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Camilo Espinoza Beas
Ese mediodía, del sábado, en el tinkunakuy, la volví a ver, me volví a enamorar, llevaba un sombrero de impecable color blanco con una cinta negra y una ushcata amarrada a la cintura. Estaba sonriente, bella, perfecta y llena de harina. Quedé encantado, nuevamente, con aquella proyección.
Trataba de acercarme como cualquier muchacho para maquillarla de harina, creo que ella advertía de mis intenciones y se alejaba cada vez más y yo procuraba acercarme cada vez más.
No me atrevía a preguntar por ella, temía que mis amigos se burlaran de mí, porque, era sabido, ella solo había amado, amaba y amaría a una sola persona, a un canalla incapaz de comprometerse con aquella bella dama, un canalla que no la respetaba, un canalla que no la amaba, sin embargo, para ella ese canalla era la esencia de su vida.
Yo y mis sentimientos guardados, no desistimos de acercarnos, y maquillarla de harina. Me hubiera complacido que mis manos torpes, ásperas, tocaran su lozana y tierna tez; también me hubiera encantado escuchar su suave y nada sumisa voz, que ella me hablara, no para decirme: ”Hola, amigo como estas, tanto tiempo sin verte”, porque definitivamente yo no calificaría para ser su amigo, y mucho menos ella se fijaría en mi, un pobre muchacho soñador, me imagino que ella si me hubiera hablado en aquella ocasión seria para decirme: “Que te pasa atrevido, acaso te conozco”. Y antes de sufrir tamaño dolor, decidí no acercarme y solo contemplarla de lejos.
Me hacia feliz verla disfrutar de la traída ella rodeada de bellas amigas y de amigos salidos de un catalogo de tiendas por departamentos, todos ellos muy bien atendidos por los padrinos, alguna vez escuche que a la gente linda la atienden primero, así que mis amigos y yo quedábamos arrinconados, relegados.
El tiempo transcurría y todos disfrutaban de la fiesta excepto nosotros, y claro quién se fijaría en los tres chiflados.
Ya pasada la traída, me pregunte: ¿Acaso, ella hubiera aceptado bailar conmigo? Y me respondí: Que iluso eres, ella jamás hubiera aceptado bailar contigo”.
Martes día del Hatun Jilo Saqtay, me sentía nervioso como si yo fuera quien bailaría. Me puse mi mejor ropa, esa ropa que solo la usaba para las fechas importantes, para los cumpleaños, bautizos y en ocasiones funerales. Pude ver en una invitación que la fiesta comenzaba a las tres de la tarde, así que puntual estuve, deseaba estar en primera fila y verla bailar, deleitarme, y que ella también me pueda ver vestido con mi mejor ropa y a lo mejor ella se fijaba en mí y hasta me sonreía.
Llegaron las parejas, ella estaba radiante, elegante, linda, lozana, tierna y amada. Un canalla de sonrisa ganadora la llevaba, él la dirigía, dibujaban piruetas de baile que todos quedaban admirados, y sobre todo yo. Ante tanta elegancia, mi mejor ropa no tenia opción para competir, así que decidí ponerme detrás de otras personas y observar agazapado como aquella pareja disfrutaba de la fiesta y como eran el punto de atención, con aquellos pasos insuperables que la hacían ver como la mejor, única y más bella de las bailarinas.
Cae la noche y las miradas siguen atentas a las parejas, la gente disfruta del Hatun Jilo Saqtay, y yo disfruto verla bailar. Cae el primer monte y las parejas se dispersan, entre tanta confusión la pierdo de vista, y me desespero, y alguien me toca la espalda, y me dice: “Permiso por favor” volteo incrédulo y era ella, sonriente, bella, perfecta.
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