al unísono, todos lloraremos sin remedio por el viaje sin retorno que emprende nuestro más querido pariente o amigo ante la llegada odiosa e inesperada de este trágico final. Y así, como en esta dolida Jauja, la humanidad toda mira absorta e impotente cómo la muerte -esa tétrica realidad de la existencia hecha ahora pandemia- destroza la vida de miles de seres amados que eran personas de bien Y sobre las que descansaba la felicidad de familias, pueblos y naciones enteras.

¡Ah! Tiempos aciagos los nuestros. Tiempos crueles de desconcertantes borrascas sanitarias que han anegado de llanto el orbe. Tiempos en los que se ha borrado nuestra alegría y se ha exiliado la risa para trocarlos en una desesperada ansiedad e insanía. Tiempos duros que, sin merecerlo, vivimos con nuestros hermanos, hijos y nietos, con el mortal patógeno al acecho del menor descuido para darnos el zarpazo final y definitivo.

No hemos asumido la maldad para recibir este castigo. No hemos sembrado espinas para ganarnos este azote. Cuando tratábamos de rectificar nuestros yerros para hacer más feliz y sonriente al mundo y tratábamos de cambiarlo con los estandartes de la fe y la esperanza, llega esta malhadada realidad, oculta en personas que no sabemos quiénes son para de ellos cuidarnos. Entonces, para ensombrecimiento de nuestras amables relaciones, se ha institucionalizado la desconfianza y se hace clara la no deseada distancia en clara demostración de nuestros cuidados. Por eso es que mi odio a esta pandemia es irreversible. Ha cercenado brutalmente todos mis hábitos de hermandad y camaradería para encerrarme en una concha de egoísmo y extrema profilaxis. Odio esta pandemia porque me ha impuesto un permanente ritual ajeno a mis conductas rutinarias, pues eso de andar semi enmascarado en barbijos, lavarme las manos aunque sea por puro gusto y mantenerme alejado de los míos y extraños, nunca lo había presentido. Sin embargo, si todavía quiero seguir incomodando a mis contertulios, no tengo otra alternativa que hacerlo con afán y esmero porque de eso se trata para nuestra supervivencia.

Con esta castigante realidad, ¡cómo no añorar tiempos idos! Tiempos en que la hermandad era el pan de cada día y donde los más tratábamos de mitigar el dolor que agobiaba el mundo de los desposeídos. Cómo no llenarme hasta la saciedad de la fortaleza que sabe infundirme el Supremo Hacedor. Cómo no buscar su palabra -autorizada y divina- contenida en sus santos evangelios. Y aquí quiero repetir una clara y valiente admonición, a manera de catilinaria mística, escuchada de un venerable sacerdote en la misa dominical –virtual- en memoria de una dama jaujina víctima de este aborrecido mal: “este virus nos habrá podido arrinconar y quitar muchas vidas, pero lo que no podrá es quitarnos la fe en la gloria eterna, no podrá quitarnos la esperanza de un mundo mejor”, palabras que suscribo con énfasis especial porque estoy convencido que bajo las leyes eternas de la palabra divina, llegará el momento en que el mundo tenga otro amanecer, lleno de vivificante luz, donde –como dijo Manuel Scorza magistralmente – “…mientras alguien mire el pan con envidia, el trigo no podrá dormir, mientras  llueva sobre el pecho de los mendigos, mi corazón no sonreirá…”.

Jauja, 30 de Enero del 2021

Foto: Martín Valenzuela Gave

 

JUAN BOLIVAR: EL ZORZAL QUE SE ENAMORÓ PARA SIEMPRE DE JAUJA

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Darío A. Núñez Sovero

En una casa de Jauja, cuadra 4 del jirón Bruno Terreros, vibrante, colorida e intensa, se muestra la figura de Juan Bolívar Crespo, el bardo jaujino que hizo de sus sentimientos un supremo altar para esta sosegada Jauja que lo viera nacer. Los caminantes, presurosos unos y reflexivos otros, no pueden ocultar su curiosidad y dirigen su mirada al ícono que se muestra risueño y festivo en una pared celeste mimetizada con el azul luminoso del cielo jaujino.  Deberían saber que allí yace el recuerdo del heredero de la musa Erato que desde el Acrópolis helénico fue enviado a esta pródiga tierra para cantarle con el lirismo más refinado que puede inspirar su acogedora belleza. Es que Juan Bolívar amó a Jauja con el más puro eros griego, ese que se inspira en la acuarela del paisaje infinito y del embovedado cielo que envuelve el cosmos que abriga nuestros días. Fue enviado para cantarle con el sentimiento que los predestinados guardan en esa misteriosa arca de su vibrante y maravilloso verbo. Solo así podemos explicar el feliz y luminoso día en que, sentado en las cumbres de Ataura Jasha y dirigiendo su mirada hacia el norte del valle, exclamó desde sus interiores y mirando a nuestra longeva ciudad,  “ Jauja ¡Qué dulzura!/ rinconcito de mi valle/ que yo quiero/ Pedacito de cielo/ alegría del corazón. Eres por tu clima/ el orgullo de mi patria/ ¡Qué fortuna!/ En el mal un consuelo/ en la vida una esperanza…”.

Canto sencillo pero de una terrible profundidad terrígena que conmueve el espíritu más pétreo del cristiano que haya visto la luz en estos andinos parajes jaujinos. Canto que, finalmente, corona nuestros labios como un obligado himno que perenniza -cual un sello de tinta indeleble- nuestra orgullosa condición de ser xauxas. Ésta y las numerosísimas canciones de la autoría de Juan Bolívar Crespo, tienen la virtud de recoger de modo alguno la vida de este juglar del pueblo nuestro. Repasando pasajes de su vida, por ejemplo, el huayno “Juan Porongo”, es el lastimero canto que desde el interior de su humanidad gritan impotentes sus vísceras ante el cadáver de su madre, en recuerdo lejano al mote de cómo ella solía llamarlo de niño. Este hecho trágico marcó su derrotero artístico porque a partir de allí la temática de sus inspiraciones van a conjuncionarse con la no menos triste melodía tunantera. Aquella melodía que, como lo dice Ernesto Bonilla del Valle, es como si un llanto o todos los llantos de la tierra te cayeran sobre el alma. Una expresión de ello es el himno que todos los tunantes ensayan: “Jara Arteaga”, que es la exaltación al amigo y pariente ausente, al compañero con el que se compartió, en las fiestas de Yauyos-Jauja,  las experiencias más insólitas e inolvidables del trasuntar moceril que tenemos todas las personas. Composiciones en recuerdo de festividades jaujinas, compañeros de ruta tunantera,  barrios y pueblos de la región, con sus pintorescos paisajes y plazas, serán los motivos que encienden su fabulosa y prolífica creación. Juan Bolívar es el cantor de la exultante vida y la alegría plena; su sobrina Nilda  -en este acápite del repaso de su vida- no por gusto nos dice “lo veía como un trovador, todas sus composiciones son poemas a la vida, el amor a la tierra que nos vio nacer, el amor entre las personas, el amor entre las parejas, todas son bellas y hermosas entregas; ese es el Juan que admiro y del que, como jaujina, me siento orgullosa”.

Juan Bolívar y su cuñado Juan Arteaga, en la plaza de Yauyos, en un 20 de Enero. A la izquierda aparece Epifanio Sánchez Yupanqui.

Por toda la obra desplegada en su provechosa vida, Juan Bolívar, fue merecedor de justificados reconocimientos, tanto en la capital de la república como en su tierra xauxa. Tuve la feliz ocasión de participar en uno de ellos cuando en enero del año 1995, durante la gestión del abogado Luis Balvín Martínez como Alcalde de la Municipalidad Provincial de Jauja, fue reconocido como Hijo Predilecto de Jauja y galardonado con un plato de plata, conjuntamente con otros ilustres jaujinos como Hugo Orellana Bonilla y Teófilo Jorge Aliaga Osorio. Ocurrió que, luego de la ceremonia protocolar, por encargo del mismo alcalde, hubo un momento de tertulia íntima en un apartado del jirón Sucre –detrás del local del municipio- del cual lamento no haber estado portando una grabadora para registrar los hermosos momentos compartidos. Sin embargo, recuerdo con exactitud y nitidez los pasajes narrados por cada uno de ellos (Hugo Orellana recordaba su vida en París donde tuvo la oportunidad de recibir las visitas de Mario Vargas Llosa y su esposa Patricia, las reuniones en cafés parisinos con el “negro” Lobatón y cómo se fueron germinando las guerrillas de Pucutá donde apoyaría Luis de la Puente Uceda, las reuniones que furtivamente tenía con Víctor Raúl Haya de la Torre en hotelitos parisinos donde iba acompañado del acollino Víctor Ladera Prieto. Jorge Aliaga comentaba sus experiencias en laboratorios de la Universidad de la Molina con la muña y sus maravillosas propiedades para conservar los alimentos, sus intentos de forjar el INDA –Instituto Nacional de Desarrollo Alimentario- en Jauja, para lo cual empezaron a construir el local donde hoy se ubica el Instituto “Pedro Monge” luego de ser inconsultamente invadido y, Juan Bolívar, comentaba la temática de sus composiciones ensayando “a capela” algunas melodías de ellas). Esta reunión, totalmente distendida y sin ataduras de ninguna índole fue la última en que se juntaron quienes con su obra han posibilitado incrementar la grandeza de Jauja.  Esa grandeza forjada por los iluminados como estos tres prohombres de nuestra querida tierra. ¡Bienhadado el momento que me tocó vivir con ellos y justificado el homenaje a quienes engrandecen a nuestra Jauja!

Juan Bolívar, como producto de su larga y continuada actividad vernacular, tuvo una fluida relación con conocidos personajes del mundo cultural y folklórico nacional y con quienes alternó en cuanto escenario hay en el país. Conocidas son sus relaciones con músicos de renombre como Tiburcio Mallaupoma, Julio Rosales, Zenobio Daga, Pedro Pastor Díaz; con notables intérpretes del cancionero regional como Víctor Alberto Gil Mallma “Picaflor de los Andes”, “Pastorita Huaracina”, “Jilguero del Huascarán”, entre otros. Pero, de todas, las relaciones más visibles fueron las que tuvo con la gran compositora e intérprete Alicia Maguiña, para quien ejerció docencia y le enseñó a adentrarse en el cantar local mediante quiebres y modulaciones típicas de nuestras mulizas y hauynos jaujinos, lo que ella reconociera cuando en su libro “Mi vida entre Cantos” (Lima, 2018) escribiera “El enorme autor y compositor Juan Bolívar Crespo “El Zorzal Jaujino” cuyas canciones están registradas en mi repertorio y en mis discos” (p. 214). Este aprendizaje, para la cantautora Alicia, inspiró curiosidad y compromiso en ella para participar luego en nuestras fiestas tunanteras y de carnavales, llegando a ser una asidua visitante y cultora de estas festividades, pues en su primer disco de larga duración –sabemos- incluyó los temas “Jauja” y la muliza “Súplica de amor” de Juan Bolívar, apareciendo, además, en la carátula con vestido típico de jaujina (por ello, recordar las muertes de Juan Bolívar y Alicia Maguiña, son motivos de profunda tristeza para los jaujinos).

Alicia Maguiña y Juan Bolívar bailando en un cortamonte jaujino realizado en la Universidad Ricardo Palma (foto extraída del libro “Mi vida entre Cantos” editado por la Universidad San Martin de Porres).

Humano él, con todas las formidables fortalezas que le impelían como autor e intérprete del cancionero jaujino, Juan Bolívar tuvo las debilidades que tenemos todos y ello lo llevó a asumir nuevas responsabilidades frente a la vida, lo que le obligaba a seguir bregando para proteger y apoyar a los suyos. Es así que, en reconocimiento de su grandioso apoyo a la construcción de la identidad jaujina, la Municipalidad de Jauja, acordó entregarle un subsidio mensual y estaba ad- portas de que el estado peruano le otorgue una pensión de gracia del Congreso (año 1997) cuando el 13 de Junio de 1998 una neumonía fulminante -que lo sorprendió de madrugada- le arrebató la vida en su vivienda de Chaclacayo. Los denodados  esfuerzos por reanimarlo que le prodigaron sus parientes más próximos fueron inútiles, Juan Bolívar expiraba en brazos de su sobrina ante el estupor de quienes los rodeaban en ese aciago momento. Luego vendrían las sordas disputas del sepelio: la Municipalidad de Chaclacayo quiso que se enterrara allí en mérito a ser uno de sus vecinos más notables, otro sector de sus familiares más próximos pugnaban por sepultarlo en esta Jauja que tanto amó, pero al final se impuso el criterio de sus hijos que decidieron enterrarlo en Surquillo donde finalmente descansa, luego de que –enterados- sus colegas del arte como Eusebio “Chato” Grados, los Tres de Junín, Amanda Portales, entre otros insistieron en darle sepultura al estilo de Jauja: llevando el ataúd en hombros y danzando hasta su tumba bajo las melodías de tres orquestas típicas que llegaron para este efecto. En medio de una dolida multitud y con el coro de sus huaynos y mulizas Juan Bolívar fue despedido de este mundo. En recuerdo de esa fecha memorable y para que los jaujinos que residimos en esta nuestra Jauja lo tengamos siempre presente, la familia Rojas Bolívar, decidió mandar hacer el mural que encabeza este artículo.

Juan Bolívar acompañado de su hermano menor Roberto, en la mocedad de su juventud.

La heredad de Juan Bolívar Crespo, para el universo xauxa, es grandiosa. Interpretó con mucha sabiduría, a partir de la sensiblería del poblador jaujino, sus delicados afectos y lo dotó de ricas melodías que entonamos diariamente. No hay un solo comprovinciano que en sus momentos de lejanía y larga ausencia evoque y musite con nostalgia entre sus labios “Jauja”. Y evoque, con singular recuerdo, que esta nuestra Jauja es  el pedacito de cielo que diariamente retorna a nosotros porque es “…en el mal, un consuelo/ en la vida, una esperanza” .

Jauja 13 de Enero del 2021

 

 

LA EXTRAORDINARIA VISIÓN DE MANUEL PARDO Y LAVALLE PARA DESARROLLAR EL VALLE DE JAUJA: EL FERROCARRIL CENTRAL DEL PERÚ

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Darío A. Núñez Sovero

El 28 de Julio de 1908, para beneplácito de la comunidad entera, el Ferrocarril Central del Perú –que fue denominado inicialmente como ferrocarril transandino- llegó por primera vez a Jauja. Entonces la presidencia del Perú la ejercía don José Pardo y Barreda, hijo de Manuel Pardo y Lavalle, el gran visionario de la obra.

Con este motivo y con gran acierto, al cumplirse el primer centenario de tal memorable hecho, la Sociedad Amantes del Ferrocarril que presidía el extinto sociólogo Francisco Núñez Gonzales y con el patrocinio del sacerdote jaujino José Chuquillanqui Yamamoto tuvieron a bien de reeditar la obra “Estudios sobre la Provincia de Jauja” escrita el año 1862 y cuya autoría le corresponde a Manuel Pardo y Lavalle. Esta obra, reeditada, fue presentada en la Municipalidad Provincial de Jauja en Setiembre de 2009.

Manuel Pardo y Lavalle, por razones de salud y sabedor de las extraordinarias cualidades sanatorias del clima, residió en Jauja (antes de ser Presidente del Perú entre 1872 y 1876), en dos períodos: el primero los años 1858-1859 y el segundo el año de 1864. Miembro de una familia de abolengo y perteneciente a la aristocracia peruana, Pardo en su referida obra propone a la sociedad peruana el desarrollo del Perú dándole prioridad a la integración del país a partir de la construcción de una vía ferroviaria que una la capital de la república con lo que él llamó “el valle de Jauja”. Justificó su propuesta manifestando que, para entonces, la bonanza del guano estaba llegando a su agotamiento y el país debería ver otras alternativas de desarrollo que le permitan sostener los ritmos de vida que la nación tenía. “Pero llegará por fin el día, y no está lejos, en que se saque de las islas la última tonelada”, decía (p. 79). “Póngase a Jauja a seis horas de Lima, y ábranse caminos carreteros de Jauja a la montaña, es decir, póngase a la montaña a dos días de Lima, y ¿puede dudar nadie de que ese solo hecho no sería suficiente para que acudiera a ella no solo una gran parte de la población flotante (principalmente la extranjera) de la costa, sino también de ultramar, a aprovechar de las primicias de estos territorios vírgenes y a recoger los pingües y precioso productos, que podrían ser fácilmente trasladados a la costa del Pacífico y de allí muchos de ellos hasta Europa” (p. 74). Agudo en sus observaciones y consiente de la gran riqueza de la región, sostenía que “los artículos que hoy se exportan de ese departamento son principalmente: comestibles para el consumo de Lima y de toda la costa, ganados vacuno y lanar para el mismo consumo, lanas y metales para el comercio exterior. La carestía de los artículos de alimentación, que de algún tiempo a esta parte se observa en el departamento de Lima … bastaba por si sola a nuestro juicio para haber llamado la atención pública hacia el natural granero del Perú” Todo ello “podría exportarse con un ferrocarril” (p. 51).

Visionario de su tiempo y, naturalmente, considerado utopista, reforzó sus planteamientos haciendo cálculos económicos de lo que al país le podría costar esta grandiosa obra, no por gusto había seguido estudios de Economía en Barcelona y París. A este respecto, decía que los costos podrían ser asumidos de dos maneras: o bien por endeudamiento externo que con los beneficios de la exportación de productos de la región podrían ser pagados en breve tiempo o bien con los recursos propios producto de las utilidades extraordinarias que al país le otorgaba el guano de las islas. Su arrojo, lo llevó a la minuciosa tarea de establecer los montos que al Perú le costaría cada legua de construcción. Y no satisfecho con esta propuesta integral de comunicación, hizo un esbozo técnico del recorrido del ferrocarril, estableciendo tres tramos con  diferentes dificultades de construcción: el primero “sobre un terreno llano y seguro” desde Lima hasta Cocachacra, el segundo tallado a cincel sobre roca viva desde Cocachacra hasta Morococha y el tercero de estepas inmensas y suaves ondulaciones desde Morococha hasta el valle de Jauja, propuesta que fuera respetada por los estudios que hiciera el Ingeniero Enrique Meiggs, ganador de la buena pro, y el trazo confiado al Ingeniero Ernesto Malinowski. El tema es que, esta valiosa propuesta premonitoria de Manuel Pardo y Lavalle, desde su concepción en Jauja el año 1859 hasta su concreción, en que el tren hizo su ingreso por primera vez a nuestra ciudad el año 1908, demoró 49 años en hacerse realidad. Aquellas lejanas fiestas patrias en nuestra provincia fueron días de justificado júbilo. Los agobiantes y peligrosos viajes a lomo de bestia hacia la capital de la república habían concluido, la región había sido penetrada por pesados rieles y sobre ellos reposaba el progreso y la integración regional, en adelante el transporte de pasajeros sería más rápido y los fletes para transportar materiales, enseres y diversos productos serían más baratos. El advenimiento del progreso se avizoraba.

Nuestro ferrocarril central hoy persiste su presencia en medio de la indiferencia de la población desde que el concesionario, Ferrovías Central Andina S.A., administra la obra y –como empresa interesada en maximizar sus utilidades- ha preferido dar importancia al transporte de minerales en menoscabo del transporte de pasajeros. Hoy día, ante el lamentable colapso de la carretera central, es una de las soluciones que el país podría encontrar para eliminar el gran congestionamiento de dicha vía.  Alguna vez, esta misma empresa trato de edulcorar a la opinión pública regional insinuando que entre Jauja y Huancayo instalaría un servicio del llamado “tren bala” que acortaría el recorrido entre ambas ciudades a solo 20 minutos, siendo que esta ha sido una oferta que hoy duerme la injusticia del olvido pero que en su momento generó expectativa porque revivió el servicio de vagones de la década del 50 y 60 pasados en que estos viajes se hacían. El asunto es que, en cuanto a transporte en ferrocarril hemos retrocedido sideralmente. En Europa, el principal medio de comunicación es el tren rápido que va a 300 Km. por hora, como lo hace el AVE español y el TGV francés, ni qué hablar del ferrocarril Transiberiano que une la Rusia europea con el océano Pacífico con sus ramales Transmongoliano y Transmanchuriano y cuyo recorrido alcanza la longitud de casi 9,300 Km. uniendo urbes como Moscú, Vladivostok, Pekín y todas las ciudades intermedias. Los gobiernos nuestros, insensibles ante el clamor ciudadano, ignoran los esfuerzos que significaron a nuestros antepasados tener una obra colosal como es el ferrocarril. Obra que, en la afirmación del historiador jaujino Heraclio Bonilla Mayta, tuvo el altísimo costo social de casi 10 mil muertos (especialmente en el tramo de San Mateo donde los obreros fueron diezmados por la temible verruga). Atrás han quedado los 417 Km de longitud de esta obra, con sus 66 túneles, 62 puentes, 27 estaciones y 37 paraderos. ¡Paradojas funestas de un país pobre como el nuestro!

La memoria histórica reclama justicia para la gran obra de Manuel Pardo y Lavalle. A estas alturas de la vida, ninguna calle, obra pública o recinto público lleva su nombre, acto que reivindicaría la visión adelantada de quien, siendo foráneo pero viviendo en nuestra querida ciudad, pensó en la manera de hacerla próspera y desarrollista para provecho de todos quienes la habitamos y hemos nacido en ella.

Jauja, 06 de enero del 2021

CLODOALDO ALBERTO ESPINOZA BRAVO, LUMBRERA JAUJINA ACERADA EN LA FRAGOR DE LA VIDA

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Darío A. Núñez Sovero

Probablemente las generaciones del presente milenio lo ignoren, otros quizás tengan vaga referencia de algunas de sus obras y habrá algunos que lo evoquen lejanamente como alguien que dedicó su vida a resaltar y ennoblecer los valores de su Jauja natal. Es el precio que los pasos de los años imponen en la memoria colectiva de los hombres y lo cubre con un ignominioso manto de olvido, manto que te aplasta con nebulosas cargadas de ese vaho espeso que se confunde con el polvo del tiempo, llenos de inmerecidos silencios.

29 de diciembre de 1954: inauguración de la Biblioteca Popular Municipal de Jauja. Pueden apreciarse la presencia de Jesús Rivera Caballero, Armando Castilla Martínez, Abdón Max Pajuelo, Clodoaldo Espinoza Bravo (sosteniendo en texto de su discurso), César Méndez Portillo, Alejando Castro Fernandini, entre otros.

 

Por ello es que estas líneas tratan de llenarse de coraje y esfuerzo para retrotraer al presente la colosal presencia de un hombre que, en la primera parte de la centuria pasada, dejó su huella como una marca indeleble fraguada en el crisol de su amor entrañable por esta su Jauja natal: Clodoaldo Alberto Espinoza Bravo; aquel huerteño de sangre andina que como nadie, en su tiempo, se entregó al estudio del pasado xauxa e hizo de sus reflexiones un enfoque vital de lo que le aguardaba a nuestra tierra.

Nacido en Huertas en los albores del siglo XX, nunca abandonó los parajes alfombrados de ese verde de ensueño donde vio por primera vez la luz de su existencia. Muy joven aún -tenía 18 años- vio morir a su padre, don Teodoro, y desde entonces se entregó al cuidado de su madre María Cristina a la que diligentemente asistió hasta su muerte en el año 1942. Desde entonces, quedó en medio de una escalofriante soledad por lo que decidió vivir acompañado de su sobrino Enrique con quien compartió su ermitañismo hasta su fallecimiento en el año 1969.

Enrique lo recuerda con ese ímpetu arrollador que bendice la vida de los jóvenes. Su tío, Clodoaldo, era un intelectual de una personalidad avasallante, dotado de un atronador timbre de voz y contraído íntegramente a sus estudios, los cuales le proveían una vigilia casi permanente -en aquel tiempo sólo alumbrado por la tenue palidez de una lámpara Coleman ya que Huertas carecía de alumbrado eléctrico- pero gratificado por el caudal de conocimientos que continuamente le incrementaban sus interminables lecturas. Su casa era un laberinto de libros, folletos y papeles que le llegaban de todas partes del mundo (no olvida que diariamente, su tío Clodoaldo iba a pie hasta Jauja para abrir en la oficina de correos su casilla postal y retornar cargado de correspondencias que respondía inmediatamente). Ya para este tiempo, nuestro escritor y poeta, cursaba el cuarto de media en el glorioso colegio “San José” de Jauja y su visibilidad lo hizo líder de entre todos los estudiantes. Manuel Espinoza Galarza, en su obra “Relatos referentes a Jauja” (1) nos dice que el año 1921, Clodoaldo Espinoza Bravo cursaba el cuarto de media y Espinoza Galarza el tercero, cuando se dio la ocasión de una huelga estudiantil -la primera- que fue encabezada con espíritu justiciero por ambos y otros más, entonces concluida esta, la Junta de Profesores, acordó expulsar de las aulas josefinas a Clodoaldo y Manuel, decisión drástica que ensombreció el porvenir de una de las mentes más promisorias de las letras peruanas y jaujinas, expresando que “… el talento y las cualidades literarias de Espinoza Bravo, que todos reconocemos, pudieron tener tónica superior, técnica depurada, si es que nuestro poeta hubiera cursado estudios universitarios, a los que no llegó como consecuencia de la separación expresada…” (pp.79-80). Dotado de una reconocida autosuficiencia, ante la invitación del director del colegio josefino, César Lira, para su reincorporación por cuanto debían contar con su concurso para los primeros “juegos florales” que se realizaron el año 1923 en Tarma entre los colegios más antiguos del departamento de Junín, “Santa Isabel” de Huancayo”, “San Ramón” de Tarma y “San José” de Jauja, Clodoaldo se negó al retorno -que si aceptó Manuel Espinoza- decidiendo desde entonces ser un contumaz autodidacta, un febril acopiador de autoaprendizajes. Debe ser por ello que su abundante producción intelectual está cargada de locuciones latinas -que muy pocos entienden- y que lo escribía con la evidente intencionalidad de darle cierto elogioso rango a su pensamiento, pues esta clase de citas son usuales en las tesis universitarias. Justo, sobre esto, recuerdo, que cierto día del año 1986, en una extraña reunión coloquial que tuvimos en las alturas del cerro que vigila el tráfago de Chupaca, con Víctor Ladera Prieto y Hugo Orellana Bonilla -ambos artistas jaujinos llegados después de su estancia en París- me comentaban lo difícil que se les hacía leer a Clodoaldo, refiriéndose a la profusión de citas latinas que usaba. Sin embargo, Clodoaldo, escribía diariamente sobre sus averiguaciones del glorioso pasado xauxa y se daba maña para atender todos los requerimientos académicos que recibía para exponer su pensamiento. Mario Vargas Llosa, el Nobel peruano, en su obra autobiográfica “El Pez en el agua”(2) refiriéndose a sus propios desvelos por ser escritor dice “…Solo sería un escritor si me dedicaba a escribir mañana, tarde y noche, poniendo en ese empeño toda la energía que ahora dilapidaba en tantas cosas…”(p. 403), Clodoaldo como presagiando la tragedia que le sobrevendría después no desperdiciaba su tiempo, lo entregó voluntaria y generosamente al estudio e interpretación de nuestra vibrante historia xauxa. Esto explica que, su sobrino Enrique, ahora evoque con mucha nostalgia el recuerdo del tío que, en las mañanas, consagraba unas horas para cocinar sus alimentos y, en las tardes, a leer y escribir indesmayablemente en una vieja máquina de escribir marca Remington. Esta provechosa rutina es la que lo acompañó hasta su desgraciado accidente ferroviario, el año 1956, en que al bajar y resbalar súbitamente por el enredo del pantalón en la escalinata del tren (luego de haber dado, la noche anterior, una disertación en el hotel de turistas de Huancayo) le significó el cercenamiento de los dos pies, tragedia que se complicó con la aparición de gangrena en sus heridas y motivaron que, ya en el hospital Obrero de Lima -hoy Almenara- le amputen ambas piernas.

Hospital Almenara de Lima, año 1956, Clodoaldo flanqueado por dos enfermeras, en franco proceso de recuperación después de sufrir la desgracia de su accidente.

 

Esta tragedia de Clodoaldo no lo arredró y, desde su lecho de dolor coordinó la publicación de algunas de sus obras (“Cuadernos de Poesía” junto a Algemiro Perez Contreras y Jaime Galarza Alcántara, “Madre”, “Diez Figuras de América”, “Jauja Antigua”, “El hombre de Junín frente a su paisaje y su folklore”) y seguir colaborando con diarios regionales y nacionales donde se publicaban sus artículos. Comprendiendo que su nuevo estado de salud demandaba los mayores cuidados para su recuperación, luego de su alta y dentro del mismo nosocomio, decidió casarse con su antigua enamorada Fina Carmela Villar Olivera, prescindiendo de otros amores de juventud (la dama Isabel Velasco y la “Misteriosa”, esta última, una dama miraflorina que durante toda su estadía en el hospital limeño le hacía llegar ramos de flores y cuyo secreto nombre se llevó a la tumba el buen Clodoaldo). Ya de vuelta al terruño para completar su recuperación, decide consolidar su matrimonio por lo religioso y se casa en el santuario de Muruhuay con el padrinazgo de don Jorge Zapatero, un acaudalado tarmeño de aquel tiempo. Fueron estas las épocas aciagas en que confrontó el cariño de los amigos y, siempre en versión del sobrino Enrique, evoca con especial acento afectivo las visitas que sabatinamente recibía de parte de Pedro Monge Córdova, Miguel Martínez Saravia y Armando Castilla Martínez, la trilogía lírica más visible de la década del 50, además de otros intelectuales de entre los cuales solo recuerda el nombre de Sergio Quijada Jara. Quien esto escribe, adolescente, alcanzó a conocerlo muy tangencialmente, fue en la plaza de armas cuando él, elegantemente vestido con saco y corbata y protegido con un pequeño sombrero, relajadamente dialogaba con su interlocutor dejándose notar como una persona con una sobria estampa y recio carácter; me llamó la atención, sin embargo, verlo desplazarse en una pequeña tarima rodante que empujaba con sus manos enguantadas. Su sobrino, me comenta que así fue al principio hasta que le llegaron sus prótesis traídas desde Norteamérica.

Casa de Clodoaldo en Huertas, año 1959. La dama del medio es su esposa Fina Carmela. Las acompañantes de los flancos son sus parientes.

 

Clodoaldo Espinoza, pudo haber sido nuestro representante parlamentario en el tiempo posterior al ochenio de Odría: un buen día fue sorprendido por la visita de Fernando Belaunde Terry, quien acompañado de los doctores y a la vez magistrados Manuel Marull, Luis Piana y Santos Galarza, le formularon la invitación para integrar la lista parlamentaria de Junín. Clodoaldo Espinoza, comprendiendo que su rol histórico frente a Jauja no era el político sino el cultural declinó cortésmente la invitación. Y justamente por esta preocupación cultural es que indicó a sus parientes que, a su muerte, su riquísima biblioteca debía pasar a engrosar el patrimonio bibliográfico de la Municipalidad de Jauja. Cuando ocurrió lo inevitable y fue sepultado en el cementerio El Ángel de Lima, los familiares encargados se acercaron ante el alcalde Jaime Yuli Linares para hacerle conocer la voluntad del ilustre finado, recibiendo por respuesta que el municipio de Jauja no tenía ambientes para la recepción, ante lo cual este preciado bien empezó a ser depredado por algunos curiosos y, otros extraños, empezaron a vandalizarlo en la librería “suelo” de Lima. Su bella casa de Huertas, antes llena de colorido y de pequeñas granjas y breves parcelas de sembríos, poco a poco ha ido derruyéndose hasta casi desaparecer. Sus paisanos, que eran los llamados a cautelar su heredad, no han sabido valorar todo lo que el escritor poseía, pero la grandeza de su gesto nos hace ver que en él había motivaciones mayores que todos los jaujinos tenemos que agradecer por el gran legado cultural que ha dejado para la grandeza de Jauja.

Sobrino Enrique Espinoza Espinoza, en el nicho del tío Clodoaldo del Cementerio El Ángel de Lima. Persona con la que compartió su vida hasta el último momento.

En nuestra provincia, el nombre de Clodoaldo Espinoza Bravo es el que designa la avenida que conduce al distrito de Huertas. En la localidad de Tingo-Acolla, el colegio secundario también lleva su nombre y en su pueblo, Huertas, la biblioteca municipal también es denominada Clodoaldo Espinoza además de tener un busto en la plaza del distrito que fuera donado por sus paisanos del barrio Lunahuaná. Más allá de estos menores reconocimientos, no hay monumentos, complejos arquitectónicos u otras obras que nos digan que Jauja tuvo una de las lumbreras más notables del siglo pasado. Es tiempo que, las nuevas generaciones, hagan justicia a uno de los grandes de la tierra de los Xauxas.

Busto en la plaza de Huertas, donado por huerteños residentes en Lima

 

  • ESPINOZA GALARZA, Manuel. “Relatos referentes a Jauja”. Lima, Ed. Juan Mejía Baca, 1958.
  • VARGAS LLOSA, Mario. “El pez en el agua”. Santa Fe-Colombia, Ed. Seix Barral, 1993.

PANEGÍRICO A LA MUERTE DE UNA MUJER QUE AMÓ A JAUJA (*)

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Darío A. Núñez Sovero

Su voz era atimbrada y dulce, siempre aguda y potente como si fuera un eco lejano del mar rugiente de los helénicos. Si, aquella voz que ensortijada ingresaba en nuestros oídos para regalarnos los celajes etéreos de su música y vibrante sentimiento, ha callado para siempre.

Alicia (como los días de azul intenso y las noches de luces titilantes del cielo xauxa, como la verde feracidad y agostura de los campos) también era finita y su semblante siempre señorial y altivo ha quedado flotando inmarcesible en las calles y plazas de Jauja, hoy enmudecidas ante la dura realidad de su ausencia.

 Alicia Maguiña ha muerto y Jauja extrañará el vacío del impacto que generaba su presencia, siempre cálida y amable. Nunca se negó a venir a estas legendarias tierras de Jauja y, cuando lo hacía, verla nomás despertaba un envolvente presentimiento de que se sentía muy a gusto de compartir con nosotros el preciado tesoro de nuestras costumbres que la colmaban plenamente y la incendiaban de alegría.

Y fue justamente por ese cariño que empezó a tenerle a todo lo nuestro que, hacia 1976, realizó la grabación del primer álbum de música andina, donde la presencia de nuestra emblemática “Jauja” fue su grabación estelar, junto a ese manojo de canciones que bajaron desde los picachos y collados para apropiarse de una capital que ya tiznaba vigoroso provincialismo expropiando el secular centralismo de la encopetada y encorsetada Lima.

Fue ella, que sin prejuicio alguno y con el entusiasmo de la mujer que ama a esta su patria de todas las sangres,  encimó garbosa y señorial sobre la blanca estatua costeña de su cuerpo nuestra lliclla y faldellín jaujinos para decirles a todas sus audiencias que las mujeres de nuestro valle saben mostrar la sobriedad y majestad de sus atuendos. Por eso le queríamos a Alicia. Le queríamos porque, además, nos enseñaba que en la grandeza de nuestra cultura están inscritos los valores milenarios de una raza corajuda, guerrera y a la vez alegre.

Las palabras se muestran esquivas y escasas para despedirla en esta hora luctuosa., quieren salir atropelladamente desde el fondo de nuestras vísceras.  Hay dolor y congoja que opacan nuestro verbo. Pero, desde ahora, la gratitud de nuestra gente  será siempre una hermosa ofrenda a quien nos hizo ver que hay primavera en nuestro espíritu. Que hay un torrentoso rio de alegrías alfombrando nuestras fatigas diarias. Una ofrenda que será lanzada al aire para el recuerdo de quien era nuestra más asidua y bella visitante.

Ella fue quien devolvió la escondida lozanía de cada una de nuestras costumbres. Se envolvió con ellas y, sin reparos, acompañó el guapido estruendoso del carnaval marqueño y el vuelo armónico y galano  de las parejas de La Libertad y Huarancayo. Y en esa multicolor magnificencia Alicia era el candil que destellaba resplandores a esas recordadas tardes de febrero.

Alicia Maguiña ha muerto. Su cuerpo descansará en una fría losa limeña, pero su nombre siempre martillará nuestro recuerdo cuando las tinyas y cuernos, con su sonoridad andina, convoquen al gentío a vibrar con la tradición de nuestros carnavales terrígenos. ¡Descansa en paz, ciudadana de Jauja!

(*). El 20 de Enero de 1977, en el cine teatro Colonial de Jauja, el Alcalde provincial, don Alejandro Castro Fernandini, entregó a Alicia Maguiña un pergamino recordatorio  en mérito a haber grabado el primer álbum discográfico donde en la carátula aparece ella con el atuendo jaujino y también la  emblemática canción “Jauja”. En el recital que dio, la artista acudió, aquella vez, con las condiciones de tener el acompañamiento de la orquesta “Lira Jaujina” del gran Tiburcio Mallaupoma y que no se cobren entradas. La artista y su elenco criollo (donde estaba su esposo Carlos Hayre) fueron hospedados en lo que era el albergue de Paca.Desde entonces el pueblo de Jauja no ha visto otro homenaje similar.

PICHILULI Y EL HONDO SUSPIRO DE LA TIERRA XAUXA

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Darío A. Núñez Sovero

Un reciente video musical, producido por RECÁMARA FILMS de Luigi Peña López y la dirección fotográfica de Edher Barzola Yaringaño, en el que participan reconocidos artistas jaujinos, ha devuelto al primer plano de nuestra atención algunos ricos y pintorescos paisajes de nuestra provincia.

De dichos paisajes, capturó poderosamente la visión de los que veíamos este valioso documento musical las vistas de algo que parecía eran secuencias del paisaje color ladrillo del pálido y sofocante Cañón del Colorado o del Cañón del Colca. Sino hubiera sido porque mirando hacia el fondo descubríamos la belleza de la Laguna de Paca nos hubiéramos persuadido que así era, pero no. Se trataba del Parque Natural de Pichiluli, ubicado en Jauja y a donde podemos llegar utilizando variados accesos: por el mirador de Paca, por Chuclú (detrás de su cementerio) o por Pachascucho, tal como se aprecia en el siguiente mapa:

Vemos, que continuamente las cartillas que orientan a los turistas visitantes de la región Junín dirigen el interés de ellos hacia formaciones parecidas ubicadas en Huancayo (Torre Torre), ignorando que en Jauja el Parque Natural de Pichiluli es una formación extraordinaria de roca y arcilla inmensamente más grande y majestuosa todavía.  Esa marginalidad es la que nos indigna, por ello reivindicatoriamente estas líneas tratan de restaurar esta deliberada amnesia para presentar ante los visitantes y el turismo nacional e internacional esta riqueza geográfica que, obsequiosamente, Dios regaló a la provincia de Jauja.

Pichiluli, al igual que los restos arqueológicos de Pueblo Viejo, son dos expresiones patrimoniales turísticas de la provincia de Jauja que necesitan ser promovidas intensamente por la originalidad y grandeza de lo que contienen. La primera, por ser el resultado de la obra magistral de la naturaleza a través de millones de años y en donde existe una riqueza geológica, flora y fauna particular y, la segunda, por contener, casi intactos, restos arqueológicos que nuestros antepasados nos han legado.

En este sentido, Pichiluli es la hija del caos griego, de ese caos original de rojiza arcilla  que ha creado todo el universo. En Pichiluli están resumidos el principio de la vida y de la tierra, y su existencia nos recuerda la brevedad de nuestras vidas. Cuando, casi agotados por el caminar, llegamos a él, ver la imponencia de aquellas formaciones que talló la lluvia y los relámpagos del cielo xauxa nos asombran casi hasta el desmayo y nos dicen  que es la magistral obra divina resultado de los miles y miles suspiros hondos de la tierra ante la permanente tragedia humana. Es el numen de los estallidos eructados por la tierra en incontables formaciones pétreas forjados por el antojo divino. La belleza de Pichiluli es solo comparable con la que despiertan tus sentimientos y tus sentidos al ver a la mujer amada.

No puedo terminar este post, sin antes reconocer y felicitar por ese interés de RECÁMARA FILMS para promover los ingentes recursos turísticos de nuestra provincia y brindarle al ego plural de los que somos naturales de esta tierra el orgullo siempre vivo de haber nacido en Jauja.

Finalmente, cabe indicar que, conocer el Parque Natural de Pichiluli, es un deber de todo jaujino. Es así que nuestro paisano Fano Terrel ha ido recientemente a este hermosísimo lugar y nos comparte las siguientes fotos:

¡Dios mío! Gracias por haber recreado en Jauja los paisajes y lugares más sorprendentes de nuestro país.

Fotos: Edher Barzola Yaringaño y Fano Terrel.

Video: Recámara Films (tomado de la cuenta de Renacer en Youtube).

A 199 AÑOS DE LA REPÚBLICA: JAUJA FUE LA PROVINCIA CON MÁS HABITANTES DEL PERÚ (SIGLO XIX)

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   Darío A. Núñez Sovero

A través de diversos artículos escribí sobre la importancia de Jauja en el Perú, especialmente debido a que fue fundada por Francisco Pizarro como Capital de la Gobernación de Nueva Castilla el 25 de abril de 1534. Ahora ese suceso histórico es conocido como la fundación de la primera capital del Perú, pues Pizarro fundó Lima el 18 de enero de 1535, después que el Cabildo de Jauja decidiera trasladar la capital a Lima.

Ahora bien, teniendo en cuenta que estamos a un año del bicentenario de la independencia nacional, cabe precisar la importancia que tuvo Jauja en la república. Al respecto, quiero compartir el documento denominado “Población y etnicidad en el Perú Republicano (siglo XIX)” de Paúl Gootenberg publicado por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP). En dicho documento se cita información sobre los censos que se realizaron en los años 1827, 1836, 1850 y 1862, a partir de los cuales se resalta que Jauja fue la provincia que contó con mayor población comparada con otras provincias, incluso más que Lima -actual capital de la república-.

Economista Juan Carlos Odar teniendo como fuente a Bruno Seminario (APEIM), señala que en 1827 Jauja estaba en el primer lugar con el 4.2% de la población del Perú. Sin embargo, el 2019, Lima está en el primer lugar con el 32,6% de la población del Perú.

Esa importancia conllevó a que el Presidente Pardo decidiera la construcción del ferrocarril de Lima a Jauja para que los pacientes de tuberculosis se curaran en nuestra ciudad como él lo había hecho. Así, también constituyó el fundamento para que los terratenientes jaujinos financiaran la campaña de la Breña, luego que Andrés Avelino Cáceres reclutara a cuatro oficiales heridos en el hospital de Jauja después que nuestra patria había perdido las dos batallas de San Juan y Chorrillos en Lima.

A 199 años de la república y en medio de la grave pandemia que está asolando a nuestra patria, no puedo hacer nada más que reclamar y denunciar el abandono por parte de los distintos gobiernos centrales respecto a Jauja a pesar del gran aporte de nuestra provincia, de sus ciudadanos y el rol que jugó Jauja al momento de clamar la independencia. Es así que ningún gobierno invirtió para construir un hospital del Ministerio de Salud o un hospital de Essalud. El Hospital de Jauja fue construido por una donación de Domingo Olavegoya –inversión privada- y actualmente el Policlínico de Essalud Jauja no tiene local propio y andan mudándose de un lugar a otro arrendando distintos locales, esto a pesar de las decenas de miles de asegurados que residimos en la provincia de Jauja.

En el discurso presidencial de fiestas patrias, desde el Palacio Legislativo, el Presidente del Perú el día de hoy acaba de anunciar que, en el presupuesto del año 2021, se preverá el monto de 20 mil millones de soles para que sean destinados al sector salud, hecho que, según él, es inédito en la historia de nuestra patria. También ha dicho que su período de gobierno es de conclusión del que se inició el año del 2016. Y en este acápite es bueno recordar que el año 2017, el Presidente Kuczynski, visitó Jauja y en el recorrido que hiciera por las instalaciones del viejo Hospital Domingo Olavegoya de Jauja -además de la visita al local del emblemático colegio “San José”- anunció la construcción del nuevo hospital, promesa que hasta este año no ha cumplido quien lo ha sucedido en su gobierno. Este ofrecimiento, por constituir un tema de palpitante actualidad en nuestra patria azotada por la pandemia mundial que vivimos, permanece vivo en el recuerdo de todos los jaujinos. Hoy que los servicios de salud que ofrece el Estado, se ha constatado, son deficitarios, urge que en la región central del país se implemente el nuevo Hospital “Olavegoya” con una infraestructura moderna que amplíe su capacidad de atención, pues como área de salud, también atiende a los enfermos de la vecina provincia de Yauli (La Oroya).

Y en este rubro, también sería bueno decir -en alta voz- que los gobiernos sucesivos de este Perú republicano están en deuda con nuestra provincia pese a saber -porque para eso se organizan los censos- que Jauja demográficamente siempre ha tenido una gran presencia en la escena nacional (Clodoaldo Espinoza Bravo diría demóticamente) y que, al decir de Carlos Hurtado Ames, es esa notable presencia poblacional la que ha movilizado sus energías para hacer las obras más trascendentes de Jauja.

Por ejemplo, el aeropuerto, dice Hurtado Ames en su obra “Aeropuerto Francisco Carlé de Jauja”, es obra del pueblo, no del Estado, de sus organizaciones barriales y comunales: “… los barrios de toda la ciudad culminaron el ripiado y aplanamiento del campo en 23 días de faenas diarias, donde además participaron…los anexos del Cercado, Tambo, Chuclú, Huancas, Pancán, Huertas; los distritos de Masma, Ataura, Julcán, Yauli, Paca, Acolla, Marco, Concho, Llocllapampa, Paccha, Huaripampa, Santa Rosa de Ocopa, Mito y otros más…” (p. 27). La obra del Hospital “Domingo Olavegoya” se concretó por mediación de la Beneficencia de Lima a inicios del siglo XX, gracias a la donación testamentaria que hiciera el empresario minero Domingo Olavegoya para entregar 100,000 pesos de oro para la construcción de un centro de sanación en Jauja, voluntad que hizo cumplir su viuda quien, constatando que era insuficiente, tuvo que añadir más donaciones de su peculio para el equipamiento. La capilla de Cristo Pobre fue una iniciativa de los frailes regulares de Jauja que concretó el sacerdote-arquitecto francés Louis Baudín.

El Estado siempre ha estado ausente en las obras de Jauja, a lo más se ha limitado a dotar de puentes como el llamado Puente Stuart y el de Matachico de la carretera carretera central, el local nuevo del emblemático “San José” y alguna que otra obra menor. Ese mismo Estado amnésico, olvida la importancia de nuestra provincia en el devenir de la historia nacional.

Revisando algunas estadísticas que publica Paúl Gootenberg, investigador del Instituto de Estudios Peruanos, en su obra “Población y etnicidad en el Perú republicano (siglo XIX)”, cita la importancia de Jauja como la provincia más poblada del país, superando incluso a Lima. El cuadro que se acompaña es elocuente:

Población de Jauja y Lima en los censos de 1836, 1850 y 1862. El año 1876 también se hizo otro censo, pero este fue a nivel departamental.

Los números nunca mienten y es, en consecuencia, prioritario que en el plan de inversiones del año 2021 para el sector salud y para el cual el actual presidente ha anunciado un cuantioso monto, se le dé prioridad al cumplimiento del ofrecimiento presidencial de construir una nueva infraestructura para el adecuado funcionamiento del Hospital “Domingo Olavegoya” de Jauja, así como el hospital de Essalud, para el cual nuevamente los jaujinos hemos donado los terrenos para la construcción de esta anhelada obra. Solo de este modo, el Estado estará reivindicándose de esta deuda secular que tiene con el desarrollo socioeconómico de la histórica provincia de Jauja.

JUAN CONTRERAS SOSA Y EL “ESPERA CORAZÓN” DE UN DIAMANTE JAUJINO OPACADO POR EL TIEMPO

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1984, en la Plaza de Armas de Jauja, Alejandro Contreras Sosa y su hermano Juan, acompañando al autor de este post

Darío A. Núñez Sovero

Los recuerdos inevitablemente tratan de refugiarse en la parda e invisible coloración del tiempo, algunos oxidando su difusa humanidad en nuestra memoria. Pero cuando se trata de retrotraer los de un amigo, estos recuerdos mantienen su envidiable lozanía y presencia. Así, enhiestos, majestuosos, como si estuviesen horadando diariamente nuestra razón y nuestro cerebro, se mantienen vivos los recuerdos de Juan Contreras Sosa, una joya xauxa que caló hondo en la sensitiva fibra espiritual de los jaujinos del siglo próximo pasado. Hoy, a nueve años de su lamentable deceso lo evoco con la admiración y el orgullo de haber compartido, aunque no por mucho tiempo, su invalorable y eterna amistad. Lo hago, mientras en mis oídos, una antigua cinta de casete va desenvolviendo como una triste serpentina esa música con sabor xauxa que supo imprimirle a cada una de sus composiciones y en las que, curiosamente, Juan Contreras, hace de segunda voz secundando a Juan “Chino” Loayza Castro, poseedor de un envidiable e insuperable timbre que regodeó en jaranas y cuánto jolgorio alegró el ambiente bohemio de nuestra Jauja novecentera.

Fue al final de sus vidas, que un grupo de notables jaujinos  decidieron, en Lima,  hacer coincidir sus inclinaciones artísticas en un conjunto que denominaron “Evocación, Música y Tradición de Jauja”. Corría el año de 1983 y en ese grupo estaban, como guitarristas Amador Monge Loli, Antonio Suárez Benito e Isaac Montano; como cantantes Juan Loayza y Juan Contreras y como coordinador Alejandro Contreras Sosa, hoy todos finados por ese trágico signo de la muerte. Entonces ellos decidieron retornar a esta tierra de los xauxas y realizar una presentación en el Cine Teatro Colonial. La ocasión sirvió para difundir, en discos y grabaciones de cinta, los últimos registros de sus interpretaciones. La noche de esa apoteósica presentación, fue la última en que alcanzamos a escuchar la valía del arte de estos hombres que, en su tiempo, encandilaban a cuanto auditorio y muchacha guapa caía en sus redes a través de sentidos huaynos y mulizas. Digo última porque al poco tiempo falleció Juan Loayza, quien no pudo superar un coma diabético y luego de a uno fueron yéndose los siguientes al país de la parca. Hoy que en mi equipo escucho aquella vieja cinta de grabación, al mismo tiempo que reviso un escrito autobiográfico, me he detenido para releer algunas apreciaciones del mismo Juan Contreras sobre una muliza que, como una letanía del campanario de nuestra iglesia, arrullaba nuestros sentidos por lo melodiosa de sus notas y la profundidad del contenido de sus versos. He vuelto a recordar las circunstancias en que fueron escritas esas líneas de “Espera Corazón” que a juzgar de su propio autor es  “…la más aplaudida de mis mulizas…”, confesión que Juan registra en una de sus publicaciones finales que tituló “Tierra de mi canto” (el último fue el poemario que llamó “Variedades de la vida y la esperanza” que fuera presentado en el Casino Jauja, ese mismo año).

¡Cuánta belleza se encuentra en el alma de los versos de esta muliza! Y ¡cuánta fuerza y entusiasmo se le puede insuflar al amigo caído en desgracia con un sencillo aliento!. Juan Contreras era una persona que valoraba muy alto la amistad y, ocurre, que la fuente de su inspiración -en esta muliza- no fue la mujer amada ni aquella que despertaba su pasión, sino que estaba dirigido al amigo y colega caído en desgracia y en prisión por haber matado a su esposa a quien sorprendió en abierta infidelidad en su propio tálamo. De allí que, en un día de visita y cantando, al ingresar al penal, le anuncie a este amigo desventurado:

“…Calma tu sed, tus ansias

de tierna pasión, la vida es toda tuya.

Mira más alto y risueña y grácil dueña

hallarás en ti esperanza.

Si la vida desencanta y es tan breve,

no hagas del amor una cruz.

Espera, espera, que la dicha siempre llega…”

Cuando Juan me visitó en Jauja, mi ignorancia me llevó a preguntarle, ingenuamente, por el nombre de la mujer que le despertó estos versos y mi estupor llegó cuando me respondió que no estaba dirigido a ninguna dama sino al amigo caído, cuyo nombre con mucha reserva calló. Entonces me di cuenta que el cariño que uno puede tener a otra persona, también puede ser para aquellos de  quienes uno atesora su amistad. Admiración que se acrecienta cuando veo que en esas palabras autobiográficas, Juan Contreras, refiriéndose a la tierra donde nació expresa “(…) Temprano amanecí en el subyugante jardín del ensueño y el amor, cantando a mi bella Jauja, enamorado de su historia y tradiciones, de sus gentiles y hermosas mujeres; de sus barrios jaraneros y acogedores: La Samaritana, Huarancayo, La Libertad, Cruz de Espinas, La Salud, Huacllas, Yauyos; de sus furtivos parajes de tálamos afelpados donde el amor asciende en los cuerpos apareados mientras la luna se oculta entre nubes y suspiros (…)”.

¿Puede amarse en esta dimensión a Jauja? ¡Por supuesto! Y Juan Contreras Sosa nos lo demuestra, aún cuando desde el año 1955, después de haberse desempeñado como docente del colegio “San José”, se fue a radicar a Ica, donde luego de sufrir dos infartos cardíacos, falleció dejando el inmenso testimonio de una obra fecunda inspirada en su tierra materna. A él le corresponde la autoría de infinitos huaynos y mulizas, enhebradas con puro sentimiento terrígeno. Y he querido recordar estos pasajes por cuanto advierto el enorme olvido y desmerecimiento que algunos destacados intelectuales sufren de parte de quienes les debemos  gratitud y reconocimiento por todo aquello que nos legaron .

Y mientras concluyo este post, vuelvo a resetear la cinta de 1983 para seguir embebiéndome de la música terrígena de “Evocación, Música y Tradición de Jauja”, mientras mi espíritu se embriaga del halo delicado y perfumado de retamas, callecitas estrechas y acogedoras de mi Jauja.

  Jauja, 22 de Julio de 2020

 

LAS BIBLIOTECAS DE JAUJA

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Darío A. Núñez Sovero

Esta tarde de julio, me he dado tiempo para hurgar entre viejos cajones de cartón, algunas cosas que guardamos sin que, a veces, valoremos la calidad del infinito valor que hay en el contenido de muchos papeles antiguos, revistas y libros que creemos ya no nos sirven. Hallé entre ellos restos de algunas hojas de una revista que, me parece, fue editada en la década del 80 pasado, llamada “Mirador Xauxa” que (así lo creo) dirigió el extinto periodista local Oriol Morales. Hojeando lo que sobrevive de lo hallado, encontré este artículo que escribí como colaboración de dicha edición y que lo reproduzco y actualizo.

“Libros que son depositarios de cuánta verdad científica rodea al hombre. Libros que resumen la inquietud de infinitos desvelos y de pasiones innombrables. Tantos afanes costó coleccionarlos y qué fácilmente son desarticulados por manos biblioicidas. Libros que sucumbieron por manos bibliocastas, ignorantes de los tesoros que extinguían.

Estas líneas preliminares resumen un poco la ira de saber cómo nuestras bibliotecas jaujinas fueron progresivamente desapareciendo. Las bibliotecas de Jauja que conocí casi ya no existen. Habría que indagar en detalle la forma en que fueron exterminándose sin que nadie se ocupara de ellas.

Recorro las líneas de “Jauja Antigua” de Clodoaldo Espinoza Bravo, obra que relieva el hermoso pasado de Jauja y advierto que, por ejemplo, hacia el año 1941 sólo en el distrito de Apata había dos bibliotecas de renombre: la Biblioteca Municipal “Domingo Faustino Sarmiento” y la Biblioteca Pedagógica “Moisés Sáenz”. La pregunta fluye inevitable: ¿seguirán perviviendo todavía? Que yo sepa, han desaparecido. Sus numerosos y preciosos volúmenes deben haber corrido igual suerte. No menos infortunio debe haber sufrido la biblioteca fundada por el Centro Progreso Huaripampa en 1917 denominada “Andrés Avelino Cáceres” y que era una ofrenda a la gesta conocida como Huaripampeada. Tengo memoria, todavía, de una biblioteca renombrada que funcionaba en Marco hace pocas décadas, Cuando la visité no pude constatar sus existencias porque un velo de polvo, silencio y olvido me lo impidieron. Tantos libros juntos debieron ser un precioso alimento que nutrió la inteligencia de los marqueños.

También visité la casa del malogrado poeta Algemiro Pérez Contreras y su tía -que aún vive- alcanzó a mostrarme algunas obras de su valiosa biblioteca. Estaba en vida nuestro “Maiqui” Núñez Suárez -aquel amigo de Mariátegui, María Wiese y José Sabogal- y cuando me condujo a su “atelier” -donde recreó la policromía y delicada belleza de muchos paisajes jaujinos- pude advertir la riqueza de libros que guardaba en estantes adosados a una de sus paredes. Un buen día, mientras vivía en Trujillo, familiares descendientes directos del gran jurista jaujino Víctor Modesto Villavicencio, me obsequiaron un ejemplar de su obra “Vida Sexual del indígena peruano”. Hoy desconozco qué fueron de las numerosísimas obras que conformaron su biblioteca. Otro día, hace buen tiempo, uno de esos mozalbetes que han abdicado vilmente frente al alcohol me ofreció, por unas monedas, un libro cuya autoría recae en nuestro paisano Abelardo Solís Vásquez, autor de “Monografía de Jauja”, sorprendido tuve la torpeza de no aceptarlo por temor a ser cómplice. Otro mozuelo, lastimosamente desquiciado, me ubica en el mercado y, también, me ofrece un libro con una autógrafa firmada por un tal Lizárraga y fechada en Ticlio en 1924, su contenido es invalorable y hoy lo guardo celosamente entre mis libros. No hace mucho, nuestro buen amigo Lucho Castro me invita a su casa y luego de un frugal desayuno me conduce a la nutrida biblioteca de su padre, desprende un volumen y me lo obsequia, el tiempo apremiante que me agobiaba me limitó para verificar el valioso contenido de las otras obras existentes. Visito la casa de Henoch Loayza y, furtivamente, me doy tiempo para ver los numerosos libros que sobre Jauja contiene su biblioteca, igual ocurre cuando visito la casa de Luis Cáceres, Lucio Villanes y del alcalde Luis Balvín Martínez. Sé que otro Lucho, el profesor Rafael Sánchez del “San José” tiene otra valiosa colección de obras. Igual, de alegre, me sentí cuando en la casa de Arturo Mallma constaté la enorme cantidad de libros que asesoraban sus consultas investigativas. Y, en contraste, me dio mucha pena saber cómo el profesor Olavo Delgado vendía sus libros en una tiendecilla de la calle Grau, habiendo alcanzado a adquirir algunas.

Renglón especial merece comentar la biblioteca de nuestro querido Alejandro Contreras Sosa. Cuando lo visité en su casa del Jr. Iquique en Breña-Lima, advertí entre las numerosas obras de su biblioteca, las primeras ediciones de autores jaujinos y, luego, supe que le habían solicitado en venta una colección completa que posee de la revista “Fanal”, muy apreciada en su tiempo. Cosa similar, coincidentemente, me ocurrió cuando visité la casa de su hermano Juan en Ica; ver su biblioteca me devolvió a esta olvidada Jauja en versión de sus numerosos autores. Fui a Trujillo y visitando a otro jaujino, Godofredo Bonilla, pude ver entre los libros que guardaba obras con la autógrafa de Víctor Raúl Haya de la Torre. En Manchay, he tenido la oportunidad de encontrar en la valiosa biblioteca del R.P. José Chuquillanqui Yamamoto, numerosísimas obras de autores oriundos de Jauja y, a la vez, agradecer la generosidad que le expresé por la donación de algunos ejemplares de obras cuya publicación él acertadamente promovió.

¡Cuánto gozo interno se siente al saber que nuestros comprovincianos son contumaces consumidores de lectura e incrementan sus saberes con el respaldo, solvente y probo que da ese arsenal bibliográfico que significa tener una biblioteca personal!, pero también, cuánta decepción se sufre de saber cosas ingratas como la que me comentó don Alejandro Contreras Sosa al decirme que había visto, en las aceras de la Avenida Grau en Lima, cómo se vendían volúmenes de la invalorable biblioteca de Clodoaldo Alberto Espinoza Bravo o saber la suerte que han corrido los libros de la biblioteca del finado artista Hugo Orellana Bonilla, de quien cuando lo visité en su casa “Huayta Huasi” de Ataura, constaté numerosas obras en idioma español y francés. Al igual que los citados, tengo el convencimiento que, cientos -sino miles- de jaujinos atesoran sus bibliotecas personales en sus domicilios, aquellas delicadas y fieles compañeras del reconocido bagaje intelectual de sus dueños y seguras auxiliares del desempeño que les toca asumir en cada una de sus obligaciones. ¡Esas son las bibliotecas de los jaujinos!

Justo, por lo anterior, desde estas líneas quiero destacar la fidelidad y altruismo de don Miguel Martínez, quien ha tenido el cuidado y acierto de cautelar la biblioteca más renombrada que hay en Jauja y que en vida perteneciera a Pedro Monge Córdova. Él, en su condición de albacea y cumpliendo su voluntad, la ha donado a la Municipalidad Provincial de Jauja  (así como también su casa de la primera cuadra del Jr. Manco Cápac) y permanentemente cuida de su integridad. Con seguridad afirmo que si hubiésemos tenido más personas como Gustavo Miguel Martínez Saravia el patrimonio bibliográfico de nuestra tierra sería envidiable. Como envidiable es contar con el aporte de dos surtidores colosales de cultura como son las bibliotecas de la Parroquia jaujina y la biblioteca de la Sociedad Unión Artesanos de Jauja. En la primera, en ordenados anaqueles se acomodan más de 7 mil volúmenes de libros físicos y según nos comentó el párroco del año 2017, R.P. Percy Castillo,  está pendiente el proyecto de implementar la biblioteca virtual de esta entidad para lo cual ya tienen 17 computadoras -también no deja de expresar su desazón porque el otro proyecto de la Sinfónica de la Parroquia donde se han invertido mas de 250 mil soles en instrumentos provenientes de aportes de personas benefactoras en este momento carece de iniciativa y funcionamiento, situación que si no bien no viene al caso lo comento para conocimiento de nuestra comunidad-, el tema es que en esta biblioteca los autores jaujinos tienen prioridad en sus archivos. La biblioteca de los artesanos es más pequeña pero no deja de tener importancia por la valiosa hemeroteca que posee. Lo fundamental, en ambos casos, es que estos dos centros de cultura atienden diariamente por las tardes, lo que lo digo nos colma de singular entusiasmo y alegría.

Y sostengo esto porque, en contrario y con tristeza, he verificado que la administración de la Biblioteca Municipal de Jauja ha tenido responsables que en vez de cuidar su patrimonio, la han depredado. Hacen diez años, cuando era regidor de Cultura del municipio, se adquirieron numerosos volúmenes de Ciencias Sociales y hoy constato que ya no existen. Las interrogantes son obvias. El caso es que nuestro municipio y, más todavía, el Ministerio de Cultura, deberían inventariar el patrimonio bibliográfico de nuestra provincia y declarar su intangibilidad. Esto por un lado y, por otro, sería de desear que los jaujinos sigamos el ejemplo trazado por Pedro Monge -el año 2018, el profesor Julio Abel Churampi y su hija Adriana, una distinguida intelectual que labora en Bélgica, hicieron una donación de más de 1300 libros a la biblioteca municipal-. Este inusual desprendimiento iluminará la conducta de todos quienes aspiramos a que nuestra tierra siga siendo la ciudad-provincia de connotados intelectuales, envidiada por otras”.

Sobre la Biblioteca Municipal, en un post difundido en el blog “Jauja Primera Capital del Perú”, de noviembre del 2010, el conocido historiador Carlos Hurtado Ames expresaba su desazón por el estado en que se encuentra hoy en día, la improvisación de sus conductores y la precariedad de sus existencias, reclamando un giro radical y la modernización de ella bajo la responsabilidad de bibliotecólogos. Es más, al final de este post, Hurtado Ames expresó que había escuchado de Edgardo Rivera Martínez su voluntad de donar su biblioteca personal a nuestro municipio, sugiriéndole que, por el momento y mientras siga administrándose desordenadamente, se abstenga. También está pendiente el ofrecimiento que el reputado historiador jaujino Heraclio Bonilla Mayta, autor de “Historia del Perú Colonial”, ha hecho para que parte de su biblioteca sea entregada a la comuna jaujina, habiendo designado como mediador de su voluntad a Lucho Castro Hurtado. Si se concretara la voluntad de Edgardo Rivera Martínez, más la de Heraclio Bonilla Mayta y se diera un nuevo giro a la conducción de la biblioteca municipal, estaríamos ante una formidable institución que dé vigor al cultivo de inteligencias y cultura jaujinas. Así sea.

Jauja, 03 de Julio de 2020

“MICROPANDEMIA” JOSEFINA DEL 57

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Darío A. Núñez Sovero

Esta crónica, pareciera haber sido sacada de alguna página de humor negro. O quizás seleccionada de entre aquellos relatos a los que nos tenía acostumbrado el humorismo grueso de Sofocleto. Pero, el hecho es que, ocurrió. Y protagonista de todo ello fueron los estudiantes del centenario y glorioso “San José” de Jauja que cursábamos estudios en sus aulas allá por el año de 1957, en el viejo local del jirón Grau.

Ocurre que entonces, la uniformidad de los estudiantes estaba caracterizada por el famoso comando de cristina, corbata, camisa y pantalón color caqui, que es el color propio de los uniformes militares. La pulcritud de nuestra uniformidad estaba recelada por la adustez de los instructores de IPM y los auxiliares de educación que por entonces estaban distribuidos así: “Salupo” Ernesto Quintana y “Pepe” Martínez a cargo de los primeros; “Fosforito” Fortunato Reyes a cargo de los segundos; “Caballo” Núñez Caballero a cargo de los terceros y cuarto y el “Viejito” Castilla a cargo del quinto. Todos al mando del famoso “Sherif” César Méndez Portillo. La revisión de lo impecable del uniforme era diaria y se daba en la formación que hacíamos a las 8 de la mañana. Los días lunes, al iniciarse la semana lectiva, previamente y en el patio de formación que da al Jr. Sucre, los estudiantes, bajo el liderazgo del brigadier general y la presencia del profesorado, entonábamos las vibrantes notas de nuestro himno nacional. Infaltable era la presencia del Director, don Abdón Max Pajuelo, quien habitualmente miraba panorámicamente a los congregados bajo una severidad y gravedad del rostro que, sin embargo, no podía ocultar su complacencia por lo patriótico y emocionante que era el momento.

 El entonces director del colegio,  Pajuelo, era Dr. en Educación, su autoridad académica en la región y el país era largamente reconocida. Había publicado obras de Historia Universal e, indudablemente, su personalidad inspiraba respeto y la admiración de sus interlocutores, conversar con él era aleccionador no solo por su bagaje cultural e intelectual sino, además, por esa inmanente fuerza interior que tienen algunas personas versadas. En suma, su autoridad como líder del colegio era natural y, su palabra era religiosamente asumida (su nieto, el periodista Beto Ortiz, con orgullo, reconoce ser el depositario de la vasta y rica biblioteca que heredara de su abuelo Max). Por su dotes personales y profesionales, nuestro Director, al poco tiempo, fue trasladado a igual cargo en el Colegio “San Isabel” de Huancayo, con lo que nuestra alma máter perdió a un gran Maestro.

Fue al iniciarse el mes de Julio de aquel año que ocurrió el hecho que motivan estás líneas. Los autores intelectuales, probablemente, fueron los estudiantes mayores del 5to. Año y sus promotores y operadores fueron Alberto Limache Canchaya a quien todos llamábamos con el mote de “negro lindo”, por esa manera dicharachera de saludar a todo el mundo exclamando “¡Hola negro lindo!”; y el “poto” León, un estudiante fornido, muy bromista él. El día sábado por la mañana, antes de retirarnos para el descanso de fin de semana, súbitamente, ambos estudiantes ingresaron a nuestro salón del 2do. “D”. Cerraron la puerta y, poniéndose al frente, nos indicaron que el lunes siguiente, a la hora de la formación, todos debíamos estar complementados con  chalinas, gorros, guantes y untados en visibles olores de alcanfor, mentol, etc. Debíamos simular que una grave gripe nos aquejaba, otros deberían dejar notar sus resfríos, temblores, estados de incontenible tos, etc. Nos comentaron que ya habían instruido a los alumnos de otros salones para lo mismo. Todo ello en el marco de las terribles heladas que son características en esa temporada a lo largo de toda la región andina y que, en verdad y especialmente por las mañanas, contraían nuestras articulaciones de frío.

Y así fue, aquel lunes de marras, los estudiantes que provenían de los distritos aledaños y que eran más puntuales que los citadinos, ya estaban bien ataviados con todo lo recomendado. En la formación, los alumnos por secciones ocupábamos el lugar que nos asignaron para cada lunes. Ya en medio de la formación, el brigadier general gritó a toda voz “¡Atención!” y prestos, hicieron solemnemente su ingreso el Director Pajuelo y los profesores para dar inicio a la entonación de nuestro himno patrio y luego recibir las recomendaciones semanales que habitualmente nos daba el Director. Fue, cuando a una señal de “Negro Lindo”, los estudiantes enfundados entre chalinas, guantes y otros, empezamos a toser escandalosamente, otros a estornudar con estridencia, otros a contorsionarse por los “calambres”, etc., tanto que el severo Director, con rostro desencajado y absorto y alzando la voz, ordenó a los presentes calmarse, controlarse y, sin dudar ni contar con los consabidos acuerdos de profesores de estos tiempos, dispuso enérgicamente que todos los estudiantes volviésemos a casa una semana, para que nos podamos atender y restablecernos de la “severa epidemia” que asolaba a los estudiantes de su colegio, despidiéndonos hasta el lunes siguiente. Al pronunciar esta decisión, una exclamación de júbilo brotó de la garganta de cada uno de los asistentes, el buscado y forzado “asueto” había sido logrado. “Negro Lindo” y el “Poto” León habían triunfado y, muy discretamente, sonreían.