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Comparto este mail que me envió nuestro querido paisano Ricardo Duarte Mungi
Estimado Sergio:
Quería alcanzarte este documento que no es otra cosa que una transcripción literal del Libro de los Cabildos, editado en 1888.
Es la historia verídica de los orígenes de Jauja. No es el relato de historiadores que muchas veces tergiversan los hechos de la historia de acuerdo a su percepción, simpatía, etc.
El Libro de los Cabildos representa la transcripción del Libro Becerro, en donde se consignaban las actas de lo acordado en el ayuntamiento, lo que sería hoy, la Municipalidad. Los españoles no prescindían de un cura y un notario.
Espero que, luego de leer este documento, puedas tener un poco más de motivos para sentirte orgulloso de una tierra tan pródiga y con tanta historia, hoy, sumida en casi abandono y el caos por la indolencia de sus sucesivas autoridades.
Saludos,
Ricardo Antonio Duarte Mungi
Valle de Jauja
El valle de Jauja, de 45 leguas cuadradas, atravesado por el caudaloso Mantaro, era en las primitivas épocas geológicas un lago que desbordó por las gargantas de los cerros que limitan al sur el dicho valle y por el fondo hoy pasa el río mencionado. Su terreno es, pues, de aluvión y muy moderno; escaso de agua y muy fértil.
En este valle separado peor el río, vivían numerosas tribus guerreras, conocidos por el nombre general de huancas, que hablaban una misma lengua, huancas, adoraban las piedras colocadas por sus antepasados en ciertos sitios, los perros cuyas carnes comían y, además, un ” un ídolo de figura humana que respondía las preguntas”, según es referido por Garcilaso. Su Pacarischca era una fuente de donde se creían originarios.
Peleaban los de una banda del Mantaro contra los de la otra banda, con “unas porras que hacían, poniendo unas piedras horadadas en unos palos, y hondas, y una mamera de fisgas atando cueros de venados en unos cordeles, y unos broquelemos de madera, y unos aúllos, que llaman, que son tres cordeles atados al cabo de unas pesas de plomo y otras cosas, que arrojados se envolvían en las piernas de los contrarios” y también con lanzas. Vestían unas camisetas largas y unas mantas y se distinguían unas tribus de otras por unas fajas de lana de difrente color, negras o coloradas, de cuatro dedos de ancho, que traían “en la cabeza a manera de corona. Las casas que habitaban eran chozas redondas de techo cónico, aquellas que, posteriormente, los españoles llamaron bohíos”.
Antes de la conquista inqueña eran mandados y señoreados por los indios más valientes; en Hatun-Sausa, por Anquiszapari y a Loparín; en Hurin-Huanca (llamado después San Gerónimo de Tunnán), por Acanchac Huyca y a Tacuri y Añana; en Hannan Huanca (llamado después Santo Domingo de Sicaya) por a Patán Llollachín y a Chahuín, y en los Chongos, por a Patan Cochachi.
Todos fueron sometidos por a los monarcas del Cuzco durante el reinado del Inca Pachacutec, conservando algunas de sus antiguas costumbres, tales como henchir de ceniza los cueros de sus enemigos y hacer tambores de ellos.
Una vez sometidos, se les distribuyó en tres grandes grupos, los de Sausa, Hurin-Huanca, y Hanan-Huanca, que daban, respectivamente, 6.000, 12.000 y 9.000 guerreros. El cacique de los de Jauja era Apo-Alaya, cuya descendencia se indica en su árbol genealógico, formado teniendo en cuenta el expediente sobre sucesión de los Apo-Laya, con varios opositores, y cuyo expediente se encuentra en el tomo XII de Mss. de la Biblioteca Nacional.
En el fondo de este valle, llamado por los incas Huanca-Huamaní, estaba la población de Hatun-Sasusa y en las inmediaciones la de Hurin-Sausa. El primer español que habló de ella fue Miguel Estete, refiriendo el viaje que hiciera Hernando Pizarro a Pachacámac.
Dijo: “Está hecho a manera de pueblo de España, muy junto a sus calles bien trazadas. Hay a vista de él otros muchos pueblos y era tanta la gente que pareció que pareció del mismo pueblo y de sus comarcas, que otra semejante en un solo pueblo no se ha visto en Indias, porque al parecer de cuantos españoles lo vieron, se juntaban cada día en la plaza principal más de cien mil ánimas*, estaban los mercados y otras plazas y calles del mismo pueblo tan llenos de gente, que parecía cosa de maravilla su grandísima multitud. Había hombres que se encargaban de contar aquella gente cada día para saber los que venían a servir a la gente de guerra: otro tenían el encargo de mirar todo lo que entraba en el dicho pueblo.
“Tenía este capitán mayordomos, que entendían en proveer todo lo que era menester para los mantenimientos de su gente; todo la leña que éste quemaba tenía muchos carpinteros que la labraban y otras muchas grandezas cerca de su servicio y guarda de su persona. Tenía, así mismo, tres o cuatro porteros en su casa; finalmente, en su servicio y en todo lo demás imitaba a su señor. Éste era temido en toda la tierra porque le tenían por muy valiente hombre; y la verdad entre indios lo era, porque averiguó que conquistó por mandado de su señor mása de seiscientas leguas de tierra en que oro muchos reencuentros en el campo y en pasos malos; y en todos fue vencedor, y ninguna cosa en toda la tierra le quedó por ganar y someter.
También, Cieza dice lo siguiente: “En el valle de Jauja existía una población con aposentos de piedra casa del Sol y Templo de escogidas, depósitos; se ocupaban en platería, labraban vasos de oro y plata. Los pueblos tenían a barrios como fuerzas hechas de piedra, que parecían pequeñas torres, anchas del nacimiento y angostas de lo alto. Hoy día a los que ven de lejos le parecen Torres de España”
Wiener describe las ruinas así: “Las montañas forman en este lugar una cadena continuada y a cierta altura se separan unas de otras formando mamelones aislados. Casitas circulares como grandes garitas están distribuidas circularmente alrededor de las cimas, de manera que al fondo del valle se asemejan a la elegante silueta de una muralla. Las ruinas de la llanuras más grandes: hay restos de morada real, de un templo y de un vasto terraplén central.”
Después de la hecatombe de Cajamarca, Francisco Pizarro continuó su viaje al centro del Imperio.
A cinco leguas de Sausa, con sesenta y cinco caballeros mandados por tres capitanes, seguidos por indios cargados de oro y bagajes, derrotó a las tropas de Quis-Quis. Llegó a Porci sin novedad y después de una jornada de una legua penetró en el pueblo y tambo de Hatun-Sausa. Allí, por las buenas noticias que se tenía de las provincias circunvecinas y de las muchas ciudades que había en todo el contorno de ella, se resolvió fundar una colonia española en nombre de Su Majestad. Ya los indios habían quemado parte de la ciudad “porque los españoles no se aprovechasen de ello, y como los indios viesen venir a los españoles se retrajeron de la otra parte del río que por esta ciudad pasa, que iba a la sazón creciendo; los españoles pasaron y rompieron a los indios con muerte de todos ellos que por averiguación se habló de no haber escapado cincuenta. Vuelto los españoles a esta ciudad y reposado aquel día y parte de la noche venideros porque estaban todos muy fatigados, y los caballos cansados… Informado el Gobernador de la comarca, y visto ser este asiento conveniente para asentar pueblo de españoles con acuerdo del padre Fray Vicente y con los oficiales de S.M., fundó pueblo en este asiento, al que puso nombre la ciudad de Jauja como entre los naturales se llama.
El 7 de abril de 1534 se informó en Panamá al navío La Concepción del Adelantado Francisco Pizarro, sobre lo que acontecía en el Perú. Preguntado el contramaestre Martín Garay “qué nuevas hay del Gobernador Francisco Pizarro, dijo: que había llegado a Xauxa y que la halló en guerra y que peleó contra los indios, y que mató a muchos de ellos, y que los indios no mataron a ningún cristiano, y que asentó una ciudad allí, y que dejó allí a 80 de a caballo y 100 peones, y que fue al Cuzco, y con el Mariscal y Capitán Diego de Almagro… Y que en la dicha ciudad de Xauxa había quedado el oro de S.M.M.M. en guarda con la gente que allí dejó el dicho Gobernador”
De los testimonios aducidos, se deduce que Francisco Pizarro dejó establecida, pero no definitivamente fundada, la nueva Jauja en su primer viaje al Cuzco. Por eso, Pedro Pizarro coloca la fundación en 1534, cuando Francisco Pizarro volvió de la Capital del Imperio a Jauja. Y, como dice Jiménez de la Espada, no hay documento firmado en esa ciudad antes del 24 de mayo de 1534, y los que él conoce son tres: uno del 25 de mayo y los otros del 20 y 27 de julio del mismo año. Y el cronista Pizarro cuenta “que esto sucedió hecha la fundación de Jauja, es decir, a poco de hacerse; luego, probablemente se hizo entre mayo y julio de 1534.” de manera que el Gobernador Francisco Pizarro, después de la fundación de la ciudad del Cusco regresó a Jauja y allí supo que Almagro había partido par la costa, y también de la llegada de las naves de Alvarado. Las comunicaciones del Cabildo del Cabildo de Jauja de que se acaba de hablar, confirman lo anteriormente dicho: “Aquí, en Jauja, se alzó el ejército que tenían Calcuchímac y se le hicieron dos alcances. Sobre esta ciudad, así mismo, vinieron hasta 6.000 indios de Quito.” El Gobernador estaba en el Cuzco, cuando supo que los indios venían sobre Jauja, y envió al Capitán Soto, al Mariscal Almagro con gente de a caballo y al Cacique principal del Cuzco con mucha gente tras de éste. Ya los indios habían pasado de Jauja y los abatió el Capitán Soto; el Mariscal Almagro bajó a los llanos sin depositar los indios de la ciudad como había ordenado Pizarro.” en otra comunicación del Cabildo se lee:
“Yo, el Gobernador llegué a esta ciudad hace cinco semanas, dejando hecho el pueblo y fundición del Cuzco con intención de hacer aquí lo mismo después de hachados los indios de Quito de cierta parte de aquí, donde estaban haciendo daño la tierra.”
No había terminado el año 34 y ya se pensaba trasladara la naciente ciudad de Jauja a otro lugar. Se fundaban para ello en la escasez de agua, en la falta absoluta de leña y madera para construcción y principalmente en la gran distancia que la separaba de la costa. En efecto: el Mantaro corre a una legua de la población y no hay cerca de ella sino un manantial llamado hoy La Samaritana, sólo da 28 pulgadas cúbicas por segundo, así es que a veces, como dice Paz-Soldán, ” falta agua hasta para beber.” al norte de la población existe una laguna llamada hoy Paca, de 1.500 metros cuadrados, y cuyas aguas, aunque potables, no se aprovechan.
El valle no es de regadío, ni tiene arboledas ni huertas; sólo dos árboles silvestres se conocen, el Aliso (betuna nigua) y el Quissuar (buddlheia incana); “y esto es puesto a mano y traído de fuera para el servicios de sus casas y edificios de iglesias y que con trabajo se halla madera competentes para ellas”
La venida de Alvarado a los llanos manifestó a sus compañeros la conveniencia de establecerse cerca de la costa, razón más por la cual abandonaron Jauja, que distaba 45 leguas del mar y que hasta en la sierra se. Hallaba aislada de las demás ciudades; nada menos que a 40 leguas de Huamanga, según la verídica relación de Simón Pérez de Torres.
* Cieza da al valle 30.000 indios repartidos entre parcialidades: Sausa, Marca-huillca y Llacsa-Payanca. Si el número de 100.000 indios que señala Estete peca por exagerado, el de Cieza adolece del defecto contrario. Ya hemos visto dl número de guerreros que daban estas poblaciones, y esto permite apreciar el de sus pobladores. Wiener, dice: “La grandeza de la ciudad, las extensas ruinas aún en pie y los restos de los antiguos cultivos, prueban que han vivido en esa región 100.000 habitantes.
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