Edgardo Rivera Martínez. Escritor jaujino. Fue homenajeado en la FIL Arequipa 2012.
Al conversar con Edgardo Rivera Martínez es inevitable que los recuerdos sobre Jauja, su pueblo natal, broten de su memoria como un caudaloso río. El escritor, al enterarse de que este reportero es descendiente de uno de los tantos inmigrantes japoneses que llegaron a la primera capital del Perú durante la primera mitad del siglo XX, hace una mueca de satisfacción y empieza a rememorar. “¿Tú madre es jaujina? ¿Cuál es su apellido?”, pregunta muy interesado.
Tabuchi. Mi abuelo tenía una fábrica de confecciones textiles. Hacía uniformes escolares.
Sí, era muy conocido. Recuerdo a varios japoneses en Jauja. Había uno que fabricaba bebidas gaseosas. Luego, a un tal Umemoto que se ganó la lotería y se hizo millonario. Durante mi adolescencia había un peluquero japonés que hablaba muy mal el español, pero tenía un sentido del humor extraordinario. Ir a esa peluquería era pura risa. Sus bromas eran un poquito coloraditas.
Jauja, durante muchos años, gracias a su clima seco, se hizo conocida mundialmente como lugar de tratamiento para enfermedades respiratorias, como el asma y la tuberculosis, lo que atrajo a población de todo el mundo. Esto la convirtió en una pequeña ciudad cosmopolita.
“Además de japoneses (que también se asentaron en la sierra para escapar de la hostilidad limeña producto de la Segunda Guerra Mundial,), había franceses, alemanes y muchos europeos, con los que hubo intercambio cultural. Por ejemplo, con los curas franceses de la parroquia comencé a aprender a tocar el órgano”, evoca este escritor que llegó a la ciudad para recibir un homenaje por su trayectoria literaria, como parte de las actividades de la Feria Internacional del Libro de Arequipa.
UNIÓN DE CULTURAS
En los relatos y novelas de Rivera Martínez, escritos a lo largo de más de 50 años de trabajo, se plasma un afán de unificar al mundo andino con el occidental dentro de una misma lógica. Producto de esta experiencia, publicó la novela “País de Jauja”, que narra las vivencias del adolescente Claudio, durante el verano de 1947, en plena ebullición de la presencia extranjera en Jauja. Cuenta cómo descubre su vocación por la literatura, a la par que combina su aprendizaje de la música de Bach y Mozart, y las epopeyas de Homero, con su cariño por las tradiciones de su tierra, como los huaynos y otras danzas tradicionales del ande.
¿De dónde nace esta intención de crear un diálogo feliz entre ambas culturas?
De mi infancia y juventud, gracias a la influencia familiar. Mi madre era pianista, así que cultivó en mí la música selecta y clásica. Pero siempre he amado también la música andina y autóctona. Además, accedí a una gran biblioteca familiar con libros de todo tipo.
Sin embargo, en la realidad no siempre puede darse esta confluencia, ejemplo de ello son los conflictos sociales del país
-Es una propuesta que hago. Creo en esa posibilidad, incluso en esta época de la globalización y nuevas tecnologías. Hay una intercomunicación entre los países que era inconcebible en otras épocas.
¿En que se basa esa visión tan esperanzadora sobre Jauja que expresan sus personajes?
Es la experiencia alegre, personal y familiar que tuve. Pero también está relacionada a la leyenda europea del “País de Jauja”, que según el dramaturgo de 1500, Lope de Rueda, era un poblado de España, feliz y maravilloso, donde había abundancia de alimentos y por cuyas calles empedradas discurrían ríos de leche y miel. El recuerdo de esas imágenes aparecen en mi literatura.
Fuente: La República