La problemática de Jauja es múltiple y diversa. Implica, de un lado, a los actores sociales que son parte de su realidad y, de otro, al proceso histórico que ha vivido, particularmente en su etapa contemporánea. Explicaré brevemente en el espacio del que dispongo estas ideas. Es evidente que Jauja, me refiero a la ciudad, no es una entidad abstracta desligada de lo social. Esto quiere decir que para mirar a fondo sus diversos problemas, hay que mirar básicamente a los jaujinos. Por ahí partiremos.
Por alguna razón detrás de cada jaujino hay una gran complejidad. Esto, a la par de ser maravilloso, es complicado. Pedro Monge, en la década de los cincuenta del siglo pasado, hace no mucho tiempo, decía que somos una sociedad enferma de individualismo. Parece que en parte tenía razón. Sin embargo, también parece que más podríamos ser una sociedad pequeña donde cada quien busca su espacio, lo que también es una verdad a medias, ya que hay una considerable cantidad de organizaciones que demostrarían lo contrario. Sea como fuere, hay algo que, desde esta perspectiva del análisis, no va bien en los jaujinos y que tiene que ver con nuestra misma sensibilidad social. Se trataría de una compleja manera de ser que no ha traído los mejores frutos, por decirlo de alguna manera, independientemente de nuestra herencia culturalmente mestiza. Una anomía en el lenguaje de los sociólogos.
Ahora, que cada quien busque su espacio en una realidad del interior del Perú (despectivamente llamada provinciana) y en las condiciones económicas que imperan en Jauja, no tiene nada de malo, como cualquiera podría argumentar. Esto nos lleva a un elemento externo de la cuestión que aquí se intenta dilucidar. Para bien o para mal, depende de la óptica, durante la mayor parte del siglo XX Jauja vio ver un declive político y económico muy marcado, ante la emergencia de Huancayo y de otras ciudades aledañas. Las causas son varias: que se convirtiera en una Ciudad Sanatorio, por la que fue vista con temor y cuidado; la fantasía de creer haber sido una ciudad señorial, que impidió el desarrollo de una mentalidad progresista sino más bien una retrógrada; o la espalda que le dio el Tercer Militarismo, trasladando la capital departamental de Pasco a Huancayo y no a Jauja como era lógico en ese momento, en castigo a esta última por permanecer absurdamente Leguista.
El caso es que desde ese momento, sobre todo, Jauja ha visto un marcado declive de su crecimiento económico, del que aún hoy no se encuentra una alternativa viable para revertir el proceso, sumado a la política centralista de la urbe limeña. La situación parece haberse acelerado en los últimos veinte o treinta años, producto de una serie de desatinos en cuanto a la elección de autoridades ediles. Particularmente, desde mi perspectiva, los tres gobiernos ediles del abogado Balvín Martínez han sido completamente nefastos para la ciudad, y eso hay que decirlo claramente. Aún hoy se observan en la ciudad una serie de edificaciones que no le sirven a nadie, y en los cuales indigna saber que se ha malgastado tanto dinero necesario para otras cosas que ésta clama. Lamentablemente, pareciera que Jauja ha tenido un destino fatal, una suerte de perros, en cuanto a autoridades municipales. La situación actual tampoco es una excepción.
Creo, en consecuencia, que en estos factores se pueden agrupar los grandes problemas de Jauja. Uno tendría que ver con una serie de contradicciones que hay entre los mismos jaujinos; y otro, con la consecuencia de una serie eventos del pasado, un tanto inmediato, que hasta ahora no se han resuelto, y la nefasta participación de las autoridades edilicias de turno de las últimas décadas.
Y quizás se ha llegado a un punto crítico de involución por ese terrible desconocimiento del pasado; es decir, de lo que hemos sido. Efectivamente, si hay alguna posibilidad de futuro para Jauja ésta está en la grandeza de su pasado milenario y en su múltiple patrimonio histórico y cultural. En reconocer y aceptar la diferencia que hay entre los mismos jaujinos resaltando los vínculos que finalmente nos unen, como es la pertenencia a un mismo suelo; una misma herencia y una misma cultura. Pero ello requiere de un trabajo y una decisión política que involucre el fortalecimiento de nuestra identidad desde la escuela, una decisión que, al menos este gobierno edil, está lejos de tener. Mientras tanto, pasarán los días, los años, y siempre estaremos en lo mismo. Ciertamente, el futuro es impredecible, y es bueno que sea así, porque ello significa que tenemos la posibilidad de mejorarlo. En este desafío nos encontramos.
Foto: Fernando Guerrero