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Camilo Espinoza Beas
El día se inicio con el estallido de los cohetes característicos que avisan que la traída empieza, ese sábado de febrero, febrero de carnavales. Día del cual muchos se levantaban con el deseo de acudir a tan cortés invitación de parte de los padrinos. Otros acuden después de una jornada de fiesta sin haber cerrado los ojos, con poca energía y con el pensamiento que tan suculenta patasca los pondrá nuevamente en lucha para continuar con la fiesta de carnavales.
Manuel, de doce años, hijo de María, y hermano mayor de Teresita de apenas dos años, vive en pobreza, en una casita de barro muy cerca del cementerio de Jauja, y su ilusión y sus oídos no son ajenos a los estallidos de los cohetes. Él como muchos se cree con derecho de asistir, porque se considera del barrio de La Libertad, como parte de la comitiva que traerá el árbol. Aunque no cuenta con ushcata, ni con sombrero y menos con la invitación que lo acredite como parte del “selecto” grupo que estará en el camión, él no pierde las esperanzas y tan pronto como se viste, se dirige a la casa de uno de los padrinos, casa que ya tiene ubicada, y que espera también le inviten un “suculento plato de patasca” tal como dice en las tarjetas de invitación. Él se sentiría afortunado que también le invitasen dos platos más de patasca una para su mamá y otra para Teresita su hermanita.
Su buena fortuna y su presencia solo le alcanzan para tomar una taza de café y un pan de huevo. Pan que sin embargo no come porque piensa en su hermanita. Y qué decir del shajteo, Manuel se cree con tanto derecho de estar en el almuerzo, pero siendo niño no es iluso, y sabe que ni de a vainas le llegará un plato de comida, y él piensa: “Eso es solo para los que tienen manta y sombrero, y para los que vienen de Lima.” No hace mayor drama y se sienta muy cerca adonde (ribera del rio Yacus) los invitados y cuellos, se divierten jugando con harina, desperdiciando harina que para Manuel y su familia significarían muchos panqueques, acompañados de café. Contempla como después de regar tanta harina, todos los invitados son seleccionados para almorzar. Hacen un ruedo y todos comen sin parar, pidiendo: “otro platito por favor porque está muy rico”. Manuel se siente tentado a comer el pan de huevo que guarda para su hermanita, pero antes hace un intento por agenciarse algo de comida y se acerca a una de las madrinas y le dice: “Señora, le ayudo a recoger los platos sucios y me dan un platito”, esta señora muy distinguida acepta, pero no cumple con su parte del trato y solo le dan algunas papas con ají. “Algo es algo, peor es nada”, piensa Manuel.
Él acompaña, a los bailantes, primero, muy cerca a la orquesta y luego cerca a esas mujeres y hombres que gritan eufóricos, que denotan que son los padrinos y están sumamente contentos de gastar su dinero, pero que sin embargo incumplieron su trato con él, y siendo Jauja una cuna de abogados, Manuel, no podrá contar con uno a fin de emplazar y pedir que le cumplan con dar ese “exquisito plato de shajteo con presa de cuy”, tal como dice en la tarjeta.
El sábado se oscurece, y Manuel no se puede quedar a ver como terminan los asistentes a la traída, aunque sabe, que muchos terminan, durmiendo, peleando, llorando, riendo, bebiendo y besándose (en algunos casos, aunque no necesariamente con la esposa o la novia).
La ilusión de Manuel sobre las fiestas de carnaval, radican especialmente en el día del cortamonte. Porque sabe que al momento de cortar los árboles, él aprovechará en recoger la mayor cantidad de regalos y demás cosas que los padrinos cuelgan de los árboles para demostrar que uno tiene más dinero que otro.
Manuel desde la tres de la tarde, del día martes de febrero, febrero de carnavales, carnavales del barrio La Libertad, La Libertas de los jóvenes, contempla los cuatro árboles y los juguetes y demás cosas que hay en cada uno. Él ya tiene seleccionado que es lo que obtendrá, aunque sabe que habrá una dura lucha, porque como él muchos niños pobres acuden en busca de un regalo. Algunos para cambiarlos por comida, otros buscan obtener los regalos, como es el caso de Manuel, para llevárselos a su hermanita. Que en sus dos años de vida el único regalo que obtuvo fue una muñeca sin una pierna, y a la que de tanto peinar, terminó con una calvicie prematura, aun así su muñequita forma parte de la familia.
Manuel sabe que la forma de conseguir los regalos, que cuelgan de los árboles, es luchar contra viento y marea, contra otros niños, cuando los árboles caen, arriesgando su propia integridad, arriesgando su vida. Sabe que debe tener cuidado, porque María la madre, le advirtió que si algo le pasa, ella no podría atenderlo, no podría pagar las medicinas porque solo les alcanza para comer, y comer solo una vez al día. Y no se pueden dar el lujo de enfermarse. Manuel ante las palabras y posición de su madre, las entiende pero el deseo de ver a su hermanita con unos regalos, lo lleva a mantener su posición de conseguirlos como a de lugar.
Manuel sabe, que los árboles al caer pueden cambiar de rumbo. Pero aun así, el seguirá con su plan, nada lo detendrá. Tiene un jebe, de color rojo, cruzado en el cuerpo que le ayudará a defenderse de los abusivos que intentasen quitarle lo que logre atrapar, que por derecho ya le pertenece. Ha practicado algunas patadas de karate viendo a Jackie Chang, en el televisor de un señor que vende abarrotes en la plaza Santa Isabel. Plaza que pertenece al barrio La Libertad, y del cual él sabe que es parte, que esa es su zona, asi que él se desplaza con seguridad y pertenencia por todas esas calles que muy pronto estarán llenas de parejas de bailantes, algunos bailantes más elegantes que otros, más sincronizados que otros, pero en fin bailan tantos que uno ya no distingue quien hace un papelón.
Cae el primer árbol, Manuel, temeroso e intrépido a la vez, logra obtener una panera de color azul y una jarra del mismo color, regalos que guarda debajo de su vieja chompa para luego dárselas a guardar a su mamá que está muy cerca y a la vez excluida de la fiesta.
Manuel sabe que en los siguientes arboles hay mejores regalos y está a la expectativa, rodeando los arboles, rodeando los regalos.
En un momento logra ver a aquella madrina que incumplió con el trato, muy alegre y muy elegante y con el cabello teñido, danzando con una copa en una mano y en la otra una hacha cuidadosamente adornada, pero eso ya no le importa, su nueva tarea es estar vigilante a la caída de los arboles, y hacia donde corre el viento, porque sabe que el viento es traidor.
Siete de la noche, él como otros niños esperan los regalos, y sucede, cae uno de los árboles que por casualidad golpea a otro y este también cae, los niños ante la caída de los dos árboles se desesperan por conseguir los regalos, algunos de ellos están sorprendidos porque nadie se esperaba tal situación. La banda de música ensordece a todos los presentes, Manuel se desespera y no consigue atrapar nada, no se lo esperaba, se sintió muy triste y decepcionado con el mismo, ¿Ahora que le llevaré a mi hermanita, tendré que esperar al otro año? Se preguntó, y ante tanto desorden por saber quiénes serían los nuevos padrinos, la madrina que incumplió el trato, se le acercó y le entregó una manta. Manuel, en ese momento supo que sí pertenecía al barrio La Libertad, ya no importaba la patasca o el shajteo que no comió. Miró a la señora con ojos de agradecimiento eterno y corrió a buscar a su mamá.
Y éste le dijo: “Mira mami ¡ya tengo manta! Me falta sólo el sombrero para ir a la traída del próximo año”. María, lo abrazó.
Lima, diciembre 2009
Foto: Enviada por Carmen Cáceres Mayor (q.e.p.d.)
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